viernes, 28 de mayo de 2010

Últimos días en Perú

Las mañanas que me quedaban las dediqué a pasearme por la avenida de la Marina donde se suceden los mercados de artesanías y los almaneces de venta al por mayor. No es tan turístico como los de Cusco pero sí un buen lugar para adquirir regalos de todo tipo a buen precio. El mecanismo es el mismo que siempre: mientras paseas los vendedores te invitan a pasar "pase señorita, pase" y cuando lo haces te recitan todos los productos que contiene la tienda "tenemos chullos, guantes, camisetitas, gorras, cerámicas..."

Los mediodías los aproveché para comer en lugares recomendados. Uno de los días volví a encontrarme con Lucía y Andrés. Fuimos a comer al Tarwi, el resturante del tío de Andrés en el barrio de Jesús María y donde degustamos buena comida de la sierra de la zona de Huaraz, acompañada de una rica chicha.

La idea inicial era, tras una buena comida, comprar un tour para visitar el cementerio de Lima, situado a las afueras de la ciudad y plagado de mausoleos y leyendas. Sin embargo no pudimos visitarlo. Decidimos entonces tomar un café. Andrés nos recomendó una cafetería donde no sólo el café estaba muy bueno sino que ponían unos pasteles exquisitos. Se trataba de un pijo lugar en el elitista barrio de San Isidro. En su interior, las señoras pijas con peinados de peluquería y perlas degustaban sus cafés simulando ser muy europeas. De hecho comimos unos buenísimos pasteles a precios europeos.

Tras nuestra maravillosa merienda nos fuimos a algunas librerías en busca de libros y disfrutamos leyendo y curioseando. Fue una tarde que pasó volando y que recuerdo con mucho cariño, fue buena, muy entretenida. Una tarde con amigos de toda la vida aunque los había conocido tan sólo un mes atrás.

El día siguiente, además de a comprar algún regalo más, lo dediqué a un plan que había tramado con Nélida desde febrero: comer hasta no poder más en un buffet del barrio chino de Lima. Allí nos reunimos ella, los hermanos de Carmen y yo. Es curioso cómo los chinos adaptan la comida en cada lugar, de modo que encontré incluso Cebiche en este restaurante. Comimos hasta que el cuerpo no pudo más, entonces volvimos a la casa a echarnos un rato y cuando me levanté había pasado ya horas. Sólo podía moverme para jugar con el perro, mi cuerpo estaba repleto de comida.

miércoles, 26 de mayo de 2010

De vuelta a Lima

Lo primero que hice al llegar a Lima fue llamar a la unidad docente de Barcelona, para presentarme. Recibí la mala noticia de que, en menos de una semana, debía estar en esta ciudad para la presentación. Yo había calculado unos diez días de reposo en Sevilla, pero no sería así. Tendría que improvisar y comprar un vuelo lo antes posible para no perderme nada.

Tomé un taxi hasta casa d Nélida, la mamá de Carmen. Allí desayuné con sus hermanos y luego decidí ir al museo de la Nación, a modo de repaso final de todas las culturas del Perú, ya que allí las encontraría todas.
Volví a respirar el aire contaminado de Lima, volví a sufrir con su tráfico y a esperar impaciente mi llegada a la otra punta de aquella enorme ciudad. Una hora más tarde me bajaba del bus ante aquel enorme edificio de hormigón. Muy gris y frío en su exterior tenía un atractivo interior a pesar de la oscuridad de sus paredes, quizás era el juego de luz lo que conseguía hacerlo bello.

Para mi sorpresa el museo se hallaba cerrado por trabajos de conservación. Habría sido un buen colofón final, pero no pudo ser. Lo único que pude visitar fueron unas salas de exposición temporal. En las primeras había pura artesanía. En una de ellas explicaban el origen de los toritos de cerámica que pueden encontrarse en el techo de muchas casas, atrayendo la buena suerte. Había toros hechos de todos los tamaños, en diferentes lugares y con diferentes diseños.

Otra exposición, unas plantas más arriba, hablaba de los años oscuros del terrorismo en Perú. Sendero Luminoso era un grupo guerrillero que surgió en la zona de la sierra peruana. Era un grupo armado de extrema izquierda. Su líder, Abimael Guzmán (actualmente en prisión) era profesor de filosofía en la universidad, con inclinación lenilista-maoista. No me quedó muy claro cuál era la reivindicación última del grupo terrorista sólo cual fue su repercusión en la sociedad.

Sobre los años sesenta empezó a formarse y poco a poco se fue extendiendo y radicalizando, de modo que en los años 80 se empiezan a reunir en Ayacucho para organizarse e incluso instruirse militarmente. Difunden su mensaje entre los campesinos quienes, descontentos con toda política central se unen a ellos aún sin llegar, en muchos casos, a comprender o respaldar la mentalidad inicial. Con atentados contra políticos, cárceles, periodistas y algunas fuentes de poder empiezan a sembrar el terror a lo largo del país. Los primeros gobiernos no eran muy conscientes del verdadero peligro que suponía hasta que sus matanzas empiezan a ser cada vez más frecuentes y sangrientas, momento en el cual las fuerzas policiales empiezan a combatirlos. Se abre así un período de desapariciones aleatorias de personas por "presunta colaboración terrorista". Los más afectados, la gente de a pie, que por un lado vive aterrorizada por los guerrilleros y por otro teme las acciones policiales poco rigurosas. Ese miedo produce la emigración de miles de personas hacia otras ciudades, principalemnet Lima. Allí los recién llegados son despreciados, por su condición de campesinos y ante el temor de su posible relación con los terroristas. Otros muchos consiguen huir del país hacia lugaresmás lejanos como España donde creo que la suerte que corrieron no fue muy diferente que en Lima.

Tras muchos años de muertes, terror, sufrimiento y desapariciones, el gobierno de Fujimori capturó a su líder y lo dejó prácticamente extinguido. Dudo que las medidas que utilizase para le erradicación fuesen muy democráticas, pero desde luego sí fueron efcetivas. Aun así mucha familias quedaron rotas por el dolor de las desapariciones y de los asesinatos, bien por parte de los terroristas o de los agentes policiales. Una verdadera herida en la memoria del Perú que esperemos el tiempo cure y ya nunca más se vuelva a abrir.




El resto del día lo dediqué a jugar con el cachorro de husky que había parido Kayla, le perra de Julio. Era una bolita de pelo adorable, tierno, chiquito... como dirían los franceses "trop mignon". Pensé en raptarlo y traerlo a España pero sabía que luego me pondrían problemas en aduada y que terminaría creciendo dejando de ser aquella bolita linda.

martes, 25 de mayo de 2010

Trujillo 2

A pesar de los problemas de comunicación iniciales, conseguí contactar con el papá de Eliana. El señor, conocedor de la amistad que había entablado con su hija en Francia, insistió en ayudarme en lo que fuese. Así, esa mañana, me recogió para acercarme a la terminal de buses de Cruz del Sur, que se encontraba bastante alejada del centro. Luego me dejó de vuelta en el hostal y me ofreció que dejase mi mochila en su oficina, situada a tan sólo unas calles de la plaza de armas. Cuando entré por la puerta me miró fijamente y me dijo: "con esa mochila te pareces mucho a mi hija. A ella también le gusta viajar mucho, siempre va con su mochila". Noté cierta añoranza en sus palabras. Era cierto, Eliana tiene un mochilón, que actualmente se encuentra en casa de Yojhana en Cusco, es alta, rubia y más blanca que yo.

El tour salía poco después en dirección a la Huaca del Sol y la Luna, ambas de la cultura moche. La primera de ellas aún no ha sido excavada, de modo que aparece como un árido montículo en medio de la nada; la segunda, es una auténtica maravilla.

Esta huaca consiste en una superposisicón de templos de diferentes mandatarios. Una vez que moría uno, el que era designado construía su templo sobre el anterior, así se diferencian múltiples niveles. Entramos por el tercer templo. En las paredes unos relieves mostraban las diferentes caras de Ayapayec, el dios degollador, a veces triste, otras alegre y en ocasiones enfurecido. No tenían nigún tipo de molde para diseñarlo y, como era elaborado por diferentes artesanos, el resultado final es visiblemente diferente entre las distintas esculturas. Los colores predominantes: rojo, amarillo, negro y blanco.

Aquí, como en otros lugares, los ladrillos eran donados por las familias a modo de tributo y cada uno de ellos tenían una marca que indicaba la procedencia del mismo. Eran de diferente tamaño y resultaba curioso observar detenidamente las marcas que habían realizado sobre el adobe aún fresco.

Pasamos al cuarto nivel desde el cual se podían observar unas estupendas vistas de la huaca del sol, de los restos de las casas de los artesanos y de los cultivos de arroz. Desde allí se accedía al quinto y último nivel, en el cual las paredes ofrecían ya una gana más amplia de colores, incluyendo por ejemplo el azul. Aún se conservaba, allá en las alturas, una zona de sacrificios.

Cuando creí que la visita había acabado empezamos a bajar por una escalera y de pronto, sorpresa: ante mis ojos se habría una gran plaza, lugar de ceremonia de los mochica, desde donde podían obsevarse, superpuestos, los diferentes templos, formando cada uno una franja de decoración en aquella pirámide trunca. Aluciné durante un buen rato, de hecho seguro que tardé algunos minutos en cerrar la boca. Allí se respiraba un buen ambiente, los turistas sorprendidos levantaban la vista y fotografiaban sin parar; los arqueólogos, sentados con su gorro de protección, limpiaban con esmero las paredes del templo.

Había disfrutado mucho de la visita ya que huaca me había sorprendido pos sus coloridas paredes y su enorme plaza de ceremonias. El guía, que lo conocía del día anterior, nos informó de un modo muy ameno haciendo que la visita resultase incluso breve.

De vuelta a la ciudad tuve poco tiempo antes de salir de nuevo de ruta. Me habían indicado que el tour sería semiprivado, ya que, después del imprevisto del día anterior, varias personas habían anulado su reserva. Cuando llegó el taxi a recogerme me alegró comprobar que mi compañera de viaje era Cida, la brasileña. Afortunadamente fuimos hablando durante el camino, ya que el complejo del Brujo se encuentra realmente alejado de la ciudad, como a una hora.

Al llegar allí, una huaca más. Quedaban aún algunos diseños por las paredes, pero tras haber visitado la de la luna aquella tenía menor interés. La parte curiosa el complejo es que allí se encontró a la Señora de Cao, una mandataria moche de unos veinteaños que, según los objetos hallados en su tumba, tuvo una gran importancia social. Su descubrimiento supuso un hito en la arqueología peruana, ya que, hasta entonces, no se había considerado a la mujer como posible persona relevante dentro de la sociedad moche.
En la parte superior de la huaca, unos troncos sobre un hueco, indican el lugar donde fue encontrada la tumba de la momia. Las paredes de alrededor tenían diferentes diseños con curiosos dibujos como pixelados.

Desde lo más alto la vistas eran también muy hermosas: a un lado, el desierto; al otro, los cultivos de caña, y al fondo, el mar. Tristemente también se observaban miles de huecos en el suelo dándole a éste un aspecto lunar. No eran otra cosa que agujeros realizados por huaqueros en busca de tesoros.

El museo de la Señora de Cao me despertaba mucha espectación. Otros turistas me habían recomendado la visita del complejo y habían alabado los tesoros allí expuestos, de hecho había llegado a oír que dichos tesoros eran incluso más numerosos que los que acompañaban al Señor de Sipán. Sin embargo el museo me decepcionó. Además de que no dejaban hacer fotos, hecho que normalmente me molesta; lo allí expuesto, que es cierto que era muy bello, resultaba bastante escaso. La momia se exhibía en una especie de urna, que a su vez se encontraba detrás de un cristal, de modo que los reflejos dificultaban la correcta visión de los detalles de la momia, como pueden ser los tatuajes que le recorren todo el cuerpo.

Basante cansada y un tanto decepcionada salí del recinto. Una vez fuera, el guía me dijo que algunos de los objetos encontrados seguían en restauración, pero que no era raro que alguno se "perdiese" en el trancurso de los estudios arqueológicos.

Mi tiempo se acababa. Aproveché mis últimos momentos en la ciudad para visitar el mercado de artesanías y el famoso mercado de zapatos. Tras comprar algunos regalos decidí pasarme por el supermercado y buscar los encargos que había recibido desde Francia. La maldita música del supermercado me taladró el cerebro, pero sobreviví.

Terminé el día volviendo a la oficina de Eduardo, el papá de Eliana, quien me llevó a la estación tras haber comprado algunos dulces para que yo se los acercara a su querida hija a las europas.

Trujillo 1

Era muy de madrugada cuando hice aparición en aquella ciudad. Mientras esperaba la llegada de Renato visualicé, completamente horrorizada, una película de zombies que proyectaban en la sala de espera de la terminal, que se recreaba en cómo éstos sacaban los intestinos de sus víctimas o los descuartizaban con sus propios dientes. Realmente instructivo.

No conocía de nada a Renato, pero él se levantó a las 5 de la mañana para hacer de chófer sólo porque Christie se lo había pedido. Me pareció sorprendente que alguien hiciese algo así por una desconocida y realmente se lo agradecí. Había intentado buscarme alojamiento, pero esa parte de la historia había resultado más compleja. Sin embargo me acercó hasta uno de los céntricos hostales que la guía recomendaba.

Dormí apenas unas horas pero la cuenta atrás había empezado. Mi tiempo en Perú se acababa y aún me quedaba mucho por conocer. Así que, tras mi desayuno, en el que no podía faltar el jugo de papaya, salí a pasear por la ciudad. Al principio iba temerosa ya que me habían prevenido mucho sobre los robos. Poco a poco fui viendo que el truco consistía en no alejarse de los lugares concurridos y, en éstos, andar atenta a las pertenencias, tal y como había hecho durante todo mi viaje.

Trujillo es una ciudad bella. Supongo que los barrios periféricos no tendrán mucho interés y, aunque normalmente me gusta conocerlos, no lo creí adecuado en esta ocasión. En el centro resaltaban los caserones de grandes ventanales, llamativos enrejados y alegres colores. La plaza de armas de la ciudad es una auténtica explosión de colores, allá donde mires encuentras diferentes tonos que le aportan un aspecto muy alegre.

Reconocía la herencia andaluza en aquellas construcciones, pero tenían algo de diferente. Sólo con mirar la ciudad se podía adivinar que fue allí donde desembarcaron andaluces y extremeños, que se convertirían en terratenientes e invertirían sus fortunas en la construcción de ostentosas casas.
Esta herencia es también apreciable en la población, que resulta bastante más blanca de piel y de mayor estatura que los habitantes del altiplano.

Durante mi recorrido por la ciudad no paraba de hacer fotos a curiosas puertas y ventanas, independientemente de su estado de conservación, hecho que llamaba la atención de los lugareños. Supongo que pensarían que aquella gringa debía estar loca por fotografiar una ventana de enrejado oxidado y pintura descascarillada. Sin embargo, para mí, detrás de aquel visible abandono se escondía una gran belleza.

Callejeando terminé, sin haberlo previsto, en el museo arqueológico. No estaba realmente muy motivada para ver más museos, pero lo consideré un último esfuerzo y entré. Me resultó curioso porque encontré una mezcla de culturas que habían habitado en la costa a lo largo de los siglos. Por más que leí sobre ellos sigo siendo bastante ignorante al respecto. Aunque seguí con el juego de "adivine la cultura a través de la cerámica". Hacía calor en el interior, pero el reggaeton que venía del exterior me hizo la visita cultural discotequeramente más amena.

Para almorzar volví a pedir cau-cau, sin recordar que se trata de tripas y estómago de vaca, algo parecido a los callos. El sabor es riquísimo, pero el tacto de los pliegues del estómago de la vaca rozando la superficie de mi lengua hace que un escalofrío recorra mi cuerpo partiendo desde la nuca hasta llegar al tendón de Aquiles.

El plan era salir tras la comida hacia el Complejo del Brujo, pero surgió un imprevisto. Los trabajadores de una fábrica se habían declarado en huelga debido a los retrasos en el cobro de sus salarios. Enfurecidos, los manifestantes habían cortado con barricadas la carretera que llegaba a dicho complejo. Era imposible e inseguro llegar. El chico de la agencia me dijo que tendría que quedarme un día más en Trujillo si quería hacer todos los tours. Aparte de que por cuestiones de tiempo aquello era inviable, me parecía una estupidez no hacer nada esa tarde. Empecé a proponerle alternativas hasta que aceptó enviarme con el grupo que acababa de salir hacia Chan-Chan. Había un sitio en el carro así que tomé un taxi hacia la Huaca del Arco Iris, situada a las afueras de la ciudad. Allí me esperaba Carlos, el conductor colombiano del tour que me llevó hasta el grupo.

La Huaca del arco-iris perteneció a la cultura Chimú. Poco sé de esta cultura, sólo que ocuparon hace unos mil años los terrenos costeros que los moche habían abandonado; que hicieron grandes construcciones y que fueron conquistados por los incas poco antes de la llegada de los españoles.
Esta huaca está, sorprendentemente, construída de adobe en su totalidad. Es fascinante pensar que, a pesar de que algunas zonas hayan sido devastadas por la erosión, muchas otras conservan los relieves originales, que han sobrevivido a miles de años y a grandes catástrofes como el niño, que supuso un estrago en la conservación de estos yacimientos. Nada menos que el de 1997 destruyó no sólo cultivos, carreteras y puentes, sino también muchos restos arqueológicos.

De allá nos fuimos a la ciudadela de Chan-Chan (sol-sol), que era el único complejo de la zona del cual yo había oído hablar antes de aterrizar en el país. Una enorme ciudadela construida completamente en adobe y cuyas paredes están decoradas en relieves haciendo alusión al mar: sus olas, peces, pájaros... De hecho el complejo no se encuentra muy lejos de éste y puede oírse el romper de las olas (si yo me callo). Actualmente sólo se visita uno de los 9 palacios existentes y dentro de éste sólo una pequeña parte. Para su conservación, los muros de la ciudad se encuentrasn techados, con la esperanza de que las próximas generaciones puedan disfrutar de esa maravilla. Con una mezcla de barro, agua, paja y conchas edificaron templos y los decoraron con una estética envidiable. El único fallo es que, a pesar de ser un desierto, existen precipitaciones que dañan la estructura. En medio de grandes muros y pasillos áridos apareció un gran lago plagado de totora. Yo ya había formado un grupito de chicas en el cual íbamos comentando todo lo que visitábamos y entre las cuales se encontraba una alemana, Sibel, que era más pesada haciendo fotos que yo. Lo último que visitamos en la ciudadela fue una tumba real que no había escapado del saqueo producido por los huaqueros durante años, de modo que prácticamente lo que quedaba era un agujero.

Se empezaba a poner el sol cuando abandonamos la ciudad para ir en dirección al mar, concretamente a la playa de Huanchaco. Allá se agolpaban y entremezclaban turistas, surfistas, pescadores e incluso recién casados en plena sesión fotográfica. El sol estaba cerca del mar y el cielo se había tornado en ese color anaranjado intenso que tanto me recordaba a Pimentel. El agua ya no era azul, sino que, debido a la posición del sol, el mar se había convertido en un gran de espejo resplandeciente. Paseé junto a mis nuevas amigas por el muelle. Ellas disfrutaban con su helado, yo con las imágenes que iba grabando en la cámara. ¡¡Cuánta belleza para tan poca memoria!! Podíamos habernos quedado allí hasta la noche, como hiceron nuestros compañeros argentinos, pero la brisa marina era poco tolerable con la vestimenta que uno se ha colocado para ir a visitar el desierto.

El grupo de chicas estaba formado por Lourdes (venezolana), Charo (peruana), Sibel (alemana), Cida(basileña) que era la mayor pero más marchosa, y yo. El viaje de vuelta fue un auténtico gallinero que todas disfrutamos así que decidimos cenar juntas antes de seguir cada una con su camino. Una hora más tarde nos reencontrábamos, algo más adecentadas, para terminar yendo a la Rústica, una cadena de resturantes que puedes encontrar a lo largo del país. Nuestra primera decepción fue que no tenían pisco ¡¡¿¿cómo un restaurante no tiene pisco en Perú??!! Tras la primera mala noticia la camarera nos sorprendió con que la mitad de la carta se había agotado. Su única excusa fue que "era domingo". A mí me pareció imperdonable para un restaurante de esa categoría y me habría ido si no hubiese sido porque ya habían pedido. Tampoco tenían cusqueña de trigo.... Si hubiese estado sola habría terminado indignada, pero en compañía todo aquello se convirtió en causa de risa irrefrenable. Terminé cenando unos espaguetis a la bolognesa.

Habíamos pasado de ser unas auténticas desconocidas a disfrutar de una cena como si de una reunión de viejas amigas se tratase. Esas amistades en las que terminas dándote dirección y teléfono y acabas invitada (y obligada a ir según la anfitriona) a los Juegos Olímpico de Río de Janeiro 2016.

sábado, 22 de mayo de 2010

Cajamarca 2

En la mañana salimos en dirección a Cumbemayo, una zona montañosa en los alrededores de la ciudad. Su nombre significa "río estrecho", en alusión al sistema de canalizaciones hidraúlicas que allá construyeron los mochicas para así desviar el agua y hacerla llegar a lugares áridos.
Por el camino observamos montículos que consistían en yacimientos arqueológicos no excavados. Luís, nuestro guía, nos explicaba impotente, que hace unos años llegaron hasta aquí unos arqueólogos de la universidad de Tokyo. Desenterraron los restos y se sorprendieron con lo que encontraron, quisieron dejar aquello expuesto, pero el INC no envió los fondos para su mantenimiento, así que no quedó más remedio que volver a taparlo. Lástima e indignación.
Más adelante atravesamos el "divortium aquarium", un elevado lugar donde se separan las cuencas fluviales: miras a un lado y sabes que de allá las aguas partirán al Pacífico; al otro, que llegarán al Atlántico.

Lo primero que visitamos en nuestro descenso fue una pequeña cueva con petroglifos (diseños esculpidos en las rocas), no recuerdo bien si realizado con los chachapoyas o por los mochica. Se desconoce su significado, pero me llamó la atención la repetición del signo del infinito, u ocho tumbado.

Luego atravesamos una abertura en una roca, no sé si llamarla cueva. Era una grieta de interior oscuro por la que se pasaba con facilidad a pesar de la ausencia de luz. Sólo a los más mayores les supuso un estrago. Para mí, después de las minas de Potosí, aquello era de "cascarón de huevo".

Cumbemayo es una especie de valle donde las rocas toman formas caprichosas: cóndor, armadillo, vasco con boina, pirata, amantes besándose y por supuesto, de pene. Yo caminaba junto a tres españoles de León y Asturias que habían llegado al tour con una mezcla de resaca y borrachera, simpáticos, sus comentarios sobre las rocas me hicieron el camino muy divertido.

Tras una caminata de algo menos de una hora observando las curiosas formas de la roca llegamos al sistema de riego moche. Las canalizaciones me recordaban a las observadas en Cusco y pensé que tal vez los incas las habían descubierto en sus incursiones por el norte y luego las habían copiado. La variación en el ancho del canal y el zigzageo en su dirección también se usaban aquí como técnica para disminuir la velocidad de las aguas. En medio del recorrido de canales visitamos una gran piedra de sacrificios. Se suponía que la sangre derramada por el animal ofrecido al Dios sobre las aguas las purificaba. Tras la explicación del guía, una pequeña nos cantó con voz estridente una cancioncilla. Los chicos españoles se negaron a pagarle, como yo y a cambio tuvieron con ella una interesante conversación sobre el cole.

Luego vuelta al coche caminando por bellos paisajes y una subida un tanto inclinada. Afortunadamente una sabe cuándo hacer su parada fotográfica que sirva de descanso y así disimular que el hígado está a punto de salir por la boca.

En Cajamarca busqué un resturante cuyo menú incluyese cabrito, comida típica del lugar, pero estaba agotado y no me quedó más remedio que comer pollo.

Por la tarde me había unido a un tour para ir a varios lugares en los alrededores de la ciudad. Finalmente no visitaba la famosa granja Porcón pero la tarde resultaría bien distraída. El primer lugar al que nos dirigios fue la Hacienda Colpa. Había sido un gran latifundio antiguamente y tras la reforma agraria de Alvarado en el 69 decayó. Los grandes latifundios de los terratenientes fueron repartidos entre los agricultores que trabajaban la tierra. Según los comentarios de los lugareños, la reforma no funcionó, los agricultores descuidaron el comercio y decayó también la producción, terminando muchas granjas y campos en la ruina. Supongo que ese fracaso tuvo múltiples factores y conociendo cómo funcionan estas cosas en Sudamérica, no descarto el boicot como punto fuerte.
Años más tarde el nuevo propietario de la granja decidió seguir el modelo antiguo y además permitir que ésta se visitase para dar a conocer el trabajo que allí se realiza. Actualmente más que una granja parece un paque de atracciones. Los turistas pasean junto a los establos, unos niños pasean en caballo mientras otros son fotografiados por su padre junto a los patos. Yo intento separarme del grupo para conseguir un poco de tranquilidad mientras observo un grupo de ovejas tras la valla. En ese instante una cabra loca salta sobre el muro y se queda allí, junto a mí, mirándome fijamente. Le hago una foto sin que se inmute siquiera. Continúo mi paseo y ella me sigue, si me paro ella también lo hace y si, a modo de juego vuelvo sobre mis pasos, ella se gira y me acompaña en mi retorno. Abandoné a mi amiga para seguir mi camino hasta un lago artificial muy hermoso pero plagado de gente.

Tras conocer la zona de los establos nos dirigimos al cortijo. La familia sigue viviendo allí y no pueden ser visitadas sus estancias, pero sí la parte exterior, donde el dueño exhibe orgulloso sus piezas de colección: objetos antiguos de diferente naturaleza, hallazgos arqueológicos que prefiero no pensar en cómo llegaron hasta allí y muchas macetas por los alrededores. El patio, ostentoso hasta límites ordinarios, se iba llenando de turistas que admiraban los azulejos sevillanos del suelo, las fuentes, el carruaje.... yo me sentía en casa de un sevillano cateto con dinero, pero en Cajamarca.

La mayor atracción de la granja consiste en ver el llamado de vacas. A las 16h es el momento en el que los animales regresan a sus establos tras pasar la mañana en el prado pastando. Cada una de ellas tiene su lugar, con su nombre colocado en un pequeño letrero. Los vaqueros, en vez de empujarlas a todas de regreso al establo, las van llamando una a una por su nombre y ellas, conocedoras de cuál es el suyo, inician un ligero trote hasta colocarse en el lugar que tienen asignado. Había turistas sentados en las gradas, pero yo me quedé en la entrada del establo, desde donde podía ver a la vaca venir, pasar junto a mí, obervar su nombre en el cartelito que colgaba de la oreja y ver sorprendida cómo terminaba en el hueco que tenía el letrero con el mismo nombre. Al pincipio no podía parar de reír cuando dijeron "teresitaaaaaaaaa" y una pequeña vaca vino corriendo y comprobé que su nombre y el del cartelito del establo eran el mismo. "Lourdesss" volvió a gritar el señor y ella pasó tranquilamente junto a mí. Era algo sorprendente, no sabía que una vaca podía llegar a reconocer su nombre como si de un perro se tratase. Fue realmente curioso.

De allí fuimos a la iglesia de la hacienda en cuyas paredes también había azulejos sevillnos. Más que una iglesia era un linda capilla, muy solicitada para bodas, siempre y cuando estés decidido a pagar el alto precio que el dueño solicita por su uso. En la fachada de la misma lucía un mensaje fundamental para los trabajadores de la granja que allí iban a rezar: "Ora et labora".

Antes de huír de allí algunos de los integrantes del grupo decidieron comprar productos de la granja. Yo me abstuve porque ya el día anterior había conseguido mis productor cajamarquinos. Mientras esperaba pude observar cómo llegó el dueño y compró para su perro una tarrina de manjar blanco. Fue la única vez que me resultó tierno ver a un Rossweillwer, sujetando éste la tarrina con sus patas delanteras mientras con un giro de cabeza introducía la lengua en el tarro.


Abandonamos la granja atravesando carreteras donde, en unas altas plataformas situadas junto a la calzada, se apilaban los cántaros de leche en espera al camión recolector. En pocos minutos llegamos a las cataratas de Llacanora. Son un par de caídas de agua en un río poco caudaloso, situado en una campiña que, a pesar de no ser un lugar árido, sorprende pensar que guarde ese secreto al fondo del paseo. Hay un par de cataratas, la primera de ellas de pequeño tamaño y totalmente rodeada de vegetación, es la que se conoce como catarata hembra; la segunda, de bastante más metros, la macho.

Antes de salir al siguiente destino le compré a una señora, que se situaba al borde del camino con una olla, unos chicharrones con choclo por dos soles. Los chicharrones son carne de cerdo como a la brasa y el choclo es un maíz grandote y sabrosón que estaba hervido. Mientras lo comía y disfrutaba, llegamos al último punto de la visita: los baños del inca.

Éste es el lugar donde se suponía reposaba Atahualpa cuando Pizarro hizo su entrada en la ciudad. Poco queda de los baños de antaño y ahora ante el turista se abre un macrocomplejo que ofrece todo tipo de servicios de spa, masajes, saunas, baños, piscina y un amplio etcétera. La visita duró sólo unos minutos, pero fuera de la parte de spa no había muchísimas cosas para ver. Se podían observar unas grandes piscinas con las aguas sulfatadas (de olor a huevo podrido) que desprendían mucho vapor ya que la temperatura del agua alcanza los 72ºC.
Un pequeño edificio dentro del gran recinto esconde una poza antigua, no es donde se remojaba el gran mandatario, pero servía para hacerte una idea.
A la salida, ya algo cansada, me compré un dulce llamado "cachanga", una masa frita embadurnada en miel de caña. No era algo exquisito, pero sólo me costó un sol y me sirvió de postre.

Mis últimas horas en Cajamarca las pasé en un ciber, intentando contactar a Lobo por su cumpleaños, buscando alojamiento en Trujillo y hablando con Chris, que insistía en enviarme a un amigo a la estación de buses de esa peligrosa ciudad.

viernes, 21 de mayo de 2010

Cajamarca 1

Todos los buses parecen de llegar de madrugada y, aún dormido, uno debe lidiar con la marea d taxistas que lo acosan intentando sacar un buen precio. Elegí a uno de ellos, más bien al azar, para que me llevase al Hostal Plaza, situado en plena plaza de Armas de Cajamarca y con un precio de 15 soles la cama (algo menos de 4 euros). La parte divertida del albergue no es la bonita distribución de las habitaciones entorno a un patio central, sino la cantidad de juegos, columpios, toboganes y futbolines que poseía.

La mañana la dediqué a visitar la ciudad. Vista la plaza d Armas me dirigí al "cuarto del rescate". Allí contraté a una guía que me dejó precio de estudiante y me hizo la ruta bastante más interesante. El edificio recibe ese nombre porque fue donde Atahualpa permaneció encarcelado varios meses por los españoles antes de su ejecución.

Tras la muerte de su padre Huayna Cápac, Atahualpa al norte y Huáscar al sur del Tawantinsuyo se enfrentaban para heredar el "trono" del difunto mandatario inca. En plena lucha por el poder, Pizarro hace su aparición allá por el año 1532 en la ciudad de Cajamarca. Relata que cuando entró en ésta quedó fascinado por las dimensiones de la plaza central, que se hallaba ubicada en el mismo emplazamiento de la actual plaza de armas, pero era varias veces mayor que ésta. Sorprendido, comprueba que no hay nadie. Los señores de aquella ciudad no se encontraban allí. Es informado de que el gran Atahualpa se encuentra a escasos kilómetros de allí, en unas aguas termales resposándose tras una campaña militar. El inca iba camino al sur tras su victoria en las tierras del norte cuando paró en Cajamarca para descansar. Pizarro le envió unos regalos y solicitó reunirse con él. El inca volvió a la ciudad y así lo hicieron. El encuento tuvo lugar en plena plaza, ésta fue ocupada por los miles de guerreros que acompañaban al inca y por unos doscientos españoles que arropaban al conquistador. Cuentan que el encuentro fue cordial y tenso. El punto álgido fue cuando el sacerdote que acompañaba a los españoles regaló al inca una Biblia, éste al no comprender el regalo, recordemos que los incas no conocían la escritura, se sintió ofendido y arrojó el libro al suelo. Sorprendidos y enfadados, los conquistadores interpretaron el gesto como un acto del demonio e intentaron apresar a Atahualpa. Se desencadenó una gran batalla en la plaza. Los incas, superiores en números sucumbieron a la superioridad del armamento español. Difícil resultaba combatir con una honda al jinete de larga espada y más aún los cañones con hachas de piedra. Asustados los incas a causa de los bombazos por desconocimiento de la pólvora, la ciudad fue tomada por unos pocos españoles y su líder, Atahualpa, capturado y encarcelado por el delito de ofensa a Dios.

Los incas habían quedado sorprendidos por la avaricia española de oro. Algunos indígenas habían llegado a creer que aquellos extraños seres llegados desde ultramar se alimentaban de tan preciado metal y era por eso por lo que corrían cuando lo veían, lo tomaban en sus manos y lo mordían, sin saber que realmente éstos buscaban su autenticidad apretando los dientes mientras su hambre de oro se saciaba.

Como tenía claro que los metales preciosos eran lo que realmente movía a los recién llegados, Atahualpa propuso un trato a Pizarro. En el interior del cuarto, de pie, elevó su mano y prometió llenar hasta ese nivel (unos 215 cm ya que él era muy alto) el cuarto una vez de oro y dos de plata a cambio de su liberación. Pizarro aceptó. Desde diferentes zonas del imperio empezaron a llegar numerosas figuras y joyas de estos metales. Tal como llegaban los españoles las fundían, convirtiéndolas en lingotes que eran enviados a Europa. La cantidad de oro y plata entregado se calcula que fue muy superior a la prometida.

Durante su encierro Athualpa nunca perdió la presencia. Era un mandatario majestuoso. Nunca pisaba el suelo, siempre era portado; cada día usaba un traje que después era quemado e incluso escupía en la mano de un sirviente que luego engullía aquello. Durante su captura aprendió a jugar al ajedrez tan sólo observando a los guardias y al final terminó aconsejándolos sobre las jugadas.

Tras nueve meses de arresto y mucho oro y plata embarcado, Pizarro decidió liberarlo y cumplir así su parte del trato. La intervención de Almagro fue fundamental para convercer al conquistador de que una vez liberado podía atacarlo, por lo que era obligada su ejecución. Bajo el delito de traición a Dios y a la biblia (o algo así) fue condenado a morir en la hoguera. Poco antes de su muerte se le ofreció la posibilidad de que abrazase la religión católica, de modo que sería ejecutado con garrote vil e iría a cielo como mártir. Él aceptó y antes de su muerte fue bautizado.


Tras salir del cuarto del rescate me dirigí al complejo de Belén, un conjunto de edificios de carácter religioso. Visité una iglesia en la cual se practicaba la caridad asistiendo a enfermos. Para que éstos pudiesen asistir a misa a pesar de su enfermedad, las habitaciones, por llamarlo de algún modo, eran pequeños cubículos de unos dos metros cuadrados situados a lo largo de la pared de la iglesia y todas orientadas hacia el altar. Me pareció alucinante. Si estuviera agonizante lo último que quisiera hacer en esta vida sería escuchar un sermón religioso.
En su parte exterior, la iglesia tenía una fachada al más puro estilo barroco mestizo, ese que tanto me fascina. En la torre del campanario sobresalía una vieja biga de madera. La guía me explicó que su función consistía en servir de punto de ahorcamiento a los pecadores durante el tiempo que la inquisición estuvo presente en América. Ésta fue menos importante que en España, pero también existió.

Había otro edificio similar, algo más pequeño, que estaba dedicado a las mujeres, ya que el anterior era sólo para hombres. Actualmente el hospital de mujeres acoge un pequeño museo.



Aproveché para pasear por la ciudad. Era tranquila, limpia, con encantadores balcones de madera y bellas plazas ajardinadas. Tras el caos que supuso para mí el tráfico de Chiclayo, los coches de aquí no me parecían siquiera motorizados. Parada para comer y con el estóamgo lleno subida al cerro de Santa Apolonia para poder disfrutar de las vistas de la ciudad desde el mirador. Pensé que el cerro sería más elevado y la subida más difícil, pero era como subir una cuesta de Granada o de Cusco.
Además de una panorámica general de la ciudad, allí se encontraba una piedra comúnmente conocida como "la silla del inca" que se desconoce si fue utilizada como tal, pero que se trata de una piedra tallada de la época inca.


En la tarde hice un tour que combinaba diferentes visitas en los alrededores de la ciudad. El primero de ellos era en las "ventanillas de Otuzco", un yacimiento funerario parecido a los actuales nichos. Los chachapoyas escavaban huecos en las rocas y tras desenterrar a sus difuntos del suelo, años después de su muerte, introducían los huesos allí. No se sabe el por qué del ritual, pero se han encontrado paredes similares en lugares más o menos alejados de Cajamarca. El tamaño de los agujeros es variado, así como su profundidad o su altura.

Después pasamos por un puente colgante que no era especialmente atractivo. El paisaje resultaba más interesante con sus verdes prados rodeados de montañas y ocupados por vacas, que aquel viejo puente. La diversión comenzaba cuando lo atravesabas, ya que parecía estar desvencijado sin estarlo. Pendulaba a ambos lados con el caminar de la gente. Los turistas reían y se balanceaban de un lado a otro. Yo pensaba que la desgracia era inminente.

El tour terminó en una granja donde nos mostraron cómo se ordeñaba una vaca, como si nunca lo hubiésemos visto. La visita carecía de interés salvo por la visita a la tienda de productos propios de la granja. Típica emboscada turística, pero decidí picar el anzuelo porque aquellos productos tenían un buen precio y bastante buena pinta. Tras probar el manjar blanco y el queso con orégano no pude negarme a llevarlos a casa.

Día muy cansado, pensé en acompañar a las chicas que cenaban a mi lado en el restaurante al karaoke. Cuando me di cuenta se me cerraban los ojos. Estaba realmente agotada.

Adiós a Chiclayo

Apenas había dormido y las pocas horas en las que había conseguido hacerlo estuve despertándome sobresaltada. Salí de la cama antes de que el despertador sonase y corrí al ordenador para ver cómo había ido el reparto de esa mañana. La noche anterior, cuando me fui a la cama, aún quedaban bastantes plazas de medicina de familia en Sevilla, sin embargo ya sólo quedaban tres. Sentada frente al ordenador reflexioné, miré fijamente la pantalla, como si aquello cambiase algo. Tomada la decisión salí a llamar a Andrés. De vuelta desayuné y esperé frente a la computadora a que empezase el reparto de la tarde. Estaba nerviosa, intentaba distraerme subiendo fotos, pero cada veinte segundos entraba en la página del ministerio y daba al botón de renovar. A través del pequeño portátil de Chris Carmen me observaba, desde Francia, reía, me animaba, me picaba. Fue un momento algo subrealista ver de pronto aparecer mi nombre, salté, grité a Carmen y en ese momento me alegré. Luego vendría el temor al cambio, a lo nuevo y a equivocarme.

Al mediodía Lucho y Jean Pier volvieron a por mí. Querían llevarme a un lugar donde se comía muy bien. Eran una especie de tascas en un barrio marginado que, a pesar del posible peligro, son incluso visitadas por gente del más alto nivel económico. Me aconsejaron que no hablase demasiado fuerte y yo intenté quedarme resguardadita entre ellos dos. Dentro del bar el ambiente era familiar. Pedimos chicha y sudado de pescado. Como en los buenos lugares, la chicha la trajeron en un bidón de unos cuatro litros. Yo pensé que moriría, pero no estaba tan fuerte como la que probé en Bolivia y los chicos bebieron bastante más que yo, así que salí ilesa. El sudado de pescado es un pez al horno con abundate salsa, por lo que se come con cuchara. Raro es de tomar pescado con cuchara, pero estaba muy bueno. La señora me dijo que volviera y lo habría hecho si no hubiese abandonado ese día la ciudad (y si mi hubiesen acampañado, por supuesto).

De allá fuimos al hospital ya que los chicos debían recoger creo que unos papeles. Yo presté poca atención a eso, dejé a Jean Pier entrar en hemato mientras me dedicaba a observar el edificio. Estaba algo antiguo pero tenía buena conservación, al menos a simple vista. Luego pasamos por casa de Lucho a recoger unas muestras que necesitaban para sus prácticas. Ellos fueron a la facultad y yo me quedé en la casa haciendo la mochila con bastante pena.

Hasta que llegó la hora de marchar estuve con Christie en el cuarto hablando casi como dos adolescentes. Ya no podíamos alargarlo más, debía marcharme. Al mirarnos a los ojos ambas sabíamos que teníamos ganas de llorar pero no queríamos hacerlo. Ella vino hasta la terminal y allí también se encontraban los chicos. No quería irme, estaba muy bien, pero también deseaba conocer otros lugares. Tras un gran abrazo a cada uno y una voz repetitivaque me decía "no llores, no llores", subí al bus. Notaba ya los ojos mojados cuando les dije adiós desde la ventanilla. "Sé que voy a regresar, no tengo que estar triste" pensé y a continuación empecé a reír con los vídeos de cámara oculta que ponían en la tele del bus.

El atardecer en Pimentel

Llegué a Chiclayo madrugada, me acosté y, ya por la mañana, estuve siguiendo la adjudicación de plazas a través de internet y haciendo cálculos. Pude comer con Chris en un rato en el que ésta no tenía obligaciones académicas. Tras la comida recibimos la visita de Lucho y Jean Pier, quienes, tras un rato de conversación, nos dijeron que aún no habían comido. Habían venido para llevarme a degustar comida peruana a algún sitio. Al final nos decidimos por ir a Pimentel a comer cebiche.

Era la playa que había visitado el primer día que estuve en la ciudad. Aquella vez pensé que los restaurantes que se encontraban a lo largo del paseo marítimo eran puramente turísticos y que no se comería bien. Me equivocaba. Fuimos a uno de los bares que ellos suelen frecuentar. Allí tragamos una fuente de rico cebiche acompañada por una chelas. Calma absoluta y felicitad en aquella tarde compartida con dos amigos, que si bien acababa de conocer, sentí haber sido su amiga desde hace años. Entonces recordé aquella frase que Chris me dijo poco antes de llegar "Cariño, cuando te tomes un cebiche con cerveza en la playa no te querrás ir". La verdad es que no se equivocaba mucho.

El sol iba bajando igual que el contenido de nuestros vasos. Poco poco se acercaba al mar, hasta besarlo. Había visto bellos atardeceres, pero éste fue realmnte hermoso. En Sevilla me gusta la degradación de colores que aparece en el cielo a medida que el astro rey se oculta. Aquí todo el cielo tomó un color anaranjado intenso y el sol, grande, con una corona alrededor, brillaba amarillo sobre el horizonte. Era la primera vez que veía el sol ponerse sobre el mar y era realmente alucinante. El atardecer más romántico de mi vida.... y yo tomando chelas con los amigos, no tengo solución, nunca seré una princesa en busca del momento más bonito de su vida, incorregible.

Una vez que el sol se escondió completamente, cansado de sonreír al objetivo de mi cámara, la oscuridad nos invadió. Paseamos por aquella arena donde los cangrejos se diferencian de la arena sólo por el movimiento. Los chicos cogieron uno para que pudiese verlo de cerca y fotografiarlo. Lucho intentó acercármelo demsiado, pero yo soy más rápida y volé. Él se reía de que alguien tan grande como yo tuviera mieda de un simple cangrejito, pero es que lo de que tengan pinzas no me parece muy tranquilizador.

Volví a casa de Chris y cuando la ví le dije que no quería abandonar Chiclayo.

jueves, 20 de mayo de 2010

Kuelap

Eran las cinco de la mañana cuando llegué a la ciudad de Chachapoyas. Como todo estaba solitario y oscuro le pedí al conductor del bus de Cajamarca que me dejase dormir en el interior del mismo, junto a otros pasajeros, hasta que éste saliese y el buen hombre así lo hizo. Ya de día paseé por la tranquila ciudad y llegué al mercado donde desayuné un horrible café ante la atenta mirada de un perro. A continuación hice una mini ruta por las pocas agencias que la plaza ofrecía y terminé contratándola en la última tras comprobar que el precio era el mismo y además me dejaba utilizar internet hasta la salida del bus.

Sabía poco de la cultura Chachapoyas y aún sigo siendo bastante ignorante. Cultura preinca del norte del Perú conocida como "los hombres de las nubes" ya que hacían sus construcciones en lugares elevados de la selva en donde éstas terminaban entremezclándose con las nubes. De ellos se sabe más bien poco porque no han sido muy estudiados. Se conoce que eran estratégicos guerreros conquistados por el imperio inca años antes de la llegada de los españoles, lo cual sirvió para que se aliaran con estos últimos en la lucha contra los hijos del sol. Según cuenta la historia, los chachapoyas fueron respetados y admirados por los españoles, que no traicionaron la alanza establecida, sin embargo la diseminación de la viruela hizo casi desaparecer a este pueblo. Al principio los cuerpos de los difuntos infectados era quemados, pero Hernán Cortés envió una carta a Pizarro en la que le aconsejaba no hacerlo, en su lugar sugería arrojarlos a los ríos favoreciendo así la expansión de la enfermedad que disminuiría sin esfuerzo el número de enemigos a combatir.

Kuelap es una fortaleza que esta cultura construyó en lo alto de una cima, a unos 3000 metros de altura en la selva del norte peruano. Una voz había sentenciado "no puedes abandonar el país sin visitarla, es el Machu Pichu del norte". Es bastante poco conocida a pesar de que su descubrimiento se produjo en el siglo XIX unos 70 años antes que el de Machu Pichu. El nombre de Kuelap significa "lugar frío" (o al menos eso cuentan).

Había leído en una publicación de hace algunos años que para llegar al yacimiento hacía falta una caminata de unos días, dato que me desmintieron enseguida. Sabía que el bus dejaba cerca pero iba preparada para andar cuesta arriba una hora cuando me dijeron que eran tan sólo veinte minutos, que yo creo sinceramente que fueron diez.

Tenía toda la imagen de una fortaleza cristiana medieval, pero pertenecía al medievo de los chachapoya. Nuestro guía, Augusto, que era un verdadero encanto, nos avisó de que no debíamos acercarnos a las llamas ya que una de ellas había pateado a un turista estadounidense días antes. Esa anécdota le sirvió al grupo para darle caña al simpático canadiense que nos acompañaba, ya que era el único representante de Norteamérica.

Los muros tenían unos veinte metros de altura y resultaban realmente inexpugnables. Las puertas eran bastante seguras, de abertura estrecha, daban lugar a un alargado pasillo que se iba estrechando progresivamente, así los enemigos quedaban acorralados mientras los guerreros los aniquilaban desde las alturas. Pasamos junto a la entrada real, pero continuamos nuestra ruta y nos introdujimos por la "puerta de servicio"

La ciudad estaba construida en tres niveles, siendo el tercero de ellos actualmente inaccesible a los turistas y que parecía estar dedicado a construcciones reales. Realmente el yacimiento me resultó un poco abandonado, además de que no existir ninguna indicación de camino o explicación. Realmente se conoce poco de Kuelap. El guía se quejaba de que era muy difícil acceder a información y eso era un gran problema para el desempeño de su trabajo. Se dedican pocos fondos a su estudio y las pocas investigaciones realizadas aún no han sido publicadas, así que la visita resulta interesante pero poco productiva.

En el primer nivel se encontraban unas casas circulares típicas de esta cultura, cuyo tamaño indicaba el número de personas que convivían en su interior. La vegetación de alrededor era alucinante: podían observarse plantas encaramadas en los troncos de los árboles, orquídeas y un extraño tipo de ortigas.

Accedimos al segundo nivel por un pasadizo que se iba estrechando también hacia el fondo. Otra de las estrategias guerreras que tenían era que, a los pocos contrincantes que conseguían llegar a la plataforma superior, los atraían hacia ellos, situados al borde del abismo. La trampa se encontraba en que el espacio destinado a los enemigos era una construcción de madera inestable tapada con paja que, ante el peso de los hombres cedía, precipitándolos al vacío.

Augusto nos había comentado que el interior de los muros estaba lleno de huesos. No se sabe el por qué de este hecho, y si se sabe, aún no se ha publicado. De manera escondida retiró uno de las piedras que formaban el muro. Miramos uno a uno el interior y allí había, apilados, cientos de huesos.

En algunas casas podían observarse unos ladrillos que sobresalían a modo de diseños extraños. Lo que para mí no significaba nada a simple vista consistía en una representación de los ojos del jaguar, uno de los animales sagrados de los Chachapoyas (junto al cóndor y la serpiente) y la triple línea de piernas hacía referencia a los tres mundos: el supramundo de los dioses, la tierra de los vivos y el inframundo de los difuntos.

Entramos en algunas casas que aún conservaban las paredes. En ellas podían observarse las neveras a modo de agujero en la tierra o incluso las piedras para moler el grano.

Había algunas casas que habían sido reconstruidas, con techo de paja incluido. A mí me recordaron a las del poblado galo de Asterix y Obelix. La idea de la reconstrucción fue de Fujimori, que pretendía que la ciudad pudiese visitarse como antaño, sin embargo la gente del lugar se negó rotundamente a que aquello continuase y ahí terminó el proyecto.

En un extremo de la colina se podían observar las pocas construcciones incas que algún día existieron en el lugar. De planta cuadrangular eran fácilmente diferenciables del resto. Había un edificio que se conoce como “el tintero” por su parecido en la forma a este objeto. Está hecho en una piedra blanca diferente al resto de las usadas en el yacimiento. Se sabe que era un templo de adoración al sol, pero no se tiene más información.

Salimos del recinto por la entrada real, observando a ambos lados imágenes talladas en las piedras, que decoraban las paredes haciendo más agradable el paseo a la realeza. Algunas de ellas habían sido robadas y tan sólo quedaban las marcas del cincel en la piedra. Otras habían sido restauradas, pero en un pequeño despiste arqueológico habían sido mal colocadas en la reconstrucción.

La visita me había gustado, sin embargo nunca designaría a este lugar como el “Machu Pichu del norte” porque sinceramente creo que no es comparable. Bello pero incompleto, interesante y enigmático por los secretos que esconde; rodeado de un hermoso paisaje, pero había algo que faltaba.

De vuelta a Chachapoyas paramos a comer en un pequeño restaurante familiar donde por un precio simbólico comimos a modo de casa de abuela. Ya en la ciudad me dirigí a la terminal a tomar el bus de regreso a Chiclayo. Había muchas más cosas por visitar como los sarcófagos de Karajía o la catarata del Gocta, “descubierta” o dada a conocer hace tan sólo tres años y que ostenta el título de tercera más alta del mundo tras el Salto del Ángel en Venezuela y las Cataratas Victoria en la frontera de Zambia y Zimbawe. Quedé con esa desagradable sensación de no poder visitar aquello que sabría que me gustaría. “Otra vez será”, me dije.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Full Máncora

El sol que entraba por la ventana fue mi peor enemigo. Apenas había dormido, tenía la sensación de haber abierto los ojos segundos después de haberlos cerrado. Sin embargo no podía quedarme en la cama, hacía mucho calor, estaba sudando, no quedaba agua mineral y la del grifo era también salada. Así que, todos con caras de zombies, salimos a desayunar a nuestro bar preferido a pesar de la poca simpatía de su camarera.

De allá nos fuimos a la playa donde pasamos un buen rato. El agua estaba calentita, agradable, pero la corriente era muy fuerte. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con las olas, que era bastante grandes, por lo que si no las tomabas bien terminaban volteándote de mala manera. No recuerdo cuánto tiempo permanecí en el agua pero creo que fue bastante y lo disfruté como una enana.

La siguiente parada de nuestro estresado día fue la piscina del hotel, donde nos hicimos colegas del DJ, el speaker y el barman de la discoteca que éste tenía. Allí permanecimos sin hacer nada especial, sólo hablando, remojándonos y tomando chelas. Qué bueno es eso de no hacer nada de vez en cuando.

Comiendo, en el bar de siempre, comprobé que, a pesar de las cantidades industriales de crema factor 60 que me había aplicado, estaba hecha una gamba. Los rayos de sol pseudoecuatorianos son realmente un veneno para mi piel.La tarde fue igual de estresante que la mañana: una supersiesta seguida de un baño en la cocina. Vuelta a comer y de allí a prepararnos para salir.

Esa noche la discoteca andaba mucho más movida, de hecho nos llegaron a poner Xuxa, sí, momento realmente subrrelista encontrarme en una discoteca de un pequeño pueblo costero bailando "es la hora es la hora..." pero me gustó tanto. Un peligro inminente en toda discoteca peruana es la típica pelea de machos debido a un planteamiento alcohólico-machista del tipo "te has acercado demaiado a mi novia, la has rozado, la has mirado...." Ese rollo machista-posesivo que despierta en mi unas naúseas irrefrenables. Obviamente ese día no sería distinto. Tras unos cuantos calentones entre unos manes, al final aquello se convirtió en una caseta de distrito, para lo que no conozcan la Feria de Sevilla traduzco: volaron sillas y botellas. Por suerte estábamos en las antípodas del lugar de los hechos y nuestro barman-colegui no ayudó a salir por la puerta trasera que daba al hotel. Me fastidió bastante tener que irme de allí, pero escuchando el jaleo que después se armó y sobre todo al ver salir corriendo a la gente entendí que el momento en el que Lucho nos dijo que debíamos salir de allí había sido el correcto ya que yo y Chris habríamos seguido bailando felizmente ajenas a todo.

La noche, ya más tranquila, la continuamos en el chiringo de la playa, tan sólo hablando rodeados de cervezas. Terminé rodeada de chicos y como aquí es normal que cada uno invite a una ronda, pues yo invité a alguna y, como anfitriona, serví los vasos. Observaba sus caras mientras una chica les ofrecía un vaso de cerveza pagado por ella, lo aceptaban pero se sentían incómodos. Intenté hacerles ver que aquello era una forma de machismo, que el invitar o no no depende del sexo, sino del bolsillo y las ganas, pero creo que es algo que en Perú les inculcan desde el útero y no seré yo la que les haga cambiar de opinión.

Decidí que no podía marcharme de allí sin hacer algo que siempre había deseado. Era cierto que la noche anterior me había bañado en la playa, pero no había estrellas porque era ya muy tarde y no fue desnuda. Esperé hasta la hora que me pareció adecuada, entonces a las 5.30 empezó a clarear aunque seguían presentes las estrellas. Dejé a los chicos en el chiringo, sorprendidos, y me fui a bañarme a la orilla, tan sólo a unos metros. El agua estaba caliente también. Poco a poco vi como la claridad avanzaba y borraba las estrellas del cielo hasta dejar un extraño color sobre toda Máncora y mi cabeza. Observé y retuve esa imagen en mi memoria, en la lista de imágenes para no olvidar. Fue una experiencia realmente quasireligiosa.

Tras el baño no tenía gran cosa que hacer así que decidir ir a dormir al menos unas horas antes de volver a Chiclayo. Conseguí reposarme unas tres para luego desayunar rápidamente y tomar el bus. Había sido un fin de semana corto pero muy intenso. Creo que todos nos quedamos con esa sensación de buena experiencia pasada y entonces entení por qué Christie me había hablado tantas veces de Máncora en Francia: no me había ido aún y ya quería volver.

El viaje de regreso fue una auténtica pesadilla. "No me caben las piernas" pensé cuando me situé en mi asiento, entonces el de delante reclinó el suyo.... giré mi cabeza y miré a Jesús con cara de desesperación, quien respondió con una gran carcajada. Los comentarios sobre las canciones y el cutre-bus me ayudaron a superar la primera parte del camino, pero luego todos dormían, yo no encontraba la postura y aquello se volvió realmente desesperante. Afortunadamente el bus hizo una parada en un bar en medio de la nada y pude estirar las piernas e ir al baño detrás de unos matorrales. Horas más tarde por fin llegamos a Chiclayo y pudimos reposarnos, nos hacía falta.

domingo, 16 de mayo de 2010

Zorritos, Punta Sal y Máncora

Creía que la pared se me caería encima cuando oí el ruido de las obras. Tras el susto, una ducha con agua fría y salada, un paseo por la playa y unos huevos fritos como desayuno. Después, una pequeña caminata en busca del colectivo para ir a Zorritos, un pueblo pesquero situado a unos cuarenta kilómetros de Máncora. Pregunté a una señora que me dijo que el paradero se encontraba "ahí no más", el mismo dato impreciso que siempre, "¿eso serán 100 ó 1000m?" pensé. Como caminaba y no encontraba el lugar volvía a preguntar y la respuesta era siempre la misma "ahí no más, señorita". Fuí andando de ahí no más en ahí no más, hasta que llegué a una plaza situada a la salida del pueblo donde se encontraban los paraderos. Según yo, la indicación adecuada hubiese sido: "atraviesa todo el pueblo y cuando vayas a salir hay justo una plaza, ahí no más".

Zorritos es un pequeño pueblo pesquero que me desilusionó un poco. Fue mi culpa no cambiar mi concepto de pueblo pesquero. Esperaba pequeñas casas de pescadores, con su pequeño puerto lleno de barcos, sus señores con las redes... sin embargo ese concepto no era aplicable aquí. Era un lugar algo abandonado y no había puerto, sino algunas barcas en ciertos lugares de la playa. Tranquilo para pasear y sacar alguna foto pero sin gran interés turístico. Me bañé tranquilamente en la playa y descubrí que la corriente era muy fuerte, así que me quedé en la orillita para evitar terminar en Guayaquil.

Relajada tras el baño busqué un lugar para comer un rico pescado frito. Mientras lo degustaba tuve una conversación totalmente subrrealista con la madre de la cocinera que sufría alzheimer. Me cayó muy simpática, así que le seguí la conversación que ella y respondía a sus extrañas preguntas. Cuando me despedí me dijo estaría allí esperándome...

Mi siguiente parada fue en Punta Sal, una playa turística pero muy tranquila en temporada baja. Me entretuve caminando, mirando el horizonte e intentando hacer fotos artísticas con pésimos resultados. Me antojé de un helado así que me dirigí al único bar que se encontraba abierto y me compré uno de mis preferidos: un maxibom (aunque el nombre era distinto). Hacía tiempo que no comía helado, al menos que recordara, así que lo degusté poco a poco, disfrutando profundamente el momento. Mientras lo comía observaba a unos niños jugar, sólo veía sus sombras ya que estaban a contra luz; parecían las sombras de los niños perdidos que se habían escapado de Nunca Jamás y allí, en el agua delo Pacífico, brincaban y jugaban, tal y como dice Galeano "como juega el niño sin saber que juega". Cerré mis ojos con el rostro al sol y todo era oscuro pero claro, tranquilidad, alguna risa, las olas, las gaviotas...... ¡¡mierda agua!! Una ola impertinente había osado llegar hasta mí, rápidamente me levanté a recoger mi cámara y demás pertenencias no pudiendo evitar que mis pechos escaparan del bikini mientras mis manos estaban llenas de cosas. Corrí hacia la arena seca, como si de una amazona se tratase y allí me recompuse. No permanecí mucho más tiempo allí porque Chris debía llegar pronto con los chicos. En el colectivo iban dos señoras haciendo una especie de encaje. Como me resultó curioso les pregunté y me explicaron que era algo realmente complicado. Ellas iban concentradas en su tarea y el conductor, que me vio muy gringa, cambió la música, quitó cumbia y puso Aerosmith, bueno, también me gusta.

Ya me encontraba en el hotel a la hora acordada así que podía reajarme. Para hacer tiempo me metí en la piscina y me puse a nadar. Me encanta nadar, me fascina, me relaja y me alegra. Hacía muchísimo tiempo que no nadaba y fue un verdadero placer: el agua estaba caliente, había música y sólo un maldito mosquito que osó picarme en la punta dela nariz rompió el encanto del momento.

Algo tarde llegaron Chris, Alonso y Jesús y por fin nos fuimos a cenar. Teníamos muchas ganas de marcha, al menos yo. El hotel tenía una discoteca así que allá fuimos. Me sorprendió que había poca gente, luego descubrimo que ese día era "noche de ambiente" y sólo había gays, pero muy pocos. A pesar del ambiente nos integramos y lo pasamos en grande imitando a una loca que bailaba como Locomía. De allí fuimos a los chiringuitos de la playa, que era donde se concentraban los turistas. Perdimos la noción del tiempo jugando y hablando. Ya cansados volvimos a dormir, aunque aún faltaban dos amigos en el grupo.

Estábamos casi dormidos cuando el móvil sonó, habían llegado, y como yo era la que estaba más espabilada bajé a bucarlos, aunque no los conocía. Esperé tumbada en una hamaca y cuando vi pasar a un par de chicos les pregunté si eran los amigos de Christie. No me respondieron así que pensé que no eran ellos pero cuando el de recepción me dijo que los chicos que esperaba ya habían llegado pensé que eran unos saboríos por no contestar.

Cuando volví a la habitación se lo dije y los muy pavos ni se habían enterado de que les hablé. Tenían ganas de salir, así que volvimos a vestirnos y regresamos al chiringo de la playa, donde la marcha continuaba. Después estuvimos en la playa chupiteando una botella de ron. Al final nos animamos e hicimos algo que nunca había hecho y siempre quise hacer: bañarme en la playa de noche, aunque ya era casi de día. Tras el baño nos fuimos a dormir cuando la habitación se encontraba ya iluminada.

De Chiclayo a Máncora

Dediqué toda la mañana a cargar fotos e informarme sobre unidades docentes de Barcelona. El día de la elección de plaza mir se acercaba y yo había obviado el tema durante dos meses. Ahora era ya el momento de ver qué podía hacer. Aún quedaban plazas en Sevilla pero necesitaba un plan B.

Mientras me encontraba en el ordenador escuchaba los cds de cumbia que Belén, la mamá de Yojhi me había regalado. Yo tarareaba y culeaba delante del ordenador ante la sorprendida mirada de Mili, la señorita que trabaja en casa de Christie que por cierto cocina bien rico. El día anterior había hecho un espesado, que es un plato típico de la región, sabrsísimo y ese día comí espaguetis a la boloñesa con una peculiaridad: ¡ iban acompañados de arroz! Chris me explicó que allí todo se acompañaba con arroz en el plato, incluso la pasta.

Ya en la tarde cuando ella volvió del básket nos fuimos en coche a recoger a Alonso y de allí a Monsefú. Es otra pequeña localidad situada no muy lejos de Chiclayo donde es muy conocida la artesanía. Me gustó sin encantarme y no compré nada de artesanía. Ésta era principalmente del tipo de canastos y cestas de mimbre, no creí que nada pudiese llegar con vida. Descubrí sorprendida la versión peruana de la flamenquita de encima de la tele, de hecho el traje se parecía bastante ya que consistía más bien en una evolución de los trajes que los españoles trajeron aquí. La señora no perdió la ocasión e intentó vendérmela pero decliné su oferta.

De regreso a la ciudad me compré un billete de autobús para salir hacia Máncora esa misma noche, así que volvimos rápidamente a preparar mis maletas y cenar. Justo antes de salir conocí a unas amigas de la mamá de Christie, ellas empezaron a preguntarme cosas sobre España y cuando dije que era de Sevilla una de ellas dijo exaltada "mi hija está en San José de la Rinconada", me hizo gracia la coincidencia.

El papá de Chris me llevó a la terminal de buses y allí empezó mi pesadilla. Los asientos eran bastante incómodos, no me cabían las piernas, la chica del asiento de al lado me bloqueaba todo posible movimiento, sin contar con la música a todo volumen que ni siquiera mis tapones de oído conseguían aplacar. Además, cuando conseguía quedarme entre dormida, llegábamos a un pueblo y el conductor empezaba a gritar.

Finalmente llegué dolorida a Mácora, allí los conductores de lo motocarros estaban dormidos, uno que se despertó aceptó llevarme hasta el hotel pero me pedía mucho: 3 soles por un recorrido de unos cinco minutos, cuando llegamos disctimos y sólo le di 2. El hotel se llamaba"sol y mar" y tenía muy buena pinta: en un patio central se localizaba una piscina con hamacas, zona de relax, bar y una mesa de ping-pong. Alredededor se encontraban las habitaciones. Esa noche me metí en la habitación "Langosta" y luché para quedarme dormida mientras una música tipo "rave" venía desde la playa.

sábado, 15 de mayo de 2010

Ferreñafe, Sicán y Bosque de Pómac

A pesar de que no había tenido una mala experiencia con el tour del día anterior, preferí hacer la ruta de este día a solas. Supuse que con mucha gente a mi alrededor no podría disfrutar de la tranquilidad del bosque igual que en soledad y también podría elegir dónde comer.

Llegué temprano al paradero de Ferreñafe en Chiclayo. Desde allí salí en colectivo y tras unos 20 minutos me encontraba en ese pueblo. Me lo habían descrito como un lugar con encanto y en la guía recomendaban visitarlo no sólo por su museo. Para mí no resultó un lugar de gran interés. Pueblo de casas descoloridas, edificios descuidados, plaza con su obligada iglesia... encantador pero no imprescindible. Pasée ante la atenta mirada de sus sorprendidos habitantes y una vez que di por concluído el paseo, tomé un motocarro hacia el museo del señor de Sicán.

Incomprensiblemente en el museo no tenían cambio, esos son los pequeños detalles que no me gustan de Perú, aunque siempre hay alguien simpático que se ofrece para ir a cambiar mientras visitas el museo, ineficacia subsanada por la calidez humana.

El señor de Sicán fue encontrado en una Huaca, la del Loro, situada cerca del bosque de Pómac, a tan sólo unos kilómetros de Ferreñafe. Estaba también rodeado de sus enseres y lo acompañaban dos mujeres. El enterramiento y lo encontrado en él eran menos majestuosos que los del Señor de Sipán, sin embargo a mí me encantó la reconstrucción de la tumba. Dado que ellos creían en una nueva vida tras la muerte, habían colocado al señor en posición fetal y bocabajo, totalmente en presentación cefálica, genial. Luego leí que para conseguirlo debían luxar las articulaciones del difunto, con lo que llegaba a la nueva vida un poco defectuoso.

El museo no era muy grande. En él sólo se exponía la reconstrucción de dos tumbas y tras ellas había una zona dedicada a la orfebrería, metalurgia y minería. Estaba muy bien diseñado ya que había paneles explicativos en dos idiomas a lo largo de todo el recorrido. Así pude leer en qué consistían el fenómeno del niño y el de la niña; cuáles eran las técnicas utilizadas en las diferentes expresiones artísticas del pueblo mochica y cómo y para qué vivían. Pude ir tranquila, a mi ritmo, en la visita del museo, y lo disfruté. Sin embargo creo que es mejor visitar éste antes que el de Tumbas Reales ya que, a pesar de resultar bastante interesante, queda eclipsado por la grandeza del anterior.

Volví al pueblo y allá tomé un coletivo hasta el Bosque de Pómac. Más que un bosque consistía en una sabana. El calor era asfixiante y el sonido de la chicharra lo hacía aún más intenso para mi percepción. Entré en el centro de visitantes para que me informaran de la ruta. Lo que Christie me había dicho que tardaría a pie unas dos horas a lo sumo se convertía en el doble según el guía. Durante unos instantes vacilé. No sabía si lo que intentaban era venderme el motocarro o realmente la distancia era tan importante. Miré el mapa, calculé y entonces pensé que, a pesar de que no estuviera tan lejos, con aquel calor y sola era algo arriesgado hacer el camino a pie. Finalmente acepté ir en motocarro.

Si hubiese sabido que había tan poca sombra y que la temperatura llegaría a esos niveles habría empezado mi ruta a las 6 de la mañana.

Salí en motocarro por un camino de tierra y piedra. Intentaba hacer fotos en aquel ajetreado vehículo, cuyo ruido seguro que espantaba a todos los pájaros que yo buscaba. A ambos lados los árboles parecían estar secos, pero conservaban el verde de sus hojas. En poco tiempo llegamos al famoso "árbol milenario" que en realidad tiene unos 500 años. Se trata de un enorme algarrobo de tronco retorcido a modo fantástico y que, a pesar de haber sido tumbado por una tormenta, sigue vivo, acostado sobre un lado, como si esperara tumbado en su cansancio centenario la visita de los curiosos turistas.

Caminamos en busca de algún pájaro, pero no aparecía ninguno, como era de imaginar con aquella insolación. Continué el camino en motocarro y entonces comprendí que para visitar el árbol bastaba con una caminata, pero para llegar al mirador era necesario desplazarse en carro o salir muy temprano. La distancia era de kilómetros por un camino de tierra árido que me recordaba a un documental de algún lugar perdido en África, de hecho daba la impresión que en cualquier momento, de entre la maleza, saldría un león a la captura de su presa: turista rubia blanca.

Tras minutos de saltos y calor el motocarro se paró fente a un cerro. A mitad de éste había un sombrajo: el mirador. Elevé la vista y pensé en lo horrible que sería la subida por la árida ladera hasta allí. Sin embargo, había recorrido kilómetros para disfrutar del paisaje, no era hora de echarse hacia atrás. Con mi gorro de gringa y gafas de sol me animé a subir. El ascenso no fue tan malo como esperaba aunque el calor era bastante intenso. El esfuerzo mereció la pena. Desde allí arriba se podía observar todo el bosque con las montañas al fondo. Realmente la imagen mi cerebro la reconocía más como África que como América.

El calor empezaba a hacerse agobiante y el chico del motocarro me dijo que podíamos pasarnos por el río, idea que me agradó. Dejamos el vehículo en el camino junto a una iguana grandota y tras un breve paseo llegamos al "Río de la Leche", que recibe esta denominación por el color blanquecino que toma a veces, aunque no logro recordar cuál era el componente causante de tal cambio. Al principio metí sólo los pies, pero me apetecía zambullirme a pesar de la poca profundidad. El guía no se cortó un pelo y se bañó en ropa interior, así que, sin darle mayor importancia lo imité. Mientras me relajaba en el agua, él se aproximó y entonces intentó meterme mano. Yo me quedé sorprendida de que un guía oficial osara a hacer eso, así que directamente le dije que no se atreviese a tocarme y que no se pasase un pelo. Salí, me sequé y volví al carro, mientras él intentaba convencerme de que volviera al agua e intentaba restarle importancia. Tenía tanta rabia encima que tenía ganas de pegarle. Le dije que el recorrido se había acabado y que tenía que llevarme al lugar acordado, así que, ante mi imposición autoriataria no le quedó otro remedio que acercarme al pequeño pueblo donde tomaría el colectivo para mi siguiente destino.

Una vez relajada, en el pueblo, llamé a Christie y le conté lo ocurrido; ella, sorprendida me dijo que encontraría a alguien para ir a buscarme. La idea al principio era que yo fuera sola al museo y cuando volviese a comer ella se uniese para regresar en el coche a continuar la visita, sin embargo se hizo tarde y tuve que improvisar.

De allí me fui a Túcume, otro pequeño pueblo donde hay más restos arqueológicos. Como era un poco tarde no encontré ningún bar donde pudiese comer. Me resultaba extraño porque estaban abiertos pero ya no servían comida. Mi única solución fue ir a una panadería y comprar unos bollos para calmar el hambre.

Pregunté cómo llegar hasta el recinto arqueológico y me dijeron que se encontraba a unos 10 minutos, justo a la salida del pueblo, que podía ir a pie. Empecé a caminar, pasé junto a un montículo, dudé si era una huaca, por lo que lo rodeé descubriendo solamente toros, perros y pajarracos negros. Continué caminando, salí del pueblo, atravesé cultivos de arroz, entonces me detuve. A lo lejos podía apreciar el yacimiento, que se encontraba bastante más lejos de lo que me había indicado, sin embargo no me importaba. El sol descendía proyectando una tenue luz sobre los campos verdes, era precioso, aquella imagen en la que las libélulas me rodeaban agitando sus brillantes alas.

No me importó caminar unos veinte minutos hasta el yacimiento, sin embargo al llegar allí mi sorpresa fue que éste se encontraba cerrado. Tanto los horarios de la Lonely como los que me habían dicho los guías eran incorrectos. Conversé con los seguratas y les mostré mi indignación por la poca información, ellos, viendo que podían sacar beneficio de aquello, me dijeron que podía entrar a mitad de precio. Yo no tenía suelto (o sencillo), así que al final entré gratis. Comencé la ruta siguiendo las flechas del camino acompañada por un perro punky. Aquello era un auténtico desierto, todo tierra, con algún tímido matorral y el cielo anaranjado del atardecer. Entré en unas excavaciones abiertas y cuando salí por otra entrada descubrí un cartel: "Prohibido el paso", ups, menos mal que nadie me vió.
La Huaca Larga era la más grande que yo había visto hasta el momento, dudé si debería subir estando sola, entonces me acerqué y descubrí que habían construído unas escaleras para hacer más fácil la ascención. Subí tranquilamente parando a cada momento para contemplar el paisaje: seco por aquí, verde por acá y montañoso por allá. El color naranja lo invadía todo y me recordaba imágenes de la sabana africana, del desierto norteamericano: muy bello. En lo alto de la huaca me senté mirando al horizonte, dejé sencillamante correr el tiempo, sin pensar en nada, sólo estando allí tranquila.

A mi vuelta al centro de visitantes descubrí unos altos columpios, así que me entretuve balanceándome como una pequeña hasta que los zancudos me echaron de allí. Salí y Christie me esperaba con Alonso. Volvimos a Chiclayo, durante el trayecto yo les contaba mis aventuras como si de una niña vuelta de una excursión se tratase. Ya de vuelta en la ciudad fuimos al mercado central, donde comprobé que las maletas y mochilas eran más caras aquí que en España (como pasa también con ropa, zapatos o incluso con el desodorante). Decidí no comprar nada pero ya que estábamos allí degustamos una bebida llamada "champú" y unos dulces parecido a los picarones. Algo difícil para mí describirlo porque no se parecía a algo que hubiese comido antes, pero estaba bueno.

El día había sido muy largo, con aventuras y desventuras. Tenía ganas de volver a casa y relajarme. Lo haría pero antes tenía un último reto. Tras dejar a Alonso en su casa fui yo quien condujo. No fue tan grave como yo pensaba debido a que consistió en un pequeño trayecto. En Perú no se puede conducir con mentalidad europea, en Chiclayo no existen los semáforos, ceda el paso o stop (o hay tan pocos que ni los vi). Debes meter el morro del coche y colarte como puedas, algo que acabaría con mi pacencia si tuviese que hacerlo todo los días pero que al tratarse sólo de unos minutos me resultó divertido. Ya había conducido en Perú, tras esto podía dormir tranquila.

viernes, 14 de mayo de 2010

El Señor de Sipán

Antes de viajar a Perú había leído cuanto había caído en mis manos. Descubrí, sorprendida, que no hace mucho habían encontrado, en el interior de lo que hasta entonces parecían simple cerros, unas pirámides truncas que consistían en centros religiosos. Dentro se superponían diferentes capas de enterramientos de los jefes de esta cultura:la mochica. Algo bastante parecido a lo que hacían los antiguos egipcios. En la revista venía una recreación de cómo se había encontrado todo y me fascinó. Hoy era el día en que visitaría esa fascinante tumba.

Me recogieron justo en casa de Christie y salimos en dirección a la Huaca Rajada, lugar donde se encontraron las tumbas de los señores de Sipán. Por el camino atravesamos campos sembrados de caña de azúcar, algunos de un verde intenso y otros negros, ya que los queman para poder recoger mejor el azúcar que se encuentra en el interior de la caña.

La huaca estaba en medio de la nada, también llamada desierto. El sol lanzaba rayos demoníacos sobre nosotros y el calor era bastante insoportable. Afortunadamente había un "museo de sitio" que visitamos en primer lugar. Para mí fue una nueva etapa ya que pasé de ver restos históricos principalmente incas a los mochica. Éstos existieron siglos antes de que los hijos del sol llegaran a estas tierras. No fueron conquistados por nadie, sencillamente desaparecieron, al parecer por las condiciones tan adversas que presenta aquí el clima. En el museo se encontraban objetos que habían aparecido e las diferentes excavaciones, muy variados, desde cerámicas hasta grandes collares reaizados con conchas marinas, aunque era bastante pequeño. Hay otros museos que contienen más hallazgos, sin olvidar el expolio sufrido por los huaqueros durante años (ladrones de tumbas que vendieron la mayoría de los tesoros que se encontraban en el interior de las huacas a colecciones privadas y otro tanto lo destrozaron en su perforación). Afortunadamente, la arena del desierto había cubierto estas construccione simulando pequeñas cimas que nunca despertaron el interés de los colonizadores españoles.

Tras el museo pasamos junto a la Huaca Rajada, que aún está en excavación, porque, como poco a poco fui comprabando, se dedica muy poco dinero a la arqueología o, como dicen la mayoría de los guías, todo el dinero destinado al turismo por el INC (instituto nacional de cultura) va a Cusco.

A los pies de ésta se encontraban múltiples techos de lugares en excavación. El sol nos quemaba, un búho cantaba y la guía nos dirigió hasta uno de los grandes techos. Allá, en las profundas excavaciones se habían reconstruído las tumbas, tal y como fueron encontradas. Las piezas originales se encuentran en el museo de Tumbas Reales de Lambayeque, pero la reconstrucción se agradece porque le da encanto al enterramiento original. Estos señores que fueron encontrados aquí eran mandatarios reales de gran importancia. El primero de ellos fue encontrado en 1987. Cuando descubrieron la tumba se sorprendieron ya que no sólo estaba su cuerpo con todas las pertenencias que tuvo en vida: vestidos, collares, orejeras, narigueras, coronas... además de recipientes con comida. Su cuerpo estaba acompañado por el de su mujer, dos concubinas, un soldado, un niño, una yama, un perro y un guardián; si mal no recuerdo. Ellos creían que tras esta vida había otra y por ello lo enterraban con todas sus pertenencias, para que siguiese siendo un personaje relevante. Todos sus allegados debían acompañarlo, por lo que eran sacrificados y enterrados junto a él. Es realmente impresionante cuando observas aquello y te lo explican. Te das cuenta de las grandes sociedades que existieron hace cientos años y que yo había ignorado toda mi vida. En realidad quedan muchas cosas por conocer de los mochica.

El más conocido es el primer señor, lo cual no implica que no se hayan encontrado más. Creo recordar que están excavando actualmente la tumba número trece. Las pruebas de ADN han mostrado que los cuerpo de los señores hallados eran familiares. Así, el conocido como "el viejo señor de Sipán", que presenta una tumba bastante menos osentosa que la primera encontrada, se trata del bisabuelo del "señor de Sipán".

A pesar del calor asfixiante estaba muy contenta de conocer aquello, además la guía le ponía tanto entusiasmo que hacía que durante explicación olvidases el calor y todo lo demás. Aunque estaba disfrutando mucho con la visita me alegré cuando volvimos al microbús. Nos dirigimos al museo Bruning. Él fue un alemán que vino a trabajar de ingeniero y que poco a poco se fue enamorando de este país y supo valorar y dar a conocer aquello que los autóconos no habían sabido apreciar. En su museo se encontraban múltiples piezas de las culturas mochica, chimú y Lambayeque. Mi mente empezaba a mezclar las culturas y yo comencé a disfrutar con el juego de comparalas y estudiarlas. Pensé que algún día debía estudiar antropología porque estaba empezando a apasionarme esto de las diferentes agrupaciones humanas y sus expresiones culturales, políticas, religiosas... No llegaba a conocerlas todas bien, sólo conseguía diferenciar su cerámica, "esto debe ser mochica tardío, esto chimú" pensaba cuando las veía y después miraba el cartel, a modo de estúpido autoexamen.

Nos llevaron a comer a Lambayeque y lo primero que pedimos fue una chicha morada helada. Después comí cebiche, aunque no fue el mejor que he probado, me sentó muy bien.

La última visita fue al museo de Tumbas Reales. Fue una verdadera pena que no se pudieran hacer fotos, porque sólo el edificio era ya alucinante. Estaba muy bien organizado y la guía nos daba detalles de cada pieza. Yo, cada vez que nos aproximábamos a una sala, buscaba con la mirada al señor se Sipán. Sala tras sala fuimos viendo todos los tesoros que se encontraron en las tumbas. Realmente aquello debía haber sido maravilloso, teniendo en cuenta que muchos fueron expoliados o sencillamente se perdieron. Los que se exponen fueron enviados a Münich para su restauración. Actualmente ya se restauran en Perú. ¿Quién iba a decirle al señor de Sipán que algún día volaría? Cuando lo vi me quedé sorprendida, estaba bastante mal conservado (normal, había pasado mucho tiempo) y era muy pequeño. Se sabe que murió bastante joven pero se desconoce la causa de la muerte. El museo mostraba también reconstrucciones de los señores, ataviados con todos sus enseres. La última parte era una reconstrucción de toda esa cultura que una antropóloga había hecho. Era curioso porque eran maniquíes con movimiento cuyos rostros habían sido elaborados utilizando como patrón el de autóctonos del pueblo. Cuando lo pusieron en movimiento me encantó, es lo típico que adoran las visitas escolares, pero a mí me pareció tan conseguido que quedé boquiabierta como una colegiala: los músicos se llevaban la caracola a la boca y sus mejillas se inflaban, los sirventes abanicaban, los soldados marchaban, hasta el perro movía el rabo!!! Alguno de los presentes se asutó con alguna trompeta inesperada lo cual hizo que el resto disfrutase aun más. Yo además me alegré de comprobar que había mucho mucho oro que los españoles no se habían llevado.

De vuelta a casa cené con Chris y me dijo que no podría venir al cine como habíamos planeado el día anterior con su tío Alberto. A mí me dio un poco de vergüenza ir sola con él pero como ya me había comprometido me parecía bastante informal echarme atrás en el último momento, así que fui. Él me recogió justo en el domicilio y entramos en una película que Christie me había recomendado. Se trataba de una comedia romántica titulada algo aí como "La novia de mi mejor amigo", tenía un guión realmente alucinante en el sentido de ser muy brusco y conseguir rápidamente la carcajada, sin necesidad de hacer un humor fácil todo el tiempo. No ganaría ningún Óscar pero me hizo reír durante unas dos horas.

Chiclayo

Cuando vi pasar a Chris con su papá en el coche junto a la estación me descubrí sonriendo. ¡¡La muy empollona iba estudiando!! Me acerqué mientras ella seguía introducida en el mundo de la pediatría. Desde el otro lado de la ventana del carro la observé mientras ella ni se inmutaba. Sólo unos segundos después grité "¡cariiiiiiiiñoooooo!" y su cabeza giró rápidamente hacia mí mostrando una enorme sonrisa en su rostro.

En su casa conocí finalmente a su mamá, con la que a veces Chris me comparaba en Francia. Sus hermanitos, que a menudo veía por la cámara durante nuestras conversciones de Skype, ya habían salido a la escuela. Ella me había preparado un superjugo de papaya, qué rico. Poco después tuvo que salir al hospital pero José, también conocido como Pepe (pero que realmente se llama Armando), vendría a recogerme en poco tiempo. Es un taxista de confianza de la mamá de Chris. Ya me avisaron que no era muy seguro parar cualquier taxi en Chiclayo y que aquí los motocarros son conducidos casi en su totalidad por delincuentes, lo cual no es ningún aliciente para demandar sus servicios.

José me llevó a la plaza de Armas y allí, al bajar, me dirigí a ver varias agencias. Christie me había hablado de un tour para visitar la tumba del Señor de Sipán y su museo, ya que se encuentran en lugares bastante alejados. No sabía de qué agencia me había hablado así que la llamé y decidió pasarse y así contratarlo juntas. Desde el centro fuimos callejeando. Era tan extraño estar allá, las dos juntas de nuevo, hablando como si no hubiese pasado el tiempo...

En pocos minutos me enseñó lo más llamativo de la ciudad. Paseamos por el parque mientras nos poníamos al día sobre cotilleos que quedaron en el tintero en nuestras conversaciones transatlánticas. Decidimos ir a ver el paseo de las musas en otro momento. Regresamos a por nuestro bikinis y partimos a Pimentel, una pequeña localidad a unos 20 minutos de la ciudad donde hay playa.

Aunque el viaje en combi fue algo desagradable, estábamos contentas, muy contentas, estábamos felicisisisisisisisisisisisisimas.

La playa tenía la arena algo oscura, pero de ella salía hacia el mar un antiguo embarcadero de hierro oxidado y madera resquebrajada realmente hermoso. Es el lugar que toda película romántica de playa necesita. Viejo pero encantador, en cierto sentido ese embarcadero me robó un poquito el alma.

Tranquilamente paseamos por la arena. Descubrí que había muchos agujeritos en ella que en un principio no supe en qué consistían. Sorprendida vi, como con cada uno de mis pasos, algo se movía en el suelo. Eran muchos cangrejitos, de un color similar al de la arena, que corrían rápidamente a meterse en un agujerito cuando pasábamos a su lado. Me hizo mucha gracia y salí corriendo gritando "¡cangrejitoooooo!", riéndome porque delante de mis pies miles de patitas llevaban los redondos cuerpos hacia sus "madrigueras".

Al final de la playa pude conocer los famosos "caballitos de Totora", una embarcación construída de la famosa planta y que se utiliza desde tiempo de los mochica. Es un barquito que a mí me parecía como si estuviese cortado a la mitad, ya que la zona de la proa termina en un pico elevado pero la popa consiste un corte brusco. El pescador se sitúa en la parte delantera mientras que el pescado lo va almacenando en el hueco que existe en la parte posterior de la embarcación.

El agua estaba muy fría como para bañarme. Ya había nadado en el Pacífico, pero seguía con la intención de repetirlo hasta que me metí y una ola helada reventó en mi pierna. Quedé como un perrito en la orilla, mojándome sólo las patas y saltando de alegría, intentando salpicar a Christie.

Volvimos a comer a su casa. Ella partió de nuevo a clases y yo quedé durmiendo, hasta que su pequeña hermana entró en la habitación y se quedó mirándome con cara de "¿qué es esto?" Pude tener una conversación bastante interesante sobre el machismo y otras cosas que me habían llamado la atención con su mamá. Ella es fiscal de familia, o algo así, y lleva muchos casos de violencia de género.

Cuando Chris volvió nos fuimos con su tío (que en realidad no es sino un conocido de la familia). Íbamos a ayudarlo a hacer la compra ya que se estaba divorciando y no sabía mucho al respecto. Ella le enseño algunas cosas. Yo iba más bien mirando todo en general y comparando con lo que ya conocía. Para mí, a pesar de tratarse de un simple supermercado, no dejaba de ser una nueva experiencia. Él, en agradecimiento, nos invitó a cenar.

Cuando

Iquitos-Lima-Chiclayo

Mi última experiencia en la ciudad fue un tanto extraña. Cuando salía a desayunar, mi compañero de habitación, que parecía un adolescente de película cuyo único objetivo es el de convertirse en estrella del rock, me dijo si podía acompañarme. No me importaba ir sola, pero me agradó tener compañía, así que acepté que viniera. No era de EEUU, tal y como yo había pensado en un principio, sino de Israel, que aunque tengan muchas conexiones no es lo mismo. Terminamos desayunando en un café de la plaza de armas una gran porción de exquisita tarta de chocolate. Mientras la degustábamos, fuera, en la calle, realizaban una especie de desfile militar. No tardé mucho en darme cuenta que mi amiguito y yo terminaríamos discutiendo como no cambiásemos de conversación. Nuestra visión del mundo era tan distinta que ante cualquier tema siempre nos enfrentábamos y eso que no llegué a decirle que me parecía bien que Chávez no dejara entrar a los israelíes en su territorio nacional, medida polémica nada diplomática pero aleccionadora.
Tampoco nos merecía la pena enfadarnos demasiado en la media hora que compartiríamos, así que fuimos saltanto de temas hasta que se acabó la comida y cada uno siguió su camino olvidando el nombre del otro.

Eran mis últimos minutos en Iquitos y me daba pena irme. Me encontré con John quien me llevó a recoger las cosas y de allá al aeropuerto. Allí me despidió diciendo que había sido un auténtico placer conocerme y que cambiaría su visión de los españoles. Me cobró una cantidad irrisoria, hasta le dije que me parecía poco. Él, sonriendo, me dijo que cuando volviera la próxima vez sería médico y él me cobraría más. "Pregunte por mí por favor, si viene algún amigo dígale que cuando llegue al aeropuerto pregunte por mí, que lo tratré muy bien, que pregunte por John Espejo Lozano" Le aseguré que así lo haría y embarqué deseando volver.

En el vuelo me acompañaba una chica de unos veintipocos años que viajaba por primera vez en este medio y que llevaba a su bebe, Clarita. Tenía miedo, así que me dediqué a hablar con ella, decirle cómo funcionaba el cinturón de seguridad y terminamos teniendo un vuelo bastante agradable. Saliendo de la Amazonia de manto verde, sobrevolamos las cumbres nevadas de Huaraz, atravesamos el desierto árido de los alrededores de Lima hasta que finalmente apareció el Pacífico, preciosa imagen.

Tenía que llegar hasta le estación de autobuses situada más o menos por el centro de la ciudad (o eso me pareció a mí). Desde el aeropuerto tomé un taxi conducido por un señor de Ferreñafe que se alegró cuando le dije que me diigía a su tierra. Una vez facturada la mochila me fui en busca de algo de comida y de paso le encontré a Christie su querida Nutella. En Lima pueden encontrarse muchos productos europeos aunque a un precio más elevado que en Europa, pero en este caso merecía la pena pagarlo, sabía que se alegraría enormemente.

Lima me agobió por su tráfico, su ruido y su aire irrespirable. Me dio pena el observar más detenidamenete que muchos palacios y edificios bellos se encontraban en un estado bastante lamentable de conservación, casi negros por el humo de los coches. Si cuidaran esta caótica ciudad y consiguieran que el tráfico no fuera tan horrible estoy segura de que sería un buen destino turístico, pero así a uno se le quitan las ganas.

Salí con el bus a las 20h. Chris me lo había recomendado a pesar de su precio. No era caro, unos 18€ por un recorrido de 12h.Es cierto que hay otros más baratos pero éste ha sido mi mejor viaje en bus. Los asientos eran supercómodos, casi camas; la comida abundante ¡y de chifa! (comida china-peruana exquisita). Volvieron a proyectar Invictus y a pesar de haberla visto dos veces antes volví a emocionarme. El resto del camino dormí como un bebé. Nos despertaron con una canción que se quedó todo el día en mi cabeza...... ¡¡colgando en tus manos, socorroooooo!! Desayuné también muy rico mientras hablaba con la señora de mi lado que era catedrática en la facultad de matemáticas de la universidad de Chiclayo y que tenía a una hija haciendo medicina en Trujillo. No quería volver porque tenía a sus hijos en Trujillo y Lima, pero era difícil conseguir otra plaza, así que daba clases allá mientras su mente y su corazón estaban a kilómetros. Estaba muy desanimada y sólo en dos horas tenía una clase. Decía que una ducha y a sacar fuerzas, me sorprendió y me entristeció.

La tristeza la olvidé pronto, estaba entrando en la ciudad de Chicayo. Mi amiga Chrsitie llevaba esperando mi llegada meses y yo también ansiaba el encuentro. Habíamos compartido sólo seis meses de nuestra vida pero nos unimos muchísimo y en ese poco tiempo llegamos a hacer una gran amistad de esas que pueden sobrevivir a pesar de todos los kilómetros de distancia. Deseaba abrazarla con todas mis fuerzas.

martes, 11 de mayo de 2010

Último día en la selva

Durante el desayuno descubrí que la noche anterior Raúl había vuelto tras nuestra ruta nocturna a recoger a los dos hombres porque había encontrado un caimán. Me molestó que no me hubiese llamado ya que tenía muchas ganas de verlo. Los dos agraciados se quejaban de los lugares por los cuales los había conducido el guía. Yo pensé para mis adentros que se había equivocado llevándolos a ellos y no a mí, porque yo sí habría disfrutado lo que para ellos supuso un trauma.

Tras el desayuno volvimos a salir en el bote. Nuestra actividad para esa mañana era la pesca de pirañas. Remontamos un poco el río Tapira y después nos introdujimos por un pequeño ramal de éste. Estos peces suelen encontrarse en las zonas de aguas calmadas. Llegamos con el bote hasta un lugar cercano a la orilla pero algo profundo. Allí había dos niñas que nos saludaron desde tierra firme. Eran dos hermanas: Wendy y Carlita, de 10 y 5 años respectivamente. Se reían ante nuestra presencia y cuando les hablé se animaron a quedarse y reír con las tonterías que yo les hacía ya que Carlita tenía una risa supercontagiosa que me encantaba. Preparamos las cañas de pescar (que consistían en palitos con una cuerda que en el cabo tenía un anzuelo, sin mayor tecnología). Colocamos en los anzuelos pequeños trozos de pollo y metimos las cañas haciendo ruido y burbujas con el movimiento de la misma, tal y como nos aconsejó Raúl.

Las pirañas son un poco mamonas ya que en vez de comer el pollo de una sola vez y así quedar enganchadas al anzuelo, ellas se dedican a mordisquearlos poco a poco hasta que cuando te das cuenta ya no queda pollo. En definitiva se ríen un poco de ti. Yo decidí que una piraña no podía ser más lista que yo, así que lo que hacía era tirar rápidamente de la caña cada vez que sentía un pequeño bocado, con la esperanza de que en uno de estos tirones el anzuelo consiguiera engancharla.

Me asusté. ¡¡¡NOOOO!!!. Las dos pequeñas se iban a bañar. A mi mente vino cualquier película de Antena Tres o del Alsa y pensé que las pirañas devorarían a las dos niñas. Ellas se rieron cuando les pregunté si las arañas no se las comerían. Ya me explicaron que sólo atacan a las personas en las películas malas. Normalmente pueden atacar si existe un poco de sangre pero comen tan poco que debería haber muchísimas de ellas para poder acabar con una persona. He estado 28 años engañada respecto a este tema. De hecho debería haberme bañado, pero se me ocurrió después.

Yo hablaba con las niñas y Lucio mientras tiraba cada rato de mi cañita. En uno de estos tirones sentí como traía cierto peso. BIENNNN. Efectivamente, al sacar toda la tanza del agua, había un pequeño pez que coleaba. Me levanté emocionada y la traje hacia mí para evitar que pudiese caer al agua. Tras las fotos de rigor seguí con la pesca y mi técnica. Mis compañeros se quejaban de que se les acababa el pollo y no conseguían ninguna. Yo les explicaba que tenían que tirar muy rápido pero no lo hacían. Tras un rato conseguí otra y así, mientras los ánimos del grupo decaían, yo me alegraba de lo conseguido.

Cuando las pirañitas tenían empacho de pollo desaparecieron y así nuestros cebos dejaron de ser mosdisqueados. Nos despedimos de las niñas y seguimos nuestra ruta con sólo dos pirañas como resultado pesquero del día.

Terminamos nuestra visita a la selva yendo a ver unas grandes plantas flotantes llamadas "victorias regia". Son circulares y pueden llegar a tener hasta tres metros de diámetro. Me hubiera gustado pasear en barca entre ellas, pero sólo las vimos desde la orilla y yo, que insití en verlas de cerca, lo hice acercándome con una canoa que me dejó una señora del pueblo. Caminamos un poco por allá disfrutando de los colores, que eran de tal magnitud, que hubo un momento que me pareció estar en una película de Tim Burton y me descubrí cantando a Willy Bonka.

Mis últimas horas en la selva las pasé tranquilamente tumbada en una hamaca tomando un café mientras observaba al río y la vegetación sin otro ruido que el de los animales. Era obvio que debía volver allá, pero estaba muy contenta por todo lo que había conocido y disfrutado.

El regreso en barco lo aproveché tomando el sol, haciendo fotos, observando el paisaje y respirando profundamente con una gran sonrisa en el rostro.

A mi vuelta a la ciudad encontré a John quien me esperaba en la agencia. Me llevó en motocarro a otro albergue que ya me había llamado la atención en uno de mis paseos. Comentó que quería haberme llevado allá el primer día pero estaba ocupado. Era un viejo palacete resurgiendo. Su belleza era evidente a pesar de la pintura descascarillada de las paredes, con ese mismo encanto de casa vieja que pueden tener las de La Habana. Estaba regentada por un francés, se entraba pasando a través de varias hamacas donde varios hippies leían y saludaban en plan "buen rollo". Una vez en el interior, las habitaciones sorprendían por su buen estado ya que, a diferencia del resto del inmueble, habían sido reformadas.

Tranquilamente conocí aquellas zonas de Iquitos que me faltaban por visitar, como el malecón durante el día, el mercado de artesanías, las casas modernistas y la gran avenida de tiendas. Cené unos ricos juanes con jugo de papaya y descubrí uno de los mejores postres del mundo: "el tres leches", una especie de flan exquisito. Tristemente mi plan de orquesta se vio abortado porque John tuvo que llevar a su hijita al hospital con lo que parecía una bronquitis (estos mocosos siempre igual....)