miércoles, 24 de septiembre de 2008

¿eramus ahora?


Algo que puede que no todos sepáis es que me encuentro en Angers (no en Sevilla). Es una ciudad mediana (150.000habt) situada en Francia a unos 300km al oeste de París. Pero no me voy a centrar en esta entrada en la ciudad, ya os la daré a conocer en otra.

La cuestión es que el curso pasado me matriculé de todas las asignaturas que me quedaban para terminar la carrera y convertirme por fin en médico. Sin embargo, cuando se abrió el plazo de solicitud de Erasmus algo se retorció en mi interior: voy a terminar la carrera y no me he ido de Erasmus. Pensé que era imperdonable, que cuando tuviera 55 años y llevara casi 30 años en el hospital desearía volver en el tiempo y decirle a esa joven (que bien suena) que no tuviera prisa por terminar, que le quedaban muchos años de duro trabajo, que aprovechara la oportunidad, que dejara a un lado el miedo y que se lanzara a la aventura. Así que le eché cuenta a mis pensamientos y, tras hablar con mis "consejeros", me decidí, la solicité y obtuve una plaza.

Tras unos meses de incertidumbre por las convalidaciones, por el importe de la beca, por los millones de trámites que tuve que realizar, por fin todo estuvo listo para mi partida. Me despedí de la gente "en entregas" y de algunos ni me despedí; es lo que tiene Sevilla en agosto, escasez de personas.

El 31 de agosto cambió la vida de Amelie Poulin cuando encontró una pequeña caja a modo de tesoro escondida tras un azulejo. Ese mismo día, unas horas (y 11 años) más tarde lo hizo la mía, cuando en compañía de mi amigo Andrés llegué a Angers, invadida por la curiosidad, los nervios y el miedo.

Debo reconocer que la primera noche estaba perdida, no creía que pudiera comprender nada, la residencia me parecía un hospital, con esas paredes de color verde quirófano y en definitiva, tenía miedo. Miedo a lo que me esperaba, miedo a haberme equivocado, miedo a perder lo que quedaba atrás en Sevilla. Pero las decisiones tomadas sólo tienen un sentido y si no nos sirven para disfrutar lo harán al menos para aprender.

Sin apenas darme cuenta ese miedo se esfumó. Me quedé sola, exploré la ciudad, hablé con los pocos estudiantes que habían llegado a la residencia y cuando me quise dar cuenta había olvidado que alguna vez pensé que no me iría bien.

Ahora sencillamente intento hacer un día a día normal, aunque mis anécdotas y mi destreza con la bici me lo impidan, y poder compartirlas con aquellos que quieran, es decir, contigo que estás leyendo esto.

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