miércoles, 31 de marzo de 2010

Los valles de La Paz

Empecé el día con un delicioso desayuno en el mercado, buen café y delicioso sandwich de aguacate tomate y queso, todo despachado por una simpática y redonda señora. Satisfecha partí en busca del bus que debía llevarme al llamado Valle de la Luna. Dicha búsqueda me llevó a la plaza del estudiante, una especie de rotonda donde millones de coches, minibuses y buses intentan circular metiéndose siempre uno delante de otro. Allá debía tomar un carro con dirección a Mallasa. Cuando aún no llevaba en la acera más de 3 minutos escuché que alguien desde un minibús gritó "Mallasaaaaaaaaa" y yo respondí gritando "Mallasa, mallasa" y una mano se alzó en medio de la marea de autos. Corrí esquivando parachoques y llegué a una furgonetilla que me serviría de transporte.

Luego de una hora de ruta, atravesando la zona bien de la ciudad, donde conocí la Bolivia más occidental y acomodada con sus chalets que hicieron abrir mi boca pensando en lo injusto que era tener tanto en un país donde hay tanta pobreza; llegué a mi destino. El chico del bus, muy atento, me indicó la parada y, de hecho, me apeé justo en la entrada. Como había oído opiniones muy dispares sobre el lugar intenté analizar bien todo lo que me rodeaba y, olvidando toda opinión anterior, elaborar la mía propia.

El principio me resultó un poco turístico, por el grupo de guiris puretas que rodeaban a un señor con poncho tocando la flauta y se afanaban en comprar artesanías. Pasando de largo me metí de lleno en el circuito y allá entre las rocas te daban para escoger dos caminos como a Alicia en el país de las Maravillas. Tomé el camino que más duraba y empecé a hacer fotos como una loca. El valle recibe ese nombre porque parece la superficie lunar y aunque yo nunca estuve en la luna, puede que sí en la parra, aquello me parecía bien extraterrestre. En seguida dejé volar mi imaginación y empecé a ver formas en cada piedra, recordé a E.T, me imaginé siendo indio escondida a la espera del séptimo de caballería y, en definitiva, inventaba una historia con cada roca, cada subida, cada cactus.... estaba sola pero realmente disfruté mucho haciéndome fotos en medio de mi película "woman in the moon". Algo más de una hora duró esa diversión sólo estropeada por el calor y el hiriente sol. Al final del camino había una especie de mirador desde el cual observar La Paz, pero lo mejor no eran las vistas sino el sombrajo que permitís disfrutar de la sombra tras una hora de solarium gratuito. La visita me gustó mucho, la hice sin prisas, no me crucé con mucha gente que rompiera el encanto de la soledad del lugar y, aunque el camino estaba bien indicado, preservaba en cierto modo el entorno salvaje.

Contenta con mi visita salí y nada más llegar a la carretera paró un bus y el conductor me dijo "La Paz". Fue perfecto, como si Jefrey me recogiera. No fue tan buena la hora y media que tardé en llegar a la Plaza de San Francisco. De allí me fui a recoger a mi amiga holandesa cuyo nombre no recuerdo porque su madre sería muy hippie y le puso un nombré hindú. Comimos en el mercado un buen menú y acto seguido fuimos a Prados a tomar otro bus. Al pasar junto a un puesto ambulante donde vendían unos suntuosos helados no pude evitar comprarme uno, al fin y al cabo sólo eran 10 céntimos de euro. Mientras tomamba mi helado, hablaba con mi amiga y preguntaba por la parada un señor se me acercó. A mí me sorpredió que se pegara tanto y en ese momento sentí algo en mi forro polar, un ligero movimiento. Al mirar tenía mi bolsillo abierto, pero aún conservaba la cámara en su interior, me volví a tiempo. Cuando ella me preguntó le respondí en español que me habían intendado robar la cámara pero me había dado cuenta. El chico en cuestión permanecía allá de pie, algo alejado ya, haciéndose el distaraído con unas pastillas que tenía en la mano. Me entraron ganas de estamparle el helado en la cara pero lo consideré un desperdicio y seguí comiendo.

El bus tardó en llevarnos hora y media. Yo me habría dormido si no hubiese sido por los gritos de los escolares que no paraban de jugar mientras yo deseaba que la próxima fuese su parada. Una vez llegamos al punto, porque no se puede decir pueblo, donde comenzaba el camino, descendimos del bus y empezamos a subir por una carreterita de piedras que me hizo recordar varias veces lo buena que estaba la milanesa (aunque aquí escriben milaneza). Sin aliento llegamos a la famosa laguna que nos había dicho era el comienzo del "Valle de las Ánimas". Ilusa yo había imaginado un gran lago y no una charca llena de botellas de plástico lanzadas desde los carros. A pesar de la posible contaminación el paisaje era espectacular: a nuestros pies la laguna, a nuestra espalda una panorámica general de la ciudad y frente a nosotros un pico nevado. Un contraste de paisajes que hace que el lugar resulte encantador.

Caminamos durante bastante tiempo junto a rocas a las que la erosión le había dado formas caprichosas, de ahí el nombre del valle. Yo, sin embargo, quería adentrarme un poco entre las rocas ya que me había hablado que era en el interior, y no a la vera del camino, donde se encontraban las formaciones más sorprendentes. Cuando encontré una entrada en medio de aquellas paredes de piedra, que era en realidad el cauce seco de un río, empecé a subir. La holandesa me seguía a duras penas pero yo la motivaba diciéndole que seguro que la parte más bella se encontraba allá arriba y que podríamos ver la ciudad. Sin embargo en una de mis miradas hacia atrás descubrí que se había sentado en una piedra como diciendo "hasta aquí llego yo". Me recordó a los desplantes que me hacía mi perra cuando me la llevaba a correr a lo largo del río, sí, en el instituto yo salía a correr, era parte de los deberes de educación física. Como no podía abandonarla allá como a un cachorrito, me limité a subir mientras podía verla a lo lejos, tomé unas fotos y deshice el camino. Pensé que ese es el tipo de cosas que me molestan cuando no viajas solo, estar supeditado a los demás. De todos modos aquel valle creo que era mejor visitarlo con alguien que lo conociera, ya que no había ninguna indicación y era tipo Torcal de Antequera.

La vuelta la realizamos primero en taxi y luego en bus. De regreso en el Solario hice una gran siesta porque estaba muy muy cansada, creo que a causa del sol, las caminatas y la altura.

Cuando me levanté era una persona nueva. La holandesa me presentó a una chica de Seattle, cuyo nombre tampoco recuerdo, que era un encanto. Nos compramos unas hamburguesas y unas cervezas e hicimos una cena parlanchina. En aquel momento los japoneses habían desaparecido del salón del albergue y en su lugar había un grupo de francesas al que se unieron un español y un argentino, obvio.

Por la noche apenas pude dormir, tenía picaduras por todos sitios y no paraba de rascarme y ponerme pomadita que no sé si hacía algo.

domingo, 28 de marzo de 2010

Coroico

El bus nos dejó en Yolosa, un pequeño pueblo situado entre dos montañas cubiertas de un manto verde . Supuse que el colectivo que debía llevarnos hasta Coroico tardaría en llegar, así que me lo tomé con filosofía y me fui a hacer fotos puesto que el paisaje era tan bello que era casi imposible hacerlas mal. Para mi sorpresa no tardó demasiado, de hecho me pilló bastante desprevenida. Allá me metí con los tres argentinos en un colectivo, una especie de camioneta en la que cabe tanta gente como diga el conductor, rodeados de cholitas con sus bártulos hablando en quechua (¿o quizás fuera aymara?).

El pueblo en sí no me gustó demasiado. No se diferenciaba especialmente de ningún otro que hubiese visitado: su plaza de armas con una iglesia e internet; calles empinadas con piedras en el suelo, niños corriendos y muchos lugares donde poder comer pollo frito.

A estas alturas ya había comprobado que en Coroico no hacía ese calor horrible del que todo el mundo nos había hablado, sino que más bien todo lo contrario. Luego un señor nos explicó que es raro que hiciera ese frío y que habíamos tenido mala suerte. Yo un poco más porque llegando recordé que me había dejado el forro polar en el bus de la agencia.

Lo primero que hicimos fue buscar un alojamiento. Nos dirigimos al primero que encontramos en la plaza principal. Al preguntar en el bar de abajo nos dijeron que arriba estaba la señora, pero no había nadie. Recorrimos el edificio, que parecía fantasma, y, como no teníamos ganas de cargar con las mochilas, escogimos la habitación que nos convenció, dejamos nuestras cosas y cerramos el candado de la puerta. Tras esto salimos a pasear por el pueblo, subiendo y bajando cuestas. Una vez terminado el paseo nos entró hambre y decidimos ir a comer a algún sitio. Uno de los chicos dijo que dando el paseo había visto un lugar con muy buena pinta. Como no recordaba la ubicación exacta volvimos a hacer el mismo recorrido... hasta que llegamos a la plaza sin ver nada. Riéndonos por la idiotez, pero al mismo tiempo molestos por el hambre, miramos un par de restaurantes que no nos convencieron mucho, así que al final terminamos comiendo bajo el albergue. Como aún sentía el ejercicio realizado me pedí unos espaguetis a la carbonara (y me pusieron unos a lo alfredo). Los chicos dijeron que no sería capaz de comerme aquel plato y quedaron totalmente sorprendidos tras mi hazaña. Al llegar al cuarto por la noche, sólo unos minutos después de la cena, allí yacían tres muertos, así que no me quedó más remedio que meterme en la cama aunque no tenía hambre.

Al día siguiente lo mejor de la mañana fue que tardaron 30 minutos en traerme el desayuno y lo hicieron justo cuando fui a la cocina a decir que si no me lo ponían me iba. También tuve que explicar que un pan con mantequilla puede llevar jamón york. Tenían pan con mantequilla y pan con jamón york y cuando dije que yo quería uno con los dos me dijeron que no se podía. Entonces pregunté que por qué no y al no saber responderme me lo hicieron pero con mala gana y seguro que diciendo que debía estar loca.

Tras un buen desayuno hicimos un trato con un taxista para que nos llevara a unas cascadas que se encontraban a las afueras de la ciudad. En el taxi sólo se habló de fútbol durante unos 30 minutos, yo opinaba pero sólo por molestar, para decirles a los argentinos que no tenían nada que hacer en el mundial y ver sus caras. Cuando llegamos el taxista nos dijo que se quedaría por allá, que no podía abandonar el vehículo porque era zona de cultivo de coca y podían dañárselo. Nosotros nos metimos por la maleza y llegamos al río a un lugar llamado "la laguna azul". Tras la cascada venía una especie de laguna de agua poco tranquilas, de hecho yo tenía que luchar para que la corriente no me llevara. Pasamos allá un buen tiempo entrando y saliendo del agua. Yo me negé a saltar con los chicos porque estaba segura que la corriente me llevaría y aparecería dios sabe dónde.

Luego deshicimos el camino, cruzamoss un puente, atravesamos zonas plagadas de mariposas, nos arañamos las piernas por una pequeña jungla y llegamos hasta otra parte del río donde hacía un pequeño cañón. Allá unas señoras lavaban ropa mientras miraban sorprendidas cómo los chicos se lanzaban y se dejaban llevar por la corriente mientras yo los grababa. Cuando ya nos habíamos pasado del tiempo volvimos al taxi y le pagamos un poco más de lo acordado.

A la vuelta a Coroico yo me despedí y me fui directamente a la estación ya que si llegaba más tarde de las 20h no me guardaban la reserva. Eran las 14h pero nunca se sabe. En la terminal me dijeron que el bus salía "ahorita nomás" así que supuse que tenía una media hora para almorzar. Allí mismo me fui a la cafetería y me tomé un menú, muy rico por cierto, a sólo un euro. Había unos australianos que me dijeron que me sentara con ellos y así lo hice pero tras un minuto de conversación me di cuenta que eran unos chulos que sólo despreciaban todo lo que había alla. Su actitud no me gustó nada, pero ya estaba peleándome con el pollo como para ponerme a cambiarme de mesa, así que aguanté hasta que por fin se fueron.

El bus salió justo cuando me cepillé los dientes y bajé. Lo bueno fue que tardamos en salir del pueblo como 15 minutos y unos 20 minutos después se salió la manguera de no sé qué y tuvimos que esperar a que otro viniera a por nosotros. En el bus, bueno era más bien un colectivo, justo delante de mí iba una pija de Cochabamba ligando con el chuloputas de al lado. Ella reía gracias ausentes de sentido humorístico y se tocaba el pelo sin parar, pensé que me volvería loca pero la tonta se durmió. No le vi la cara, pero deseé que se hubiese dormido con la boca abierta y que un hilillo de baba colgase desde su boca a la camiseta, uhm, totalmente irresistible pequeña!!
Cuando ella dejó de ser el centro de mi atención la señora que estaba a mi lado empezó a llevarse las manos a la cabeza, como buscando algo, entonces cuando parecía que había hallado su presa, la pinzaba entre los dedos e intentaba después hacerla explotar entre sus uñas. ¡¡¡tiene piojos!!! me dije y acto seguido empezó a picarme todo, un poquito por aquí, luego por allá..... Por fin el conductor, con una gran destreza, me hizo salir de mi trance "piquil", entonces me di cuenta que era más importante mi vida y que aquel mamarracho con sus maniobras me iba a hacer morir en la ruta de la muerte con una camiseta que decía yo hice el camino de la muerte y sigo viva.

Tras mucho sufrimiento llegué a La Paz, tomé un colectivo y tras una hora atravesando atascos llegué a la Plaza de San francisco. Me dirigí al Solario en busca de mi cama. Allí descubrí que mi nueva compañera de habitación era de nuevo la holandesa (bueno más 4 más). Contentas de volvernos a encontrar fuimos en busca de comida y cenamos juntas en el hostel mientras nos contábamos historias. Ella se fue pronto a la cama porque tenía clases de español pero yo me quedé en los ordenadores enseñándoles fotos a las cholitas del albergue. Nos reímos harto rato y me hicieron sentir como en casa.

sábado, 27 de marzo de 2010

La Ruta de la Muerte

Son las 6 de la mañana, yo no he dormido nada...

Llegué, tal y como me habían indicado, a las 7 a.m al Solario... silencio absoluto, nadie por aquí, nadie por allá. Me senté a esperar en el sofá hasta que aquello se convirtió en Kyoto. Todas las habitaciones que antaño habían estado ocupadas por argentinos y una servidora estaban repletas de japoneses que salían sonrientes y muy despeinados. Por fin apareció una de las chicas que llevaba lo del desyuno de los ciclistas y allí me metí dispuesta a engullir como un troll hasta compensar mis 400 bolivianos. Al llegar se me sentaron al lado unos argentinos, al otro unos japoneses y enfrente unos canadienses que ya había conocido en Sucre. Mientras comíamos sin parar, el guía, Gonzalo, nos explicaba cómo iría el día.

Repletos de comida nos montamos en un bus y salimos hacia la ruta seguidos por otro bus lleno de polacos que se perdió por el camino y tuvimos que esperar. Cuando llegamos al punto de salida estábamos muy altos, a unos 4700m y para darle emoción al asunto en medio de una espesa niebla y con un frío horrible. Mientras bajaban las bicis nosotros nos poníamos los cascos, rodilleras, coderas y además a mí me habían dado unas gafas nuevas. Una vez preparados no sabíamos qué hacer, me sentía como un power ranger en Groenlandia así que me puse a saltar mientras decía qué frío, qué frío y los argentinos se unieron al club saltimbanco.

Debo reconocer que se portaron porque me dieron una bici nueva a estrenar que hizo que por un momento olvidase el precio pagado. Estuve probándola un rato porque era la primera vez que montaba en una bici de descenso ya que la mía es de carreras del año 3 y anteriormente usé de montaña. Era tan pequeñita que me recordó a la BH California que me regaló mi tío de pequeña y que tanto me hizo disfrutar.

Cuando todos estuvimos preparados recibimos las instrucciones de seguridad y nos hicimos fotos. Terminado el espectáculo empezó la acción. Nos dieron la mala noticia de que el día antes había llovido tanto que la carretera nueva de Coroico estaba cerrada, eso significaba que la carretera de la muerte volvía a ser la de hace años y que no sólo encontraríamos ciclistas sino también coches e inclusos buses y camiones, pura adrenalina.

Segura de mí misma y con el objetivo de no caerme en la ruta salí y me metí en la niebla, era como estar dentro de una nube. El frío me calaba a pesar de mis múltiples capas. Como nunca había usado una bici de descenso al pedalear creí que se había salido la cadena ya que estaba sumamente suave. Comprobé que no era así e intenté cambiar a un plato más duro pero todo lo que encontraba era muy suave. Como casi todo era cuesta abajo no le presté mayor atención.
Iba sola en medio de la nada, sólo se veía la curva cuando estabas cerca y los vehículos se distinguían al verse dos manchitas amarillas en todo lo blanco. Iba maravillada y pensaba que era muy afortunada de estar allí, no sólo por la aventura y el paisaje, sino porque estaba consiguiendo evadirme de mi problema miriano. Empecé a relativizarlo todo y me di cuenta de que estaba viviendo una gran experiencia, pensé que fuese donde fuese tendría un trabajo sin problema y eso es algo que poca gente puede decir. Recordé miles de escenas que mi memoria retenía de La Paz, de gentes y lugares humildes y me sentí estúpida por preocuparme siquiera por un número cuando sé que la comida no me faltará. Tus problemas no son problemas me dije, haciendo balance de todo lo vivido me di cuenta de lo afortunada que era al mismo tiempo que le resté importancia a mis preocupaciones. Y seguí pedaleando.

No sabía muy bien donde iba la gente, sólo que a mi alrededor no había nadie. A veces alguien te pasaba hecha una bala humana. Yo pensaba que si iba más rápido piñaría así que encontré la velocidad ideal que resultó de la fórmula curvas + aceite en el piso + niebla + carretera mojada.
Hicimos una parada en la cual nos indicaron que quien tuviera frío podía ir en el bus, lógicamente nadie abandonó. De allí se marcaron las posiciones, salían primeros los argentinos que dijeron Che si no llegamos los primeros para qué lo hicimos, tras ellos los canadienses y los japoneses, después iba yo seguida de israelíes y polacos. Me olvido de Manuel, un pacense que salía de los últimos pero que luego pasaba siempre como bala humana de tal manera que creí que no se llevaría la camiseta.
La siguiente parada fue en una zona de control y de allí seguimos siendo balas humanas, bueno para ser sinceros yo era más bien un perdigón. Entonces la niebla empezó a irse y apareció un magnífico paisaje de montañas verdes que lucían cataratas en sus vertientes. Guauuuuuuuuuuu. Quería hacer fotos pero tenía la cámara en el bus. Empecé a observar el paisaje y para evitar mi desprendimiento reduje velocidad hasta quedarme la última. Pasé de una carrera a un paseo y el guía me metía caña pero le dije que un paisaje así no se veía todos los días, tenía que disfrutarlo.

La última parada del primer tramo iba acompañada de agua, plátano y chocolate. Todo ello rodeado de montañas muy verdes. Disfruté del momento y una vez que hubimos terminado de comer volvimos al bus. Venía un tramo de subida fuerte que no se puede hacer con bicis de descenso por muy buenas que sean. En la entrada al parque todos pagaron su ingreso menos los argentinos y yo, lo cual me hizo pensar que habíamos sido los más pesados en la agencia sin duda.

En el siguiente tramo enpezaba lo bueno, ya nada de carretera pavimentada sino pura piedra. Al principio pensé me mato de verdad porque me resultaba difícil pasar del carril bici a las piedras del camino de la muerte pero poco a poco fui cogiéndole el truco. En eso la chica israelí hizo la típica caída tonta delante de mí. Me paré para ver si estada bien y lógicamente no tenía nada, aun así se retiró al bus dejando sólo a 3 chicas en el grupo de los machos.

Iba en la dicotomía de mirar las piedras para no caer y observar el paisaje que, a medida que avanzaba, se hacía más y más verde, más y más frondoso, más y más húmedo. Aprendí a coger las curvas sin necesidad de frenar y sin comerme las piedras. Terminé teniendo la seguridad suficiente como para bajar de pie que, todo sea dicho, es la mejor manera de manerjar la bici bajando por esos lugares. También empezó la zona conflictiva que que en un pequeño camino de tierra y piedras de pronto aparecía un coche que parecía salido del infierno porque para qué reducir velocidad cuando puedes pitar como un condenado para que los ciclistas se echen a un lado.

La siguiente parada obligatoria fue para quitarnos la ropa de abrigo que llevábamos porque empezaba a hacer calor y ya de paso fotografiar las montañas, las cataratas y gastarle alguna broma al guía que empezó a llamarme la girl number 1 dado que era la primera de las chicas en llegar aunque no era difícil ya que sólo éramos tres.

Desde allá el paisaje empezó a ser alucinante. Aún había niebla en partes de la montaña y con toda aquella vegetación me recordaba muchísimo a Gorilas en la niebla. De vez en cuando seguía sorprendiéndome algún coche entonces yo gritaba Hola, buenos días y los lugareños me respondían, lo cual estaba muy bien porque Manuel no obtenía respuesta a sus saludos, quizás porque no sonreía como yo. Los buses cargados de gente difícilmente cabían en el camino y cuando pitaban acababan con la paz de aquel idílico lugar, mientras pasaban las cabezas se asomaban por las ventanillas y los ojos clavados en ti preguntaban en silencio pero acaso te has vuelto loca yo extendía mi mano y sonreía mientras decía adióooooooosssss y ellos respondían alegres pero aún sorprendidos. Cuando el bus se iba sólo quedaba una humarea completamente irritativa que me hacía contener la respiración durante unos segundos.

En la siguiente parada tomamos unos sandwiches e hicimos el estúpido. Nos explicaron que la parte más difícil del asunto venía ahora, atravesar unas cataratas y un río. Ya no había problema, ya que estábamos allí lo haríamos todo. Salimos animados y la verdad que lo de la cascada era más bien simbólico, no era difícil sólo un tanto desagradable y digo desagradable porque si hubiese hecho calor me habría encantado que un chorro de agua fría chocase en mi nuca y recorriera mi espalda hasta mojar mis bragas, pero hacía frío.

De allá me convertí en macho y empecé a pedalear a toda velocidad incluso llegué a picarme, iba rápido-rápido, de pie en la bici, sujetando el manillar con todas mis fuerzas. Empecé a adelantar a algunos chicos e intenté alcanzar a los argentinos que parecían estar ya en Coroico. Antes de atravesar el río nos hicieron parar para poder hacer fotos, no era el Amazonas pero sí llevaba agua con corriente suficiente como para dificultar su pase. Yo cogí velocidad y cuando entré seguí pedalenado con todas mis fuerzas, aun así el agua frenaba y tuve que ponerme de pie y pedalear con todas mis fuerzas para lo cual me ayudé de un gemido de orco que asutó al polaco que me seguía.

Después de aquello el camino parecía ser fácil hasta que para darle un poco de emoción apareció una subida, subamos pues con una bici de descenso. Puse el plato más duro y de pie en la bici empujé los pedales con todas mis fuerzas, llano para recuperar la respiración y tras eso una subida mayor, allá esperaban triunfantes los 3 argentinos 1 canadiense y 1 japonés, miraban y hacían sus apuestas sobre quién se bajaría de la bici. Conmigo no podéis me dije y levantándome en Orco's mode pedaleé hasta llegar allá donde Gonzalo celebró que no me bajase de la bici y que siguiera siendo la number 1. Desde el lugar había una maravillosa vista del río y, a lo lejos, estaba Coroico, como un pueblo que han colocado en medio de la ladera de la montaña a modo decorativo. Celebrando ya casi el final de la ruta hicimos fotos tontas y divertidas y luego fue la salida final. Salgamos y allá todo el mubndo salió escopetado queriendo ser el primero.

El último tramo del camino era un barrizal, ya no había que preocuparse de que las piedras resbalaran, era ahora el barro el que podía jugar una mala pasada, a mí de hecho varias beces me bailó la bici el aserejé, pero conseguí dominarla, supongo que varios años de moto bajo la lluvia ayudan. Cuando el barro empezó a desaparecer la cosá se complicó, habiendo un camino decente en el cual no preocuparse por el equilibrio la subida era demasiado empinada para la bici. Cambié, me puse de pie y pedaleé con todas mis fuerzas, aquellos avanzaba poco, me quedaba sin aliento, pero seguí, seguí, hasta que se me fue la bici y puse el pie en el suelo.... señores perdí el pavo. Una vez con la bici parada en esa pendiente era casi imposible arrancarla de nuevo así que, con mi orgullo debajo el brazo, me fui caminando hasta que acabó la maldita pendiente. Una vez plano el terreno seguí y al llegar vi la casita ubicada en un paradisíaco valle con su piscina y terracita.

Llenos de barro nos fotografiamos y celebramos que HABÍAMOS SOBREVIVIDO AL CAMINO DE LA MUERTE, lo cual nos hacía merecedores de una camiseta con la inscripción yo hice el camino de la muerte y sigo vivo, además de una ducha y un buffet libre. Al ducharme creo que atasqué la cañería general de Bolivia porque no estaba sucia, estaba embadurnada como un chancho. Sin embargo el mayor atractivo para mí era comer. Les dije a los chicos que tenía hambre y cuando me vieron comer creo que de verdad pensaron que era un orco, comí 4 platos más el postre y luego el matecito en la terraza para hacer la digestión mientras hablaba con Manuel de nuestros viajes.

Una vez disfrutada la ruta, la comida, el mate y el paisaje, no así la piscina porque empezó a hacer frío y el agua era verde, volvimos al bus que nos dejó en Yolosa a los argentinos y a mí que éramos los que nos íbamos a Coroico. Esperamos pocos minutos hasta que vino un colectivo lleno de cholitas que se dirigía a Coroico. Subí con la esperanza de volver a hacer el camino de la muerte sobreviviendo.













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No encontré La Paz

Aunque el bus resultaba cómodo, la película de Jean Claude Van Dame que pusieron no ayudó al disfrute de mi viaje porque, todo hay que decirlo, cuando ponen una película apagan la luz de modo que no puedes leer y el volumen resulta un tanto elevado incluso para mí. Con el tiempo conseguí dormirme y cuando abrí los ojos... estaba en La Paz.

Como aún era temprano y podía resultar peligroso salir a la calle con mis pintas decidí quedarme en la estación tomando un café calentito que me devolvió la vida. Cuando ya hubo aclarado bastante y pensé que la vida en la calle empezaba me cargué mi mochila y me fui andando al Solario. Como es un hostel tan grande pensé que no habría problema para el alojamiento, sin embargo estaban al completo. Tal vez fuera muy pronto y podía esperar a que la gente se fuera, pero no me aseguraban nada porque no siempre salía gente. Así que seguí mi ruta por las calles contiguas en busca de albergues vacíos hasta que por fin encontré uno. Cuando vi la habitación me lo pensé, pero como al fin y al cabo sólo era una noche ya que me iba a Coroico me la quedé.

Una vez ubicada me fui de nuevo al Solario a comprar mi tour en bici por el camino de la muerte hasta Coroico. Yo quería contratar la bici de 280 soles que era la más barata, pero cuando llegué una sorpresa me aguardaba. Justo ese día era el primero de la nueva normativa, todas las agencias reunidas habían llegado al acuerdo de mejorar el servicio incrementando para ello el precio mínimo a 450. Le dije que entonces el precio se salía de mi presupuesto. Lo más barato que podía hacer era 400, pero a mí sólo me quedaban 600. Me despedí y salí con ganas de llorar porque era algo que deseaba hacer.

Para evadirme me fui al museo arqueológico, que ya había intentado visitar anteriormente pero estaba cerrado. Tras mi caminata a lo largo del Paseo Prados llegué a la Plaza del Estudiante y desde allí me desvié al arqueológico. Paseando por la Paz tuve la extraña sensación de encontrarme como en casa, quizás fue el ser un sitio conocido, el no tener que mirar mapa... porque aquel caos poco se parece a Sevilla. Mi sorpresa fue que el museo estaba cerrado aunque según la hora debería estar abierto. No había ningún cartel, ninguna persona a la que preguntar.... buuuuuuuuuuuuuuu me dije, hoy no es mi día.

Como la experiencia me decía que en Bolivia el regateo está a la orden del día me hice una ruta por las agencias haciéndome la nueva sobre la noticia de la subida de precios. A pesar de que mi interpretación en cara de decepción y mi hablar dubitativo en cuanto a si debía hacerlo o no eran merecedoras de un óscar aquello no funcionó. Todos andaban un poco perdidos y tras una llamada me decían que el precio mínimo era de 450 más 25 de entrada al parque.

Entristecida caminé sin rumbo fijo, el bullicio que horas antes me alegraba empezó a molestarme y como si una fiebre turística me invadiese entré por las tiendas de souvenirs llegando incluso a comprar algo.

Tras reflexionar mucho decidí que ya que estaba aquí merecía hacer la ruta, al fin y al cabo 400 bolivianos son unos 40€, con eso vivía allá unos 5 días pero en España se puede ir en un rato. Minutos antes de que cerrara la agencia hice mi entrada y dije que tiraba la casa por la ventana y lo hacía. La señora me pidió disculpas por la subida de precio pero me aseguró que estrenaría material. Pagué 400 con la entrada al parque incluída y, como si el problema ya hubiese pasado, me probé nerviosa la ropa, casco, guantes y demás. Por otra parte le dije que cuando volviese de Coroico necesitaría dormir en algún sitio, que me hiciese una reserva en el Solario y me aseguró que a mi vuelta tendría cama.

Cansada por lo poco que había dormido y por la situación me fui a la plaza de San Francisco a comprarme unas deliciosas tucumanas a precio de saldo. Las devoré rápidamente y me fui a dormir la siesta. Cuando el ruido chileno paró y conseguí conciliar el sueño el dueño del hostel abrió bruscamente la puerta asustándome para endosarme a una holandesa que por lo menos era bastante simpática.

Como ya me había desvelado y la chica me cayó bien la acompañé a dar una vuelta. Ella acababa de llegar de Cusco donde había realizado un voluntariado con niños al tiempo que aprendía el español. Le enseñé los lugares más destacados de la ciudad y cuando empezó a anochecer volvimos a cenar. Tomamos un pollo con unos deliciosos espaghetis chinos.

Antes de acostarme quise mirar mi correo y no sé ni por qué lo hice. Un mensaje de mi madre con mi posición definitiva del mir hizo que mi moral se inmolara. Pensé que había perdido 6 meses de mi vida, el dinero de la academia y que además era una inútil. Me entristecí enormemente y sólo quise meterme en la cama y llorar hasta que se me acabaran las lágrimas.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Alrededores de Cochabamba

Le había comentado a Martin, el sueco, mis planes para visitar pequeños pueblos de los alrededores de la ciudad. La idea le gustó y preguntó si podía acompañarme. Yo estaba encantada de tener compañís en este pequeño periplo así que lo avisé de que pasaría a recogerlo cuando me levantase. Cuando tardó en abrirme la puerta y le vi la cara de zombie supe que saldríamos más tarde. Le di tiempo y fui a desayunar e internet para que pudiese reponerse. Al volver al albergue estuve hablando con otros inquilinos hasta que ya fue persona y a eso de las 12 del mediodía salimos en dirección a Tarata. Atravesar con el bus el mercado nos llevó unos 30 minutos, aunque nos había dicho el chófer que sólo se tardaba unos 3. En la avenida donde debíamos tomar el bus estuvimos un rato dando vueltas porque cada uno nos indicaba un paradero para el bus de Tarata, hasta que finalmente lo encontramos.

Al llegar a Tarata me dio la sensación de estar en un pueblo español. Todo era bastante familiar. Las casas bajas pero en algunos casos muy ornamentadas eran bellas a pesar de su estado de abandono. Pequeño vistazo a la plaza central y luego nos fuimos a comer. Como siempre yo quise ir de original y pedir algo que antes no hubiese probado así que me pedí un mixto que contenía enrollado muy rico y escabeche que para mi sorpresa resultó ser la piel del cerdo. El enrollado me lo comí entero pero el otro no pude, me daban arcadas sólo con el tacto, miraba el plato y me parecían desperdicios así que muy a mi pesar dejé casi todo allí y me fui aún hambrienta.

En la plaza descubrimos deliciosos helado de nata-fresa con chocolate fundido y coco espolvoreado, mi helado me devolvió la sonrisa que los pellejos de cerdo me habían quitado. Paseamos por las abandonadas calles del pueblo haciendo fotos frente a los sorprendidos habitantes del lugar que creo no entendían muy bien por qué habíamos ido hasta allí.

Cuando ya nos hubimos cansado tomamos otro colectivo hacia Cliza, otro pequeño pueblo famoso por su mercado dominical. Éste era muy auténtico, allá todos eran bolivianos de campo sorprendidos por nuestra presencia. Daban ganas de fotografiarlo todo aunque sabíamos que no era posible. Con la cámara junto a la mochila hice algunos robados con sumo cuidado. Por el mercado también había un poco de todo, comida, ropa, cuadernos, objetos de hechicería... Tras un tiempo de paseo totalmente observados por los autóctonos decidimos meternos en el bar del pueblo. Allá gente de todas las edades se encontraban sentados en mesas presididas por un cubo del que sacaban chicha para beber sin prisas pero sin pausa. Cuando entramos todas las miradas se dirijieron a nosotros y tras unos segundos de silencio aseguraría que las conversaciones que siguieron nos nombraban a nosotros. La chicha sabía fuerte, muy amarga, afortunadamente sólo habíamos pedido una jarra pequeña y no un cubo como los lugareños. Durante nuestra degustación observé todo lo que me rodeaba. Me gustaba esa abuela con la cara marcada por la edad bebiendo chicha, era una foto perfecta, pero dudo que la señora se hubiese dejado. Al otro lado de nuestra mesa, en sentido contrario la abuela, había dos pintas de unos 50 años pero muy envejecidos, con pocos dientes tomando sin parar, nos sonreían simpáticos y nos hablaban, eran como el cuñao de Cliza. En la misma dirección y al fondo había una pantalla que reproducía los videoclips que la gente seleccionaba. En cada selección yo esperaba no decepcionarme pero finalmente lo hacía. La música no era mala, tipo cumbia, pero las imágenes nos tenían desperdicio.. un grupo de hombres vestidos con trajes brillantes sobre una roca bailando una coreografía que a mi juicio era bastante ridícula, acompañados por señoritas cuyos vestidos y baile tampoco se quedan atrás. Preguntando comprendí que esos vídeos acá no desagradan tanto, es quizás mi percepción europea la que me engaña haciéndome creer que son horribles. Chicheados y cumbiados tomamos colectivo a nuestro siguiente destino.. Punata.

Punata era algo más grande y daba la impresión de ser también más moderno, aunque no había demasiado que ver. Tras pasar por la plaza del pueblo y llegar casi al final dimos media vuelta y curioseando por las calles llegamos al mercado. En la entrada del mismo había señora con grandes cestos llenos de pasteles y roscos. Éstos tenían una capa blanca que me pareció azúcar escarchada así que me compré uno. No recuerdo el nombre pero es algo típico de allá. Desgraciadamente a mí no me gustó, aunque lo terminé. El rosco era como pan duro y no un rosco dulce y la capa que parecía ser azúcar no llegué a saber muy bien con qué estaba hecha pero se trataba de una pasta chiclosa de gran adherencia a las muelas y poco sabor. Mientas tomábamos lo que habíamos comprado una señora de un comercio cercano se nos acercó a hablar, estaba aburrida y terminó sacando hasta las fotos de la graduación de su nieto, que se había licenciado en derecho el día anterior, como buena abuela orgullosa. Estuvimos esperando a que parase de llover y cuando lo hizo nos dirigimos a nuestro último destino.. Araní

El camino era bello, campos extensos con montañas al fondo y el cielo cambiando de un color celeste fuerte a anaranjado. Se empezaba a esconder el sol y deberíamos darnos prisa. Desde el coche íbamos tomando fotos aunque el resultado no era siempre el más deseado. Al llegar al pueblo los colores del paisaje eran mágicos, el cielo parecía salido de un cuadro y sólo le faltaban los angelitos alrededor. Solamente nos dió tiempo a fotografiar algunas calles y la plaza principal donde se encontraba una gran iglesia que tiempo atrás había sido sede del arzobispado. Oscurecido ya nuestro único camino fue el regreso. Tuvimos la suerte de encontrar dos plazas libres en el último colectivo que salía para Cochabamba.

De regreso y reflexionando me alegré de haber hecho la ruta, salir de la ciudad y conocer a la simpática gente de los pueblos vestidas con sus curiosos atuendos y su sencillez en la forma de ser. Me había servido para animarme después de la decepción de Cochabamba, además tenía muchas muchas fotos.

Una vez en la ciudad tomé una pizza callejera con mi compi de aventuras y tras despedirme de todos en el hostel me dirigí a la estación a tomar el autobús que me llevaría de regreso a La Paz.

Cochabamba 2

El plan era levantarme temprano y tomar un bus para visitar pequeños pueblos en los alrededores de Cochabamba, sin embargo cuando el despertador sonó lo apagué. Tenía ganas de quedarme vagueando en la cama es sábado y estoy de vacaciones me dije. Hice aquellos que tantas veces quiero hacer pero que las obligaciones me impiden, quedarme en la cama durante una hora sin ninguna preocupación. Cuando consideré que ya las sábanas se me habían pegado demasiado salí a ducharme saludando a los guiris que inundaban el patio.

Lo poco que me quedaba de mañana lo dediqué a pasear tranquilamente, visitar alguna tienda y entrar en internet. Luego comí un menú que puede que haya sido una de las comidas más ricas que he hecho en Bolivia. Como el cuerpo me lo pedía fui a dormirme una siesta hasta que dos guiris tocando la guitarra y la flauta en el patio me despertaron.

Decidí que mi tarde fuese un poco más productiva. Fui a la estación y me compré el billete hacia La Paz para el día siguiente. De allá atravesé la calle hasta el mercado de Cancha que según la guía era uno de los más famosos de Bolivia y donde si te descuidas te roban hasta el alma. El bullicio era asombroso, las calles repletas de gente, coches, vendedores ambulantes y tiendecillas con todas sus mercancias. Las calles sinuosas llevaban a otras, cubiertas, descubiertas, pero siempre en medio de mucho ruido. Al principio me gustó el ambiente, por lo diferente del asunto, pero llegó un momento en el que apenas podía caminar, me empecé a ahogar sin saber siquiera donde estaba.Pensé que iba a desmayarme pero me dije que aquello era totalmente inapropiado allá en medio. Andando rápido conseguí salir de aquel laberinto de calles que me recordaba al zoco de Túnez. Conseguí tomar aire y decidí irme antes de que se pusiera el sol a ver el lago.

La cosa empezó mal porque en esa zona mi mapa no tenía el nombre de las calles que además giraban a su antojo y por supuesto el nombre de las vías tampoco estaba indicada en éstas. Confiando en mi orientación me dirigí hacia el lugar donde se encontraba el lago intentando hacer la línea lo más recta posible y permanecer en las calles con gente. Di bastantes vueltas y tuve que preguntar, me perdí un par de veces y el tiempo apremiaba. A veces las explicaciones de los amigos te mandaban hacia otro lado, pero tras mucho esfuerzo por fin conseguó llegar al lago. Una vez allí el sol se había puesto, debía irme al centro inmediatamente. La sorpresa que me aguardaba en el lago era un panda de mosquitos que me deboraron en tan sólo 30 segundos. Realizadas las fotos de rigor y abofeteada por mí misma me dispuse a salir de allí lo más rápido posible.

Alejada del centro de la ciudad, sola y puesto el sol me convertí en una auténtica gacela lista para ser atacada por cualquier fiera que estuviera al acecho. Caminé rápido y segura por una gran avenida que llegaba al centro de la ciudad y tras unos 15 minutos de incertidumbre me encontré allá en zona segura. Para celebrarelo me metí en internet y luego fui a los puestos ambulantes del mercado en busca de una nutritiva cena. Allí me encontré a los colegas de la guitarra y la flauta así que me senté a comer con ellos. Eran un sueco y un francés que estaban haciendo de las suyas por allá.

Alimentados por una superhamburguesa de 80 céntimos decidimos que había que dar una vuelta por los bares de moda ya que era sábado. Nos dirigimos a la calle España que es por donde salen los jovencitos cochabambinos y allí entramos en un bar que tenía muy buena pinta y en el que nos sorprendieron con música como Metallica y Guns. Al rato se nos unió un grupo de suecas y cambiamos de bar a unos lleno de heavys bolivianos, todo un espectáculo. Cuando ya nos hubimos divertido bastante decidí retirarme porque no me molaba el plan de las suecas de irse a una discoteca. Me volví andando con el francés y dejamos allá a sueco y sueca porque intuimos que querían hacer suequitos.

Cochabamba

Después de un viaje bastante espantoso, en el que inexplicablemente me quedé dormida, por fin llegué a Cochabamba a eso de las 6.30. La impresión no fue muy buena sino más bien de una ciudad bastante pobre. No sé por qué tenía la creencia de que era una ciudad bella pero durante aquellos minutos me di cuenta de que podía estar equivocada.

Caminé por las calles más cercanas a la estación y en dirección al centro de la ciudad buscando un alojamiento libre. Tras unos 30 minutos de caminata y tras haber preguntado en unos cuantos hosteles por fin encontré uno libre. No estaba lejos de la plaza de Armas y el hombre fue muy simpático. Tenía un patio central con plantas y mesas bastante agradable alrededor del cual se ubicaban las habitaciones cuyo mantenimiento dejaba bastante que desear. El señor me dio en 5 minutos una clase magistral de cómo sobrevivir en la ciudad, me tachó del mapa lugares por los que no debía pasar, me indicó cómo llevar las pertenencias y me explicó cómo no debía fiarme si la policía me pedía la documentación y me pedía que los acompañase ya que se trataba de policía falsa que sólo busca robarte. Tras todos los detalles yo me pregunté Pero qué hago yo aquí.

Como ya estaba en la ciudad, aunque me dio miedo todo lo que me explicó, no me quedaba más remedio que visitarla. Tras una ducha me fui en busca de un desayuno con la única condición de que contuviese café. Encontré una cafetería un tanto turística en el centro y decidí meterme a pesar de que no me convencía demasiado. Una vez dentro pedí un café y, tal como estaba escrito en la carta, un croazan. No era café ni croissant lo que comí, pero me nutrí.

De allí me dirigí a la plaza principal, que en realidad no se llama de armas sino 25 de mayo. Está rodeada por bonitos edificios pero su conservación da pena. En el centro altos árboles dan sombra a los bancos donde se encontraban numerosas personas viendo el tiempo pasar. A un lado se situaba la catedral, entré. Tras mi primer recorrido céntrico me dirigí al Cristo. Como el señor del albergue me había aconsejado no tomar taxis, ya que no se puede diferenciar al que no te roba del que sí lo hace, me fui dando un largo paseo por la avenida de las Heroínas bajo el sol.
Para llegar a la cima sobre la que se sitúa el cristo debía tomar un telesférico, ya que por los otros caminos roban a los turistas y a quién se precie. La vista desde el teleférico era grandiosa, descubrí que Cochabamba tenía un lago y que era una ciudad mucho más grande de lo que yo imaginaba ya que se extendía a lo lejos por todos los puntos posibles. El cristo la verdad era supergrande y yo pensaba en cómo lo habían llevado hasta allá, aunque sin duda lo que más me gustó fueron las vistas de la ciudad.

De vuelta a ésta deshice mi camino hasta volver al centro donde visité un par de iglesias y el museo arqueológico. éste me sorprendió porque, además de ser gratis, era bastante curioso. Es cierto que tras visitar los museos arqueológicos de varias ciudades inevitablemente terminas viendo objetos muy similares, pero consiguieron sorprenderme con huesos de mamuts o curiosos atuendos amazónicos.

Harta de pollo me fui a comer a un buffet libre vegetariano, podías echarte cuanto quisieras en el plato por el precio stándar, pero si no eras capaz de comértelo y dejabas la señora te lo cobraba. Un poco madre el asunto pero me pareció bastante lógico para evitar la locura buffetera.

Rellena como un cochinillo paseé por Colón y por el paseo del Prado. Fotografié como una japonesa estresada y terminé de nuevo en la plaza. Busqué tours turísticos para realizar en los alrededores de la ciudad porque presuponía que ésta no tenía mucho más que ofrecerme. Sin embargo la ausencia de turistas en la ciudad hacía que los precios se dispararan porque me ofrecían el tour a mí sola. Lógicamente decliné todas las ofertas y me fui a dormir la siesta.

Cuando me levanté salí a buscar cena pero estaba indecisa. Sabía que no quería estar en esa ciudad más tiempo pero no podía avanzar mucho porque tarde o temprano tendría que esperar a la apertura de Machu Pichu. Mientras caminaba mi estómago rugía, no sabía dónde ni qué comer. Estaba cansada y no tenía ganas de entrar en un bar lleno de bolivianos porque sabía que mientras comían me observarían y no me apetecía ser el centro de las miradas. Terminé en un bar que, aunque venía recomendado en la Lonely Planet, no tenía más turista que yo. Sin pensármelo demasiado pedí una lasaña de carne y una cerveza las cuales degusté tranquilamente antes de irme a la cama un tanto desanimada.

Final Sucre

Como me habían prometido que había unas pisadas de dinosaurios no muy lejos de Sucre y que merecía la pena visitarlas me dirigí a la plaza donde me habían indicado que se tomaba el bus turístico. Cuando llegué pensé en no montarme en aquello. No era un autobús, sino más bien una camioneta a la cual le habían colocado en la parte trasera unos tablones a modo de asientos superincómodos y un techo con un toldo. Para que no cupiese duda de que era el bus que se dirigía al parque cretácico sobre la cabina de la camioneta lucía la cabeza de un tiranosaurio que provocaba la risa al mirarla. Guardando mi orgullo en no sé qué parte subí a aquello y me convertí en guiri oficial.

El camino fue bastante incómodo, tal y como esperaba, no sólo en el sentido físico, sino en el psicológico, ataravesando en aquella cosa los barrios la periferia de Sucre ante la absorta mirada de sus vecinos. A la llegada al lugar me pareció por supuesto demasiado turístico pero al mismo tiempo algo más adecuado para una visita escolar. Por los jardines había representaciones en tamaño real de los dinosaurios y hacían el ruido que según las investigaciones científicas se cree que les correspondía. Tras un pequeño paseo se llegaba a un mirador desde el cual, a lo lejos, se observaban unas manchas en la pared. Con la explicación y la ayuda de unos prismáticos se alcazaba a ver las huellas e incluso a diferenciarlas. Era una pena en cambio que las mejores conservadas se hayan desprendido y perdido a causa de las lluvias. Por este mismo hecho la visita, que antes se hacía a pie de la pared para poder apreciarlas bien, se hace desde el mirador por seguridad. Tras un rato de visionado y fotografiado pasé a un museo que poco tenía de interesante ya que apenas había piezas originales sino reconstrucciones.

Una hora después estábamos de vuelta a Sucre en el Tiranosauriomóvil. Al llegar dudé si entrar en el museo anatómico, pero una miradita desde la puerta me sirvió para intuir que pagaría por ver lo mismo que había visto en mis prácticas de anatomía, buah, seguro que ya me lo sé todo. Mi estómago pudo más y me fui a almorzar al mercado.

Repleta de comida me metí en una feria de libros y urgando entre ellos encontré uno que venía recomendado en mi guía Borracho estaba pero me acuerdo escrito por Víctor Hugo Viscarra es una autobiografía que narra su vida en los peores suburbios de La Paz, él como no podía ser de otra manera murió de cirrosis hace pocos años. El libro te anima a llorar y reír en cada pasaje y es un buen acompañante en las noches paceñas, aunque su contenido es bastante duro de leer.

Compré mi billete para Cochabamba porque sentía que había prolongado mi estancia en Sucre, quise irme ese mismo día pero ya no quedaban y tuve que esperar hasta el día siguiente en la tarde. El resto de mi tiempo en la ciudad no lo dediqué a nada especialmente turístico. Pasée por las calles y jardines, leí en los bancos soleados y charlé con los niños limpiabotas cuando venían a querer limpiarme las sandalias. Visité internet y volví a leer en el hostel.

Por fin el jueves 11 a las 20h salía en un bus semicama, bastante cómodo hacia Cochabamba. Para animar bien el viaje el conductor apagó las luces y puso una película de guerra japonesa muy interesante que me obligó a entablar una entretenida conversación con mi compañero que era un argentino pero esta vez no de Buenos Aires sino de Mendoza. El camino no era malo sino peor. No era una carretera asfaltada sino empedrada y de un sólo carril. A un lado estaba la pared de la montaña y al otro el negro más oscuro que estoy convencida que llegaba a la nada. Cuando venía otro vehículo en dirección contraria el bus se paraba aun lado y dejaba que pasase el otro casi rozando. El colmo fue cuando nos encontramos un trailer en sentido contrario en una curva y tuvimos que dar marcha atrás hacia la nada amenazante, estuve a punto de rezar pero sabía que eso era la rutina de los conductores en Bolivia así que confié en la maña del señor conductor. Por mi propia tranquilidad decidí meterme en el saco y dormirme tapándome la cara y no ver nada más de aquel espectáculo, ya había visto suficiente.

martes, 23 de marzo de 2010

Y... más Sucre aún

Era el martes 9 de marzo y yo permanecía en la cama intentando descansar e engañándome al pensar que me volvería a dormir. El bullicio de la cocina no me dejaría conciliar el sueño de nuevo y, aunque adormilada, con un ojo controlaba que no se pasara la hora del desayuno. Tras un tiempo de vageo me levanté y fui a desayunar. Luego en dirección a la casa de La Libertad.

El edificio que alberga dicha casa está en la plaza 25 de mayo y en su día perteneció a los jesuitas. A través de un patio central, con su respectiva fuente, se accede al resto de las estancias. Mientras se formaba un grupo lo suficientemente grande el guía indicaba a los visitantes que fueran pasando a una sala donde había una exposición sobre la guerra del Pacífico, esa espinita clavada en el corazón de los bolivianos. Creo que en algún momento ya hablé sobre ella, pero si no, haciendo un ultrarresumen podríamos decir que: "había una vez un país llamado Bolivia que tenía costa limitando con sus vecinos Perú y Chile. Un día este último descubrió que dichas costas eran ricas en dos materiales: el guano (heces de aves muy ricas para ser usadas como combustible) y salitre (que se utiliza para.... no lo sé, pero da dinero). Así que Chile que era muy requetemalo decidió darle un empujoncito a su frontera para poder hacer negocios con EEUU (que todo sea dicho financiaba al ejército de éste. La lucha comenzó por mar y luego pasó a ser por tierra. Perú, que era amiguito de Bolivia, entró a defenderlo. Balance final... Perú y Bolivia perdieron parte de su costa, Chile la extendió y algún empresario norteamericano sigue frotándose las manos. Vale, soy mala para los resúmenes, lo acepto.

Una vez que empezó el tour fuimos en primer lugar a una sala donde estaba el trabajo elaborado por las misiones. Los jesuitas se adentraron en la selva, zona este de Bolivia, allá llegaron a evangelizar a través de la música. Para obtener dinero los habitantes de la selva aprendían a realizar manualidades de gran complejidad y mezclaban las técnicas enseñadas por los jesuitas con las heredadas de sus ancestros. Los resultados son realmente sorprendentes y admirables.

De allá pasamos a la sala donde se guardan los restos de María......... de Padilla (tengo que mirar el nombre), una capitana del ejército que luchó hasta la muerte por la independencia del país. Soprendentemente para mí Bolivia fue el país donde empezó todo el pensamiento de la independencia, si bien tuvo que esperar a que llegara Bolívar. La culpa la tenían los libros que venían de Europa, sobre todo de la Francia revolucionaria y que desde Buenos Aires llegaron al país boliviano. En esta sala también se guarda la primera bandera independiente confeccionada que, para que os hagáis una idea, es casi similar a la actual argentina.

La siguiente estancia era la antigua capilla de los jesuitas, que cuando éstos fueron expulsados se transformó en una especie de salón de actos de la universidad, donde se daban los exámenes, que entonces eran orales frente al resto de alumnos, profesores y personalidades, sólo de pensarlo me pongo nerviosa. Allá, además del importante acta fundacional de la República Independiente de Bolivia, se enontraban los retratos y espadas de Bolívar y Sucre. El primero fue el gran héroe de la independencia ya que aunque era venezolano bajó luchando desde su país ayudando a la independencia de los países hasta Bolivia. Tras la independencia de este país le ofrecieron su presidencia, pero él tenía planes más grandes para su persona. Observando su pose en el cuadro y con las historias que me contaron me pareció un poco el Napoleón de las Américas, ya que en mente tenía construir un gran imperio. Cedió el cargo de presidencia a su amigo José de Sucre, que poco duró en el mismo antes de que los bolivianos lo votaran.

La última sala era completamente decepcionante, no materialmente sino por las historias que contaba el guía. Básicamente la inestabilidad política de un país en el que los presidentes son continuamente quitados del cargo o asesinados. Nos fue indicando que pasó con algunos. Entonces nos habló de la Maldición del Che. Desgraciadamente cuando Ernesto Guevara llegó a Bolivia, tras su fracaso en Congo, acababan de ocurrir una serie de transformaciones políticas por las cuales los estudiantes, campesinos y otros oficios vieron mejoradas considerablemente sus condicones de vida. Nadie entendió entonces a este argentino que llegó aquí en busca de una revolución que ya a pocos bolivianos importaba. Cerrados de carácter prestaron poco apoyo al guerrillero que terminó muriendo en Vallegrande por órdenes del gobierno. Poco después todas aquellas personas que tuvieron que ver con su detención y asesinato empezaron a sufrir extraños accidentes y fueron muriendo. Sólo queda uno de ellos, en una silla de ruedas. Acá hablan entonces de La Maldición del Che.

Tras hacerme una foto con el cuadro de Evo Morales, foto de rigor, salí en dirección a la estación de buses. Allá me informé sobre los buses porque aún no tenía claro mi siguiente destino. Finalmente decidí ir a Cochabamba ya que la ruta hasta Santa Cruz, además de ser por unas carreteras horribles, no me daría tiempo a realizarla porque sólo me quedaban unos días para que me cumpliera la visa.

El hambre se apoderó de mí y entré en un pollo-broaster. Me pusieron un superplato con unos espaghetis chinos muy ricos que me comí con mucho gusto acompañando al pollo. Las patatas fritas aceitosas y el arroz seco decidí no comerlo porque estaban bastante malos. Terminado parcialmente mi plato se me acercó una niña pequeña destartalada y despeinada, con una sonrisita me preguntó te lo vas a comer a lo que yo respondí que no al mismo tiempo que hacía un gesto de invitación. Tomando la cuchara y sin apenas sentarse la niña, que difícilmente llegaba a la mesa, deboró las patatas y el arroz que yo acababa de denominar como no aptos. Es difícil describir la sensación que sentí ya que era una mezcla de alegría al ver como comía contenta y de pena ya que aquella pequeñaja se sentía obligada a hacer eso para comer. Entró su hermanito y también cogió comida y finalmente, cuando apenas quedaba nada, llegó otra más mayor que cogió el hueso del pollo que yo había dejado apenas sin carne y lo guardó en un pequeño recipiente que llevaba. Aún cuando pienso en la imagen tengo un sentimiento extraño, indescriptible. No quiero que haya niños así. Aún cuando sonreían al comer sus ojos permanecían tristes.

El resto de la tarde la pasé pensativa. Fui a internet. Volví al hostel. Allá por la noche los chicos planeaban una superfiesta, beber hasta no poder más. Todos los machos me invitaron y, a pesar de verme tentada a montarme una buena farra con un grupo de guiris, decliné la oferta y me fui a dormir, aún pensativa.

lunes, 15 de marzo de 2010

Sucre a fondo

Con el mapa por delante decidí visitar todos los numeritos que indicaban "interés turístico". En la plaza de 25 de mayo unos stands recordaban que era el día de la mujer y repartían información sobre diversos temas, a mi jucio tenían poca concurrencia y los quitaron demasiado pronto.

La mayoría de las iglesias y la catedral estabam cerradas. Seguía teniendo la extraña sensación de pasear por un pueblo andaluz excepto por las extrañas miradas que me dedicaban los otros viandantes. Eran una mezcla como de desconfianza o rechazo. Hombres y mujeres me miraban de arriba a abajo, a veces me hubiera gustado saber qué pensaban; otras me enteraba porque creyendo que yo era gringa hablaban en español de mí y yo me enteraba de todito... jijiji.

Llegué a la Facultad de Derecho San Francisco. El edificio merecía la visita. Un gran patio central con las aulas alrededor, estudiantes tan jóvenes que hicieron que me brotaran arrugas, clases sencillas y una biblioteca con mesas nada cómodas. La gente me miraba sorprendida y yo caminaba como por mi casa, hasta me metí en una clase, pero sólo había chicas hablando, nada de profesor. Después entré como en el rectorado, cuando ví las colas de secretaría recordé viejos tiempos y me temblaron las piernas.

De allí me dirigí al cementerio. La parte principal era mucho más llamativa que la de La Paz, con grandes mausoleos que indicaban que aquella es tierra de dinero. En la avenida central hay algo que me pareció muy sobrecogedor: en los bancos situados a lo largo de la misma hay sentados ciegos con un gran crucifijo al cuello que por unos pesos rezan al muerto, de carrerilla y meneándose hacia alante y atrás con sus ciegos ojos colocados en el infinito. Si hubiese visto esa misma imagen un día que no fuese soleado o en la noche habría salido corriendo del pánico.
El resto del cemnterio carecía de interés aunque la estética era bastante más cuidada que en el de La Paz.

Tras la comida visité el museo de telas donde te explicaban la diferencia del bordado según la antigüedad, el origen étnico e incluso el sexo de la persona que lo realizaba. Era muy curioso aunque al final era un poco cansado leer todas las explicaciones y desgraciadamente no estaba permitiso hacer fotos incluso sin flash. A este museo le siguieron otros dos: el de arqueología y el colonial. Sentí que había llegado un momento en el que había visitado muchos museos y las cosas empezaban a repetirse. El museo etnográfico era exactamente igual que el de La Paz pero más pequeño.

Un poco cansada terminé la visita a la ciudad buscando las pequeñas plazas que venían en el mapa. Al terminar quise cenar algo pero ya era tarde para el horario boliviano y todo estaba cerrado, mi única solución eran los bares más turísticos. Entré en una pizzería llena de bolivianos y allá cené con tranquilidad hasta que una cholita mayor intentó venderme un ramo de manzanilla golpéndome con él. No entendí la estrategia de marketing, sólo me resultó bastante desagradable.

Muerta de sueño volví al hostel e hice tiempo leyendo a que mis compañeros terminaran sus deberes de español. Como el sueño podía conmigo me metí en el saco, pero lo malo que tenía ser la única que hablaba español en la habitación era que de pronto una voz en off preguntaba "puedes decirme si un plátano es lo mismo que una banana" (con acento gringo) y tú: siiiiiiiiiiiiii.

Sucre day

Desayuno en la gran cocina del albergue con muy poca mantequilla para mi tostada y muchos franceses. Hablando unos de ellos me conocían "ah tú eras la que no te habían guardado la reserva en la Casona y estabas enfadada con el hombre" me dijeron (pero en francés). Me resultó un tanto incómodo que me conocieran de ese momento. Estuvimos hablando sobre rutas de trekking que podían hacerse alrededor de Sucre, donde podían visitarse un volcán y unas lagunas. Quedamos en buscar rutas y escribirnos, ya que ellos abandonaban el albergue. Después descubrí que hacerlas en esta temporada era una verdadera locura ya que las lluvias hacen el camino muy peligroso. Así se quejaban las francesas de que aquello había sido un desastre. No está mal informarse antes de meterse con un guía loco en el monte empapado y desastrado.

Salí de paseo con Barry y la canadiense. Él estaba totalmente demacrado después de la noche y le enseñé una palabra que me dijo que necesitaba conocer porque la iba a usar mucho: resaca. Nos dirigimos al mercado, donde dejamos al resacoso. Nosotras, como teníamos ganas de conocer algo más, nos dirigimos calle arriba bajo el sol hasta el Monasterio de la Recoleta. CALOR. Desde allá había buenas vistas de la ciudad y una brisa que refrescaba nuestros cuerpos. Permanecimos allá un tiempo hablando y haciendo fotos. Yo decidí no volver a ese lugar porque estaba muy lejos a pesar de que en la guía recomendaba visitarlo por dentro, pero bastante monasterio había visto yo ya.

De regreso volvimos a pasar por el mercado y compramos para el almuerzo. Comprobé que en Bolivia es más barato comer en la calle que comprarte la comida y hacerla tú mismo. Sin embargo, la gran ensalada acompañada de dos huevos fritos y de postre una sandía me hicieron realmente feliz, sí lo sé, qué fácil hacerme feliz. El momento de degustar la sandía, fresca y dulce, con el calor del ambiente mirando el patio a través de la ventana de la cocina.... realmente maravilloso. Y para culminar.... una siesta.

Cuando me deperté despedí a la canadiense y su lugar fue ocupado por otro francés. Nos fuimos de excursión al supermercado porque queríamos ver como era uno aquí en Bolivia, de momento el único que he visitado. La moraleja es que es muy caro el supermercado, comparado con España es barato, pero teniendo en cuenta el nivel de vida de acá resulta realmente caro. De hecho hay productos como el atún, chocolate o queso que tienen los mismos precios que allá o incluso más caros (aquellos de importación).

Tras la cena me fui un rato a internet y estando allá unas chicas intentaron llevarse mi mochila sin permiso. Se acercaron a mi silla y yo que soy muy simpática les pregunté "¿qué estáis viendo las fotos?" Entonces tuvieron una reacción rara que me olió a chamusquina. Yo tenía la mochila junto a mi pierna ya que tenía un pequeño problema de espacio con mis piernas y la mesa del ordenador. Entonces les dije que qué querían y me miraron sin decir nada y dije ok, cogí m mochila y le estrujé entre mis piernas y la mesa, entonces se fueron. Me dio pena porque eran pequeñas, quizás no lo consiguieon porque sólo eran aprendices, pero aún tenían edad para jugar. La situación me entristeció y enfureció a la vez y algo indignada me fui a dormir.

domingo, 14 de marzo de 2010

De Potosí a Sucre

El día amaneció soleado, así que tras mi desayuno di una vuelta por la ciudad y decidí pararme en una plaza a vegetar en un banco bajo el sol. Cuando empecé a saentir que mi sangre ebullía decidí retirarme y paseando llegué al convento de San Francisco. Entré. Lo más curioso no era otra cosa que las maravillosas vistas de Potosí que hay desde su tejado, el cual se puede visitar y las pequeñas terrazas que en él se encuentran. El resto de la visita lo conformaban unas criptas de poco interés, una iglesia muy recargada al estilo barroco donde se encontraba el Cristo de la Veracruz considerado un milagro. Esto se debe a que, según cuentan, antes de la fundación de Potosí este cristo aparecío en las costas de Veracruz con la inscripción "para la ciudad de Potosí", además tiene rasgos indígenas y pelo naturas que los franciscanos tienen que cortar todos los meses porque crece. Yo para variar sigo sin creer en los milagros. La parte más interesante de la visita, para mi gusto, fue cuando explicó que Antonio José de Sucre (primer presidente de Bolivia ya que su amigo Bolívar le delegó el cargo) estudió la actividad de las diferentes órdenes religiosas en el país y expulsó a aquellas que no tenían servicio a la comunidad. Los conventos e iglesias fueron transformados en colegios, hospitales, teatros... para el beneficio de todos. Grande Sucre, grande.

Tras mi última visita turística en Potosí me dirigí a la estación de buses que parecía una estación espacial, sobre todo comparada con el resto de la ciudad. El camino estaba asfaltado y el bus era cómodo. Ya pensaba que todo sería perfecto en este viaje cuando PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!!!!!! El conductor tocó el claxon como si fuese el fin del mundo. Mi compañera de asiento y yo nos sobresaltamos. El problema empezó ahí. Cada vez que iba a adelantar, había un peatón en la carretera o se le cruzaba una mosca el señor conductor apretaba con todas sus fuerzas el claxon hasta que nos reventaba el tímpano y nos producía una taquicardia. Intenté dormir, pero no pude; intenté leer sin lanzar el libro con los pitidos, pero no pude; respiré hondo, observé el paisaje e intenté, inútilmente, hacer oídos sordos.

A mi llegada al Amigo la reserva seguía vigente, bien!!! Salí a pasear por aquella ciudad blanca que me parecía un pueblo andaluz a lo grande con sus casas bajas blanqueadas, su plazoleta con palmeritas, abuelos en los bancoa y una iglesia blanca, por supuesto. Además en la iglesia de la Merced encontré la típica mari de pueblo en chandal... qué bueno!!

Al llegar a la plaza 25 de mayo, que es la principal, me di cuenta que estaba en la ciudad más rica de Bolivia: calles asfaltadas y con aceras, limpias, con papeleras, jardines cuidados y paso de peatones con silbido que los coches respetaban. Se nota que es una ciudad bastante burguesa, al fin y al cabo fueron los adinerados de las minas quienes se vinieron de Potosí debido a que Sucre tenía mejor clima.

Pasando por calles que me hacían sentir como en casa visité varias iglesias, el hospital de Santa Bárbara y el teatro llegando finalmente al parque Bolívar. Es fácil encontrarlo aunque seas ciego, miles de niños corren, juegan y sobre todo, gritan. Una verdadera alegría para el cuerpo. Siguiendo el consejo de la guía busqué el puesto de Sandra y me compré un cono de helado de coco, uhm,!!! realmente delicioso. Paseé tranquilamente por el parque, bajo el solecito, con mi helado. Después de ver tanto tiempo a niños pidiendo y trabajando resulta realmente satisfactorio ver montones de niños sin otra preocupación que la de ser niño y como dice Galeano "como juega el niño sin saber que juega".
En el parque también había parejitas en plena muestra de amor y grupos de jóvenes en el césped con "La fiesta pagana de Mago de Oz" como fondo musical. Incluso encontré al Barney de Sucre, que hacía como el que leía interesantemente mientras observaba sobre su libro... el paisaje. Al pasar a su lado se levantó accidentamente, creo que realmente debe ser una buena técnica, pero yo me reí. Además de todo este espectáculo había una especie de Tour Eiffel donde los niños trepaban, había tirolinas, carruseles, norias, coches, bicicletas.... e inevitablemente gente pidiendo.
Seguí la técnica de Barney y me puse a leer en un banco. Sorprendentemente descubrí que el vestido de las cholitas no es más que una imitación de la vestimenta de las andaluzas que acá vinieron. Yo sabía que el sombrero, aunque característico, no es original, sino una venta de una superproducción que hicieron los ingleses. La pollera (falda) es una imitación de las que vestían las españolas acá. Tras la independencia las cholitas usaron a modo de rebelión una ropa hasta entonces prohibida para ellas. Anteriormente sus faldas eran largas y sin vuelo. Además el mantón que visten es también copia de los mantones de Manila portado por las ricas de entonces. Quedé sorprendida al ver que algo que pensé que era tan original no es más que una extraña mezcla de otras culturas que con el tiempo a terminado siendo una propia.

De vuelta al hostel hablé con Barry (uno de mis compis de habitación) y otras tantas francesas por si se animaban a venir a un concierto, pero las unas estaban cansadas y la finalidad del otro era beber y ya después vería. Con tales compañeros me fui a cenar sola y tras eso al concierto. El ambiente del bar era muy bueno, mucha gente y happy hour (2 caipirinhas x 1= 1.4€, aunque ni de coña eran como las de Kadó) Encontré allí a las holandesas que habían estado conmigo en la isla de Tamaní en el Titikaka y me uní a ellas. Empezó el concierto y tuve la extraña sensación de estar en Tomares, un patio con unos chavales tocando, muchos emocionaos, un naranjo y un jazmín, era inevitable. Mis amigas volvieron a decepcionarme como días atrás y a las 23h se fueron a la cama. Quedé sola con mi caipirinha y bailando hasta que se me acercó un australiano y nos pusimos a hablar. Al rato ya me había unido al grupo, dos australianos y dos austriacos. La austriaca me sonaba muchísimo, aunque evidentemente no lo conocía. Tras algunas canciones caí en que era 90% parecida a Robin Scherbatsky (tuve que buscar el apellido, uf). Me resultó curioso porque días a trás me pasó algo parecido con un chileno en la isla del Sol y tras un tiempo me di cuenta que era igual al negro de "Malviviendo". Puede que sea cierto eso de que cada uno tenemos por ahí a un doble así que me voy a buscar al doble de Jacky Ido.

jueves, 11 de marzo de 2010

Potosí es todo iglesia

Eso es lo que se suele decir por allá y la verdad es que razón no les falta. Dediqué mi tercer día a visitarlas y puedo asegurar que eran muchas.

Empecé en el monasterio de Santa Teresa. Era sólo para hijas de familias acomodadas y entrar allí era una especie de privilegio, aunque era de clausura y muchas de las chicas que entraban allí a sus 15 años no salían más, de hecho están allí enterradas. La fundadora fue una hermana muy exigente que había venido de Ávila y por lo que contanban de ella tenía que haber sido tremenda. Además de la clausura tenían voto de silencio y de pobreza. Casi me muero cuando me enteré que sólo podían hablar dos horas al día. No comían carne, su cama no tenía colchón y debían rezar unas 7 veces al día. Reconozco que yo me habría vuelto loca.

Lo que más me llamó la atención del convento es que, a pesar de que las monjas vivían en condiciones muy básicas,l tenían muchos tesoros que ahora son expuestos, era la dote. Las familias tenían que entregar regalos para que fuesen aceptadas, así el oro y la plata abundaban por todos los rincones. Nos mostraron incluso espejos cuyo reflejo no era producido por un cristal sino por una fina lámina de plata..... ver esto después de haber entrado en las minas es totalmente encolerizante. Además realizaban trajes para las vírgenes con los que ellas portaban el día de su llegada, de lindas telas. Sus cabezas eran rasuradas y el pelo utilizado para las mismas vírgenes.

Un poco decepcionada y al mismo tiempo algo enfadada me fui a ver la iglesia de Copacana y San Benito. Entonces me di cuenta de que mi guía azul, además de tener mal algunos teléfonos y direcciones también tiene errores en los mapas, no es que me perdiera, que os veo venir, el mapa estaba mal hecho.

Tras mi larga y religiosa mañana degusté unas deliciosas salteñas en la plaza del mercado y me manché los últimos pantalones limpios, que ya no lo eran. Con mis pantalones llenos de salsita picante seguí visitando numerosas iglesias. En una de ellas encontré que la AECI (Agencia Española de Cooperación Internacional) la había convertido en una escuela de carpintería, me colé por allí y vi a los chavalitos trabajando en el taller. ¡qué lindo aprender un oficio! Bravo por la AECI.

Seguí algunas horas buscando, encontrando y fotografiando iglesias y casonas. Durante mi trayecto me llamó la atención la manera de ir al cole en Potosí. El niño potosino lleva uniforme, mochilón ¡ y va escopetado! Yo creo que la mochila es tan grande porque llevan reactor, qué forma de correr. A mí me producía pánico cuando veía que un grupo venía hacia mí... "¿por la derecha?¿por la izquierda?, uhm mejor me quedo quieta y que las termitas me pasen por donde puedan... mujer de hielo"

Después de ese gran paseo decidí meterme en un guiribar y me tomé el café más rico que he probado desde que estoy aquí, aunque me costó lo mismo que un almuerzo en el mercado (unos 80cts), pero lo necesitaba.

Cafeteada me dirigí a la casona a reservar con pago incluido el albergue en Sucre. Una vez allí comprobé que podía comprar también el billete de bus. Me explicaron que si no se paga es fácil que quiten la reserva porque la gran parte de los turistas reservan y luego no se presentan, así ellos pierden dinero. Desgraciadamente no tenían cambio de 50, así que me fui a una confitería cercana y me compré unas pastas............. maaaaaaaaadre!!!! qué ricas!!!! Estaban tan buenas que volví a felicitar a la señora.

Como era viernes pensé que quedarme sola en el hostel era muy triste. Pensé irme a los pubs para turistas del centro, pero eso de hablar inglés y escuchar música gringa en Bolivia no me motivaba. Empecé un paseo nocturno que terminó en la plaza del mercado donde unos humoristas callejeros hacían una representación. Tenían un humor fácil y parecía una representación de fuego de campamento pero me hicieron reír un buen rato. Como era la única turista entre un montón de bolivianos y mi altura me hacía sobresalir, uno de ellos se dirigía a mí constantemente y me hacía bromas que la verdad fueron más elaboradas que las que había recibido hasta el momento. Tras un par de hora riendo y tras haberles dado unos 5 bolivianos (50 cts) me fui pensando que esta noche había sido la más aunténtica que podía haber tenido.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Potojsi

A primera hora de la mañana salí, con mis amigos los japoneses, hacia el Cerro Rico. Actualmente además de ser una atracción turística es una fuente podemos decir imprescindible de riqueza para el país. Apenas queda plata, parece que los españoles se la llevaron toda. Sigue habiendo estaño y zinc y a veces la naturalea da una sorpresita expulsando un poco de plata. Cuenta la leyenda que el inca Huayna Kápac conocía la riqueza del cerro y se dirigió a él en su búsqueda. Una vez dentro con sus hombres y habiendo encontrado plata las paredes rugieron anunciando que no era para ellos las riquezas sino para los que vendrían de más allá. Los incas salieron de allá y el monte pasó a llamarse "Potojsi" que viene a significar algo así como trueno.

Años más tarde, cuando los españoles ya andaban por el terreno, se cuenta que Diego Huallpa siguiendo a unas llamas perdidas entro en la mina. Para poder ver encendió fuego y, según la versión de la historia, vio que las paredes brillaban de plata o bien los hilos de plata derretida recorrían el suelo.

Sea cuál sea la verdadera historia, se sabe que la mina fue explotada desde tiempos de los incas y probablemente antes. Lo que sí hay que destacar es que con la llegada de los españoles y sus ansias de metales preciosos las extracciones aumentaron en cantidad. Llegaron a traer esclavos negros, que compraban a Portugal, Francia, Holanda o Inglaterra; pero los africanos, que no estaban acostumbrados a la altura, más los trabajos forzados de la mina morían en pocos meses. Tras la muerte de no sé sabe qué cantidad de africanos, los españoles decidieron utilizar autóctonos que eran más resistentes, aunque las condiciones de trabajo y el trato seguín siendo igual de horribles. Probablemente esclavizaran a todo aquel que fuera apto para el trabajo independiente de su profesión anterior, lanzando a la mina a científicos, artistas...

Para nosotros la mina tenía una visión diferente. Te dan todo el equipamiento necesario para no ensuciarte y cuando te "disfrazas" puedes hacerte fotos haciendo el tonto, como los japoneses. Una vez preparados os dirigís a la mina y antes de entrar el guía explica cómo es el trabajo dentro. Miguel, que era el que vino con nosotros, había trabajado allá unos años y ahora sólo entra como guía. A mí me sorprendió la cantidad de "sustancias" que se consumen en la mina. Por supuesto tenía entendido que es un trabajo duro, pero no entendía cómo podía llegar a ser si los mineros necesitan estar bebiendo singani, mascando coca y fumando. Probablemente sea una mezcla de necesidad y vicio, en mi opinión. Pregunté si había muchas muertes por silicosis, la respuesta me sorpresndió: la primera causa de muerte entre los mineros no es esta típica enfermedad de la mina, sino la cirrosis. Cuando me mostraron el singani lo comprendí, es un alcohol de 96º que se puede beber. Nos "sugirió" que le llevásemos regalos a los mineros porque, aunque se paga una comisión por entrar en la mina, acogen con gran alegría los presentes llevados por los turistas.

En la entrada de la mina había algunas mujeres que trabajan fuera, aunque también hay alguna que trabaja dentro, y algún minero que había terminado su turno y andaba algo borracho. "Chinoooooooosss" gritó y empezó a hablarles en lo que él consideraba que ers su idioma "ouaaaaannnn chuuuuuuuuuuuu niiiiiii chaaaaaaaaaa" Yo me partía y Miguel le decía que no les dijera que eran chinos, que se iban a ofender, pero como el tío tenía todo el arte (y muy pocos dientes) , los japoneses reían. Cuanto más lo hacían más se reía el otro..... hasta que nuestro guía decidió cortar aquel círculo de absurda diversión, no sin que antes mis amigos los japoneses se hicieran una foto con el, muy sonrientes, por supuesto.

También había algún niño por allá jugando, entre ellos Alex, que iba con una pistola de plástico diciéndo "manos arriba", yp levanté las manos y entonces me disparó ¡qué mamón! le dije que no se podía disparar así, le conté que podía ser peligroso porque creo que no era demasiado consciente. Pero la verdad que aunque me escuchó creo que no me hizo mucho caso.

Disafrazada y disparada entré en la mina.... "¿qué es ese ruido?" pensé..... "rápido, para fueraaa", joé qué susto!! Venían tres mozos hechos unos animalitos arrastrando un carrito por un rail. Pensé que aquella rueda podía ser cualquier cosa menos rueda, pero la fuerza de aquellos hombres la hacía rodar. Empecé a comprender la necesidad de la coca.

Tras el primer intento fallido nos volvimos a adentrar en la boca de la mina. Tenía que ir un poco agachada porque el techo era bajo, había además cables, tuberías y palos por todas partes. El suelo estaba mojado y era bastante irregular. Debía ir alumbrando con el frontal arriba y abajo, haciendo que el casco se balanceara a pesar de haberlo ajustado a lo máximo. A veces escuchábamos que venía el carro y había que buscar un hueco en el cual refugiarse para permitir su paso.

Durante unas 3 horas estuvimos recorriendo galerías, esquivando peligros, sabiendo que no existía ni salida ni protocolo de emergencia. Realmente allá se sigue trabajando como siglos atrás. Las técnicas no son muy modernas: picos, palas, poleas, carros que descarrilan fácilmente.... podría decirlo de un modo poético pero prefiero decir que es un trabajo de mierda. Si yo fuera minera desde luego mascaría coca hasta más no poder. En las zonas alejadas de la salida falta el oxígeno, hay poca luz y si no mantienes la tranquilidad puede llegar a ser realmente muy agobiante. Había además un pequeño museo en el que se explicaba el trabajo ayer y hoy. Por supuesto hicimos la visita "al Tio". Es una especie de figura de veneración, una mezcla de diablo con no sé qué. Los días de visita suelen ser los martes y viernes. Se le esparcen unas hojas de coca por encima y singani sobre éstas. Tras eso se enciende un cigarro y tras algunas caladas se le coloca en la boca y se observa cómo éste se consume. Ellos aseguran que "el Tío"fuma, pero a mí me da que es la corriente de aire que hay allí, yo como siempre tan incrédula.

Sin duda la peor parte de la visita fue cuando cambiamos de galería y tuvimos que pasar sobre tableros, el guía decía"tened cuidado que hay 50m de caída" tú mirabas hacia abajo y cruzabas hasta los dedos de los pies. Luego pasamos por huecos que te obligaban a ponerte en cuclillas y tras eso subida por rocas con barro y sólo podías agarrarte al barro de la pared. Recta final por una escalera hecha de palos y una vez en la otra galería. Su madre, Miguel muerto de risa y yo sin oxígeno para hablar. Sólo pude tomar aliento y decir "qué jodido"

Tras haber recorrido galerías, haber saludado a los mineros, haberles dado regalos a los diferentes grupos y haber hablado con ellos, por fin salimos a la luz. Fue como un parto, agachadita, por el pasillo hacia la luz y al salir pensé que había vuelto a nacer. Es el trabajo más horrible que he visto en mi vida. Los rostros sudados, cansados y precozmente envejecidos de los mineros hablan de un trabajo inhumano que es difícil creer que siga existiendo.

Como los japoneses habían comprado dinamita querían ver cómo explotaba. Miguel y el otro guía, José, prepararon los cartuchos. Tenían una mecha de unos 2 minutos así que cuando la hubieron encendido se la pasaron a los japoneses para que se hicieran fotos sonriendo y gritando. Yo hice un vídeo y pasé de coger aquello. Debo colgarlo en facebook.

Una vez todos contentos volvimos a la ciudad y alex se vino con nosotros en el bus, para él el de los turistas es su bus escolar, ya que la mina está lejos de la escuela pero él va todos los días. Bien por él.


La tarde la dediqué a ver la Casa de la Moneda. El edificio y su contenido resultaba bastante interesante, pero el guía resultó totalmente decepcionante. Yo había leído que la visita duraba 3h, sin embargo la hicimos en 1h30m. Él nos dijo que había muchos cuadros y monedas pero que no las iba a mostrar todas. Yo pensaba que ya que había pagado deberían enseñarme hasta las cañerías. Vimos algunos cuadros, monedas, aparatos de fabricación antiguos, fundición, museo natural, museo de plata y máquinas antiguas. Una ligera explicación bastaba y mientras intentábamos inmortalizar aquella maravilla el guía, apoyado en la pared, bostezaba. Cuando volvía a este mundo nos sacaba corriendo de allí para ir a otra sala. Qué estrés de hombre. Me hizo tan infeliz la visita que cuando salí fui a poner una reclamación. Parece que no es la primera vez porque le señora me preguntó qué guía era y cuando lo identifiqué, su gesto de cabeza y cara y ese yaaa, me lo dijeron todo.

Siguiente visita: catedral. El guía todo lo contrartio, quería ser tan amable que resultaba pesado. Me hizo la visita a mí sola, yo lo atiborraba a preguntas, sobre la catedral, sobre la ciudad, sobre Bolivia. Él decía que le encantaba que estuviera tan interesaba y decía continuamente "perfeeeecto Alba" intentaba examinarme sobre los cuadros de la catedral y se sorprendió cuando le descubrí el origen de aquellos extraños azulejos..... sevillanos. De cada cosa que yo me preguntaba yo inspeccionaba los detalles y lanzaba una hipótesis acertando en la mayoría de las veces. Creo que alucinó un poco conmigp, pero es que le eché muchísima cara.

Junto a la iglesia descubrí una cosa que me encantó. Una antigua iglesia actualmente es un teatro, el resto del monasterio un colegio y la terraza superior un bar. Genial idea esa.

Esa noche descubría la tragedia del troyano en mis tarjetas de memoria, mi usb y mi cd. El señor del ciber se portó muy bien conmigo y me ayudó a eliminarlo, un santo. Para celebrarlo me compré un chocolate que sabía a cualquier cosa menos a chocolate y lo boté a la basura.

Potosí

Clavándome un dedo y gritando con voz dulce "boletooooo" me despertó el chico del bus, gracias a Dios estaba en Potosí. No sé cómo había dormido en aquel bus en el cual mis piernas estaban estiradas en el pasillo y todos me pisaban cuando pasaban. Creo que el agotamiento del tour de salar me fue de gran ayuda. Medio dormida salí del bus y se me echaron encima 1500 taxistas diciéndome precios y alojamientos. ¡qué locura! Intenté centrarme un poco y hablé con un joven que me propuso precios coherentes y me llevó en su taxi junto con su señora y su churumbel. Como estaban de huelga lo del alojamiento estaba complicado y terminé en un sitió bastante cutre aunque el señor fue muy amable conmigo.

A la mañana siguiente me dirigí a primera hora a la Casona, donde había hecho reserva y tenía que llegar antes de las 12pm. Cuando llegué..... ya no tenía reserva. El chico me dijo que como no había llvado mi mochila.... La cuestión es que yo le había preguntado si podría dejar allá mi mochila si llegaba temprano por la mañana y me dijo que sí. De ahí lo extrapoló a que al no haber dejado mi mochila ya no iba. Me enfadé un montón porque tuve que ponerme a buscar de nuevo alojamiento ya que a ellos no les quedaba nada. Después de un buen rato subiendo y bajando por Potosí, y justo antes de ir a liársela al del hostel por ser tan corto, encontré un alojamiento 10 bolivianos más caros pero en habitación individual. La señora era muy amable. ¡¡Y estaban allí mis amigos japoneses!! Tuve que ayudarles en la traducción porque la señora no hablaba inglés ni ellos español.

Tras recoger mi equipaje de La Casona, comí de maravilla en el restaurante de enfrente al Felimar (mi nuevo hostel). Ensalada, sopa, plato principal, bebida y postre por 1€. Lo que más me gustaba era que no había ni un sólo turista sino autóctonos. En la tele hablaban de la huelga y de los excesos de los piquetes. Me llamó muchísimo la atención cómo un grupo de conductores sostenía a otro mientras un tercero lo azotaba con un cinturón.... ¿todo esto por no poder conducir ebrio? Me parecía una verdadera salvajada.

Como sentía que debía despejarme un poco tras mi enfado matutino, volví a mi habitación y me vi una patética peli gringa de un desgraciado parecido a Ted Mosby que buscaba su pareja ideal, totalmente vomitiva. Al menos me ayudó a conciliar el sueño y dormí durante horas.

El resto del día lo dediqué sencillamente a buscar un buen tour a las minas, aunque básicamente me dirigí a la agencia que me habían recomendado unos argentinos. Ya con mi tour comprado paseé tranquilamente por la ciudad disfrutando de sus edificios y de la luz del atardecer hasta que la noche me devolvió a mi habitación a terminar viendo casualmente "Broke back mountain" (que aquí se llamaba "secreto en la montaña")

martes, 9 de marzo de 2010

Día 3: fin del tour

Nos despertamos a una hora inhumana y además no había luz, salimos sin desayunar. ¿tan temprano por qué? me preguntaba yo. La respuesta es que los geiséres que íbamos a visitar deben verse temprano porque con la claridad deja de apreciarse el vapor de agua. Cuando llegamos a ellos no sé qué era peor, si el frío, el ruido que éstos producían o el olor a azufre (que para el que no lo sepa es a huevo podrido). Las canadienses pasaron de bajarse e hicieron las fotos desde la ventanilla del coche. Yo creo que, ya que estamos aquí hay que ir a por todas, así que me retraté como pude.

Unos minutos más tarde ya amanecía y llegábamos a las termas. Llevaba 3 días sin ducharme y mi cuerpo me pedía que me lanzase directamente a la poza, sin embargo mi sentido común me decía que tenía puesta una camiseta térmica, un forro polar y el cortavientos y que el frío NO es psicológico. Tras un rato observando cómo salía vaporcito de agua y la sonrisa en la cara de los guiris, me dije, "joder patxi allá vamos". Hice un rápidp streeptease nada elegante y me faltó hacer una bomba. Una vez dentro sentí un enorme placer, realmente estaba muy calentito, pero sólo si lo único que mantenías fuera era la cabeza. Teníamos prisa porque teníamos que dejar a las canadienses en la frontera con Chile a las 9 pero no queríamos salir del agua (ellas no se habían metido). Nos hicimos de rogar pero al final no tuvimos escapatoria. Para el desayuno teníamos tortitas!!!!!! Y mientras las comíamos bailábamos al son de la música. Los argentinos me presentaron a otros porteños que iban a Potosí y les dije que me iba con ellos, que no tenía ganas de viajar sola.

Salimos apresurados a conocer la Laguna Verde, no recuerdo por qué el color, pero me suena que era también por el plancton que en ella habita. Pasamos antes de llegar a ésta por un desierto que se llama de Dalí porque recuerda a la escenas de sus cuadros. A mí me recordó al de los elefantes con patas alargadas, sí soy una cateta y no conzco el nombre, pero so sería sincera si lo buscase en google y lo pusiera en plan cultureta (quien quiera que lo busque, venga Lobo!!) En la laguna no permanecimos más de 10 minutos para hacer fotos y salimos escopetados hacia Chile. Una vez que nos despedimos vino la mala noticia: nos quedaban 8h de viaje y pararíamos lo mínimo posible..... SOCORROOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

Néstor fue buena gente y nos dejó hacer una parada-pis tras unas horas de viaje. Con tanto salto no podía leer y como el paisaje era realmente hermoso mi distracción consistía en intentar hacer una foto que mereciera la pena, tristemente creo que no lo conseguí.

Paramos a comer en una aldea muy bella, con su iglesia chiquita, su pared de roca, sus casas bajitas, su río y al fondo las montañas nevadas. Y allí estaban mis amigos japoneses haciéndose fotos y sin parar de reir. Al fin comí las famosas Milanesas (o como escriben Milanezas) que no son otra cosa que un escalope de pollo.

Tras eso el camino era directo a Uyuni parando antes en "el valle de rocas". Otro lugar en medio de la nada donde las rocas toman figuras caprichosas, echándole imaginación es muy divertido. Me habría encantado quedarme más tiempo, una hora quizás, perdiéndome por allí y haciéndo fotos. Sin embargo el tiempo apremiaba y sólo estuvimos 10 minutos. GRRRRRRRR

Al final del largo día llegamos a Uyuni con retraso. En la agencia pregunté si me habían reservado mi billete, la señora con cara de póker me dijo ¿a Oruro no? NOOOOOOOO A POTOSÍ!!! Entonces me di cuenta de que no tenía ni idea. Los otros chicos no llegaban y no sabía qué hacer en ese momento. La señora llamó a la terminal y me dijo que me tenía que comprar el billete para hoy ya que al día siguiente empezaba la huelga de conductores. Ésta se debía a la nueva ley de Evo que básicamente prohibía beber a los chóferes retirándoles la licencia si dan positivo en el control de alcoholemia durante su servicio.

Aunque los chicos tomaron otro camino, la señora fue a comprarme el billete mientras yo me cenaba un pollo broaster. Tras eso llamé a la Casona en Potosí para reservar mi alojamiento al menos para el día siguiente porque no sé cuándo llegaría.

Subí a un bus de macho peruano 100% y salí de Uyuni. El camino era bastante malo, de sierra con sus curvas y sin asfalto. Los amortiguadores del bus dejaban mucho que desear y para asegurarse que nadie leía allá el señor conductor apagó las luces. Con el ajetreo, los frenazos y los esquivamientos de charcos pensé que la solución era dormir. El asiento no era muy anatómico pero abrí mi saco y me convertí en oruga, me tapé la cabeza enteramente deseando haber llegado a Potosí cuando me despertara.

Día 2: lagunillas

Nos despertaron temprano y nos pusimos de desayunar, al menos yo.....

El camino seguía bastante imposible pero el paisaje era precioso. Una de las canadienses se afanaba en fotografiar una señal de "peligro yama" pero su dedo no era lo suficientemente rápido. Tras muchos intentos al fin lo consiguió lo cual fue celebrado con un gran griterío en el interior del auto. Atravesamos montañas y llanuras llenas de yamas con una especie de "pendientes" Néstor me explicó que son las comadres, se les colocan antes de carnaval y le dan un aspecto supercachondo al animal.

Llegamos a la piedra del cóndor, que esta vez sí que parecía el animal. Era una zona con rocas erosionadas por el viento que tomaban curiosas formas. Vi una vizcacha, una especie de conejo pero más grandote y la perseguí hasta conseguir una buena foto. Poco después paramos a comer por el camino, en medio de la carretera con vajilla y todo.

Cuando llegamos a las lagunas me decepcioné un poco, pensé que sería mucho más grandes, pero la verdad es que daban la impresión de estar un poco secas. Este clima está loco, es salar inundado y las lagunas medio secas, sin embargo cuando pregunté me dijeron que suele ser así. Tras ver dos de ellas nos dirigimos al árbol de piedra, una especie de desierto en la que las pocas rocas que quedan han sido espectaculramente erosionadas por el viento y entre ellas la más famosa es al árbol. Tras la foto de rigor escalé por unas rocas para poderme hacer otra en una ventanita que había allá en lo alto. Mis amigos los japoneses llegaron y empezaron a hacer más fotos haciendo tonterías, unos cachondos.

Poco después llegamos a la laguna colorada, que toma esta tonalidad del tipo de plancton que contiene. También se pueden ver flamencos poco fotogénicos. Estando en ella se levantó un viento brutal que casi nos obligó a irnos directamente al alojamiento. Una vez allí dormí la supersiesta y me desperté justo para la merienda. Tras ésta me fui de guay a dar una vuelta "a ver las vistas". Volví con el rabo entre las patas del frío que hacía así que me quedé junto a la caldera del agua, leyendo y ayudando a la señora a entenderse con los guiris.

En la cena fue el momento que reventé. Había espaguetis pero como las chicas no tenían mucha hambre Laura me puso un platazo de campeonato, dijeron que no me lo terminaba..... me lo terminé, pero no podía ponerme en horizontal. Mientras el bolo pasaba a mi intestino estuvimos hablando un poco de todo, interesante conversación entre argentina y española. Aquello bajo y pude horizontalizarme, por dios!!

lunes, 8 de marzo de 2010

Salar día 1

Aunque me levanté temprano volvimos a salir tarde. Llevábamos un conductor algo mayor (Néstor) que nos dijo que llevaba más de 20 años haciendo la ruta y una cocinera jovencita algo tímida (Sandra). El grupo lo conformaban 3 canadienses, 2 argentinos (porteños como no) y yo. Antes de salir en la agencia me aconsejaron pantalón corto y sandalias porque el salar estaba totalmente inundado (por lo cual ni lo cruzaríamos ni llegaríamos a la Isla de los Peces).

El camino hacia el salar era una carretera de tierra llena de baches y charcos, a apesar del 4x4 parecía que llegaríamos difícilmente. Para mi tranquilidad Néstor parecía todo un experto en la carretera y para mi sorpresa era bastante simpático. Yo les pregunté el nombre y me presenté y seguí haciendo presentaciones oficiales en el vehículo. Él hacía bromas y puso música gringa que animó a las tres canadienses que se animaron a cantar. Yo las bauticé como "Las Supremas de Quebec" y ellas encantadas. En medio de la ruta hicimos la típica parada en las tiendas de los amigos de los conductores. Había un "museo" cuando entré oí como un guiri decía "It'a a museum of souvenirs shop" lo cual me pareció una gran definición y con mi peculiar discrección di una gran carcajada.

De pronto parecía que estábamos delante de un espejo, habíamos llegado al salar. No había nada más allá, quizás el infinito, bueno, algunos 4x4 llenos de turistas alucinando, como yo. Desde el interior del coche parecía que caminábamos sobre las aguas porque, aunque sólo era unos 10cm de agua lo que cubría el salar, el reflejo del agua no dejaba apreciarlo. Tras un tiempo de alucine el conductor llegó al punto donde comeríamos. Mientras Sandra nos preparaba la comida y la mesa nosotros nos dedicamos a hacer básicamente el tonto. Fotos en perspectiva, mojarnos y salarnos los pies. Una tormenta se acercaba así que nos apresuramos a comer y marcharnos de allí, una pena porque me habría quedado horas (haciendo el tonto, por supuesto)

En nuestro camino de vuelta con tanto meneo y charco al final pinchamos una rueda. Chapeau por Néstor que se metió debajo del coche sin gato hidraúlico sino con un gato manual y lo levantó. Cambió la rueda en menos que lo que yo habría tardado ni siquiera en saber cuál era. Como las canadienses pasaron un poco del asunto fuimos el argentino y yo los que subimos la rueda al techo del coche. Néstor decía que sólo éramos mujeres, pero yo le dije que podía cargar como un hombre y de hecho subí la rueda de maravilla, con el único problema de que cuando subes una rueda llena de barro a la baca debes cerrar la boca.

De allí fuimos al cementerio de trenes. Dado qur Uyuni fue una ciudad que nació del ferrocarril, pues cabe imaginar que allí es dónde se almacenaron los trenes de carbón cuando la tecnología trajo los eléctrico. Era un lugar para curiosear y hacer buenas fotos (aunque eso no sea mi fuerte) Empecé a subirme en ellos a mirar recobecos y claro, se veía venir, en uno de ellos no vi un agujero y metí el pie, bueno, la pierna entera. Como era de hierro (o acero, qué sé yo) aquello sonó como una bomba. Yo me sorprendí diciendo "pa'berme matao" pero no fue para tanto sólo me hice una herida en la espinilla (que todos sabemos que no duelen nada), un supercardenal recorre mi muslo derecho en un 95% de su longitus y mi sandalia salió disparada entre las ruedas. Ya que estaba allí me hice una foto diciendo adiós que quedó muy bonita. Tras mi experiencia y tras algunas fotos decidí retirarme a vegetar al sol y observar a los japoneses haciéndose todo tipo de fotos, superdivertidos.

Continuamos el camino (si puede llamarse así) hasta San Cristóbal un pueblo cuyo mayor atractivo es, como no, la iglesia colonial. El 4x4 se sacudía de un lado a otro bruscamente, saliéndose a veces del camino porque estaba inundado, en otras ocasiones atravesaba los charcos llenos de barro y salpicaba en todas direcciones. Durante un tiempo leí ya que, aunque el paisaje era bonito, necesitaba distraerme. En uno de los salpincones el barro entró por la ventana y fue a parar a mí, mi cara y mi libro. Yo le grité a Néstor y éste se reía, será malvado??? Yo le seguí la corriebte, pero ya cerró la ventana. Cerré mi libro y me dediqué a hacerle preguntas.

Esa noche dormíamos en Alota, un pequeño pueblo que cogía de camino. Mientras nos preparaban la cena salimos a hacer "reconocimiento del terreno" que no dur´´o mucho ya que se trataba más bien de una pequeña aldea. A la vuelta al alojamiento un matecito calentito y luego una supercena. Nos dijo Néstor que no dejáramos nada y como las canadienses comían lo mismo que un jilguero me puse como el kiko. Las supremas de Quebec se quedaron bebiendo cerveza pero yo estaba demasiado cansada para esas cosas.