martes, 1 de junio de 2010

Last day

Era mi último día en Perú y me invadía esa extraña sensación que se apoderade nosotros cuando una etapa de nuestra vida está a punto de acabar. Mi gran viaje de final de carrera daba sus últimos coletazos. Una mezcla de sentimientos se apoderaba de mí; alegre de volver a ver a los míos, triste por abandonar el país, feliz por todo lo vivido.

La mañana la dediqué a empaquetar el equipaje, los regalos; a comprarme el vuelo a Barcelona y, en definitiva, a dejarlo todo listo para mi huída.

Una vez todo preparado, salí con Julio hacia Pachacamac, un complejo arqueológico situado a las afueras de Lima. Había sido contruído por una cultura preincaica que recibía el mismo nombre de la ciudad, aunque luego creció mucho bajo el dominio de los hijos del sol. Llegar allí nos supuso una auténtica odisea, de hecho, de no haber ido acompañada por él creo que me habría perdido mil veces. Coger un colectivo, caminar, comprar unas palomitas, tomar otro colectivo, caminar y llegar.

Aunque queríamos haber llegado temprano para así evitar el calor del mediodía sobre el desierto limeño, entramos en el complejo cuando el sol más alto estaba. Empezamos por un pequeño museo y de allá a las áridas tierras. No había ningún turista, sólo nosotros, además de grandes plagas de escolares que, todos con sus uniformes vistos desde lejos, parecían insectitos en busca de cultura.

Había un templo justo a la entrada pero apenas quedaban unos trazos en el suelo. Caminando algo más, en dirección al templo del sol, se pasaba junto a otro, restaurado (que es el que aparece en las vallas publicitarias). Más adelante podía observarse una gran plaza, lugar de recepción de los miles de peregrinos que recibía la ciudad. A los lados de ésta aún podían a preciarse lo troncos que habían sido utilizados como vigas en la zona de bienvenida.

Entre un mar de escolares que me miraban extrañados y me gritaban "jelou, jelou, guas chur neim??" nos abrimos paso hasta el templo del sol. Poco quedaba de la decoración y pintura de antaño, sólo se podían apreciar los ladrillos de adobe que conformaban su esqueleto. Desde allí también había unas hermosas vistas del mar, la costa y las plantaciones.

Al templo se accedía rodeándolo por un empinado camino. Julio y yo apretábamos el paso para evitar que nuestras fotos se llenaran de uniformes de vivos colores. Impresionante el paisaje desde la cima del templo, no tanto lo que éste tenía para ofrecer. Había leído que Pachacamac era el recinto arqueológico más grande de Lima, pero claro, no había leído nada de que estuviese bien conservado. Una marea de colegiales nos rodeó, yo los miré con mi pinta de gringa y les sonreí. Ellos me hablaron en inglés, yo les respondí, intentando forzar mi acento para que pudiese parecer algo parecido al británico, ellos alucinaron, Julio rió y entonces yo también, no podía seguir con la farsa. Descendimos riéndonos mientras los niños seguían hablándome en su inglés limeño.

Visto el templo, poco más ofrecía aquel gran complejo. La mayoría de las construcciones estaban sin excavar, mal conservadas o no se podía entrar. Un tanto decepcionados, caminamos por los alrededores mientras buscábamos la fórmula adecuada para arreglar el mundo, o en su ausencia, poder criticar todo aquello que nos molestaba.

Justo antes de salir pasamos por un nuevo lugar de construcciones algo más conservadas. También se apreciaban dos grandes calles que se cruzaban en una plaza. Una de ellas de norte a sur, la otra, de este a oeste. Me sorprendió la idea ya que era la versión americana del cardus, el decumanus y el forum.

Algo más cansados y bastante hambrientos volvimos a la casa. Comimos como animales en el chifa y yo me preparé para pasar mis últimas horas en el Perú.

No hay comentarios: