domingo, 13 de junio de 2010

Si tuviera

Si tuviera que elegir un color
sería el azul intenso del cielo cusqueño;
un llanto, el producido por el sabroso rocoto
un olor, el de la muña recién arrancada.

Si tuviera que escoger una ilusión,
si tú me obligaras, sería el sobrevolar Nasca;
un sabor, el dulce del manjar blanco
una imagen, el atardecer de Pimentel.

Si no tuviese alternativa y tuviese que elegir
una textura sería la de la alpaca;
un desayuno, el jugo de papaya y sandwich de palta
una bebida, el pisco sour.

Si todo se acabase y tuviera que elegir
un amanecer, sería el de Máncora;
un último lugar que visitar, Machu-Pichu
y un penúltimo baile, una cumbia.

Si la vida fuese un sueño
en el que se puede viajar en el tiempo,
y tuviese que elegir,
elegiría volver atrás, volver a Perú.

Lo que no vi (o algunos motivos para volver)

Cataratas del Gocta

Sarcófagos de Karajía

Anacondas en la selva

Chincha

Oasis de Huacachina

Ruta por los viñedos d Ica

Parapente sobre Miraflores

Fuerte San Felipe de Lima

Cementerio de Lima

Carnaval de Cajamarca

Semana Santa de Ayacucho

Chavín de Huántar

Camino Inca

Rafting en Madre de Dios

Trekking en Huaraz y en el Colca

Cementerio de Nasca

Molino de Sabandía en Arequipa

Paseo de las musas de Chiclayo

Manglares de Tumbes

El Misti sin nubes

Baños termales de Máncora

Cebiche de conchas negras...............


Y EN BOLIVIA

Vallegrande

Santa Cruz

Las Misiones

Museo arqueológico de la Paz

Cárcel de La Paz

Incamachay- Pumachay

Samaipata- Amboró

Toro-toro

Kiyakoyo

............................................................................. y muchos más

Cuenta atrás

Salí tarde en dirección a casa de Lucía. El viaje fue bastante horrible, un viernes tarde, atravesar toda Lima en un colectivo encajada como una sardina en una lata. Tras una hora de viaje llegué a no sé qué lugar que no debía estar muy lejos del acordado, así que caminé hasta que por fin la encontré. Juntas nos metimos en la cocina donde ella se convirtió en barman y empezó a hacerme cóckteles con pisco. Hasta entonces yo sólo conocía el pisco sour. Ella me preparó también "res" y "algarrobina" éste último fue, sin duda alguna, el mejor cócktel de pisco que he probado nunca.

Un poco más contentas nos dirijimos a Barranco. Allí, en la plaza de la iglesia había quedado con Lourdes y Andrés. Empezamos la noche en un bar del boulevard de Barranco y poco después me llamó Diana para invitarme a que nos uniéramos a una discoteca a pie de playa. Terminamos nuestras cervezas y, aunque la música era muy buena, no pudimos rechazar la invitación a entrar de enchufados en aquel lugar. La discoteca me parecía bastante pituka, con mucos pitukos en el interior, pero rodeada de buena compañía aquello no era un problema. Disfrutaba bailando pero a medida que avanzaba la noche empecé a recordar momentos y más momentos del viaje, quise reunir allí, aunque sólo fuera en mi mente, a aquellas personas que habían compartido tan buenos momentos a lo largo de esos tres meses. Tenía los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa en la cara. Bailé cumbia hasta estar sudando enteramente y, cuando la gente empezaba a marcharse, Lourdes anunció el final de la velada. Estaba contenta, me había divertido, pero había sido como un cumpleaños en el que falta tu mejor amigo.

Al día siguiente al despertar no podía para de mirar el reloj, sólo faltan seis horas, ya sólo cuatro... y así medía cuánto me quedaba de angustia, porque era una extraña espera, mezcla de alegría y tristeza.
Nélida, la mamá de Carmen, salió a comprar porque quería que mi última comida en Perú fuera rica. Me preparó un buen lomo saltado que comí acompañado de Inca Kola y, tras el rico almuerzo, salimos en dirección al aeropuerto.

Desde el mismo momento en que crucé la puerta tuve problemas. Lo primero fue que cuando quise pagar con mi visa el empaquetado de las maletas la máquina no podía leer el chip, después que tras hacer cola en Iberia, éstos me informaron de que mi vuelo sería operado por LAN y tenía que volver a hacer otra cola y para terminar, me informaron que mi vuelo saldría con retraso.
Merondeé por el aeropuerto junto a Nélida gastando los últimos soles de mi cartera. Entonces nos despedimos y fue un momento triste. No habíamos pasado mucho tiempo juntas, pero me había recibido, alojado y tratado como a su propia hija.

En el control policial me registraron, como de costumbre, y ya en la zona internacional comprobé que el aeropuerto tenía un microclima muy diferente al de exterior, al de Lima. Por allí paseé buscando algo que costase 4 soles máximo, para realizar mi última inversión. Era imposible, todo resultaba carísimo. Tras entrar en varias tiendas descubrí que lo unico a lo que podía acceder era a un condorito de tela. Me gustó la idea, pero reservé el dinero por si tenía alguna emergencia.

Tras caminar, recorrer las tiendas y visitar los lavabos, me fui a la puerta de embarque a leer. Pasaron las horas, fui a pedir información. Nuestro avión se encontraba en Guayaquil donde estaban intentando arreglar una avería. Como el tiempo pasaba y pasaba mucha gente empezaba a desesperarse, nos cambiaron las conexiones, nos dieron n ticket para cenar y nos dijeron que esperáramos hasta nueva información. Me fui a cenar con dos catalanes y una peruana. Hicimos buenas migas así que a la vuelta de la cena nos quedamos hablando para que nuestra espera fuera menos tediosa.

En plena desesperación de cómo avisar a mi madre recurrí a Christie. Mis últimos cuatro soles, no invertidos en el condorito, sirvieron para llamarla, explicarle la situación y que ella llamase al día siguiente, cuando la hora fuera decente, a mi madre, para explicarle que llegaría con mil horas de retraso.

Los ojos se me cerraban del sueño y mi piel traspasaba el frío sin piedad cuando os anunciaron, ya al día siguiente, que embarcaríamos. Yo tenía hambre otra vez y sólo entrar en el vuelo me ubiqué en mi sitio, me enrollé en la manta y pregunté a la azafata "señorita, ¿nos darán de cenar?" ella hizo un gesto de afirmación que en ese momento supuso para mí la felicidad extrema.

El avión comenzó su camino, aumentó la velocidad, se elevó dulcemente y sin quererlo despegó. Desde la ventana observaba las miles de luces que conforman la noche limeña. Siempre pensé que en ese momento lloraría, pero no fue así. No sé si mis sentimentos estaban anestesiados por el frío o por el hambre, sencillamente no salieron a la luz.

El vuelo fue bastante rápido, sólo me dio tiempo a cenar, ver un par de pelis, dormir y hablar. Cuando me quise dar cuenta estaba llegando a Madrid en donde me convertí en Ussain Bolt para coger mi conexión hasta Sevilla. Trágicamente mis maletas no fueron tan rápidas como yo, de hecho se quedaron retenidas en la aduana por culpa de los quesos de Cajamarca. Al día siguiente pude recogerlas, tirar el queso, poner la reclamación en Iberia, sacar todos los regalos y darme cuenta de que, ahora sí, mi gran viaje estaba completamente finalizado.

martes, 1 de junio de 2010

Last day

Era mi último día en Perú y me invadía esa extraña sensación que se apoderade nosotros cuando una etapa de nuestra vida está a punto de acabar. Mi gran viaje de final de carrera daba sus últimos coletazos. Una mezcla de sentimientos se apoderaba de mí; alegre de volver a ver a los míos, triste por abandonar el país, feliz por todo lo vivido.

La mañana la dediqué a empaquetar el equipaje, los regalos; a comprarme el vuelo a Barcelona y, en definitiva, a dejarlo todo listo para mi huída.

Una vez todo preparado, salí con Julio hacia Pachacamac, un complejo arqueológico situado a las afueras de Lima. Había sido contruído por una cultura preincaica que recibía el mismo nombre de la ciudad, aunque luego creció mucho bajo el dominio de los hijos del sol. Llegar allí nos supuso una auténtica odisea, de hecho, de no haber ido acompañada por él creo que me habría perdido mil veces. Coger un colectivo, caminar, comprar unas palomitas, tomar otro colectivo, caminar y llegar.

Aunque queríamos haber llegado temprano para así evitar el calor del mediodía sobre el desierto limeño, entramos en el complejo cuando el sol más alto estaba. Empezamos por un pequeño museo y de allá a las áridas tierras. No había ningún turista, sólo nosotros, además de grandes plagas de escolares que, todos con sus uniformes vistos desde lejos, parecían insectitos en busca de cultura.

Había un templo justo a la entrada pero apenas quedaban unos trazos en el suelo. Caminando algo más, en dirección al templo del sol, se pasaba junto a otro, restaurado (que es el que aparece en las vallas publicitarias). Más adelante podía observarse una gran plaza, lugar de recepción de los miles de peregrinos que recibía la ciudad. A los lados de ésta aún podían a preciarse lo troncos que habían sido utilizados como vigas en la zona de bienvenida.

Entre un mar de escolares que me miraban extrañados y me gritaban "jelou, jelou, guas chur neim??" nos abrimos paso hasta el templo del sol. Poco quedaba de la decoración y pintura de antaño, sólo se podían apreciar los ladrillos de adobe que conformaban su esqueleto. Desde allí también había unas hermosas vistas del mar, la costa y las plantaciones.

Al templo se accedía rodeándolo por un empinado camino. Julio y yo apretábamos el paso para evitar que nuestras fotos se llenaran de uniformes de vivos colores. Impresionante el paisaje desde la cima del templo, no tanto lo que éste tenía para ofrecer. Había leído que Pachacamac era el recinto arqueológico más grande de Lima, pero claro, no había leído nada de que estuviese bien conservado. Una marea de colegiales nos rodeó, yo los miré con mi pinta de gringa y les sonreí. Ellos me hablaron en inglés, yo les respondí, intentando forzar mi acento para que pudiese parecer algo parecido al británico, ellos alucinaron, Julio rió y entonces yo también, no podía seguir con la farsa. Descendimos riéndonos mientras los niños seguían hablándome en su inglés limeño.

Visto el templo, poco más ofrecía aquel gran complejo. La mayoría de las construcciones estaban sin excavar, mal conservadas o no se podía entrar. Un tanto decepcionados, caminamos por los alrededores mientras buscábamos la fórmula adecuada para arreglar el mundo, o en su ausencia, poder criticar todo aquello que nos molestaba.

Justo antes de salir pasamos por un nuevo lugar de construcciones algo más conservadas. También se apreciaban dos grandes calles que se cruzaban en una plaza. Una de ellas de norte a sur, la otra, de este a oeste. Me sorprendió la idea ya que era la versión americana del cardus, el decumanus y el forum.

Algo más cansados y bastante hambrientos volvimos a la casa. Comimos como animales en el chifa y yo me preparé para pasar mis últimas horas en el Perú.