miércoles, 24 de marzo de 2010

Cochabamba

Después de un viaje bastante espantoso, en el que inexplicablemente me quedé dormida, por fin llegué a Cochabamba a eso de las 6.30. La impresión no fue muy buena sino más bien de una ciudad bastante pobre. No sé por qué tenía la creencia de que era una ciudad bella pero durante aquellos minutos me di cuenta de que podía estar equivocada.

Caminé por las calles más cercanas a la estación y en dirección al centro de la ciudad buscando un alojamiento libre. Tras unos 30 minutos de caminata y tras haber preguntado en unos cuantos hosteles por fin encontré uno libre. No estaba lejos de la plaza de Armas y el hombre fue muy simpático. Tenía un patio central con plantas y mesas bastante agradable alrededor del cual se ubicaban las habitaciones cuyo mantenimiento dejaba bastante que desear. El señor me dio en 5 minutos una clase magistral de cómo sobrevivir en la ciudad, me tachó del mapa lugares por los que no debía pasar, me indicó cómo llevar las pertenencias y me explicó cómo no debía fiarme si la policía me pedía la documentación y me pedía que los acompañase ya que se trataba de policía falsa que sólo busca robarte. Tras todos los detalles yo me pregunté Pero qué hago yo aquí.

Como ya estaba en la ciudad, aunque me dio miedo todo lo que me explicó, no me quedaba más remedio que visitarla. Tras una ducha me fui en busca de un desayuno con la única condición de que contuviese café. Encontré una cafetería un tanto turística en el centro y decidí meterme a pesar de que no me convencía demasiado. Una vez dentro pedí un café y, tal como estaba escrito en la carta, un croazan. No era café ni croissant lo que comí, pero me nutrí.

De allí me dirigí a la plaza principal, que en realidad no se llama de armas sino 25 de mayo. Está rodeada por bonitos edificios pero su conservación da pena. En el centro altos árboles dan sombra a los bancos donde se encontraban numerosas personas viendo el tiempo pasar. A un lado se situaba la catedral, entré. Tras mi primer recorrido céntrico me dirigí al Cristo. Como el señor del albergue me había aconsejado no tomar taxis, ya que no se puede diferenciar al que no te roba del que sí lo hace, me fui dando un largo paseo por la avenida de las Heroínas bajo el sol.
Para llegar a la cima sobre la que se sitúa el cristo debía tomar un telesférico, ya que por los otros caminos roban a los turistas y a quién se precie. La vista desde el teleférico era grandiosa, descubrí que Cochabamba tenía un lago y que era una ciudad mucho más grande de lo que yo imaginaba ya que se extendía a lo lejos por todos los puntos posibles. El cristo la verdad era supergrande y yo pensaba en cómo lo habían llevado hasta allá, aunque sin duda lo que más me gustó fueron las vistas de la ciudad.

De vuelta a ésta deshice mi camino hasta volver al centro donde visité un par de iglesias y el museo arqueológico. éste me sorprendió porque, además de ser gratis, era bastante curioso. Es cierto que tras visitar los museos arqueológicos de varias ciudades inevitablemente terminas viendo objetos muy similares, pero consiguieron sorprenderme con huesos de mamuts o curiosos atuendos amazónicos.

Harta de pollo me fui a comer a un buffet libre vegetariano, podías echarte cuanto quisieras en el plato por el precio stándar, pero si no eras capaz de comértelo y dejabas la señora te lo cobraba. Un poco madre el asunto pero me pareció bastante lógico para evitar la locura buffetera.

Rellena como un cochinillo paseé por Colón y por el paseo del Prado. Fotografié como una japonesa estresada y terminé de nuevo en la plaza. Busqué tours turísticos para realizar en los alrededores de la ciudad porque presuponía que ésta no tenía mucho más que ofrecerme. Sin embargo la ausencia de turistas en la ciudad hacía que los precios se dispararan porque me ofrecían el tour a mí sola. Lógicamente decliné todas las ofertas y me fui a dormir la siesta.

Cuando me levanté salí a buscar cena pero estaba indecisa. Sabía que no quería estar en esa ciudad más tiempo pero no podía avanzar mucho porque tarde o temprano tendría que esperar a la apertura de Machu Pichu. Mientras caminaba mi estómago rugía, no sabía dónde ni qué comer. Estaba cansada y no tenía ganas de entrar en un bar lleno de bolivianos porque sabía que mientras comían me observarían y no me apetecía ser el centro de las miradas. Terminé en un bar que, aunque venía recomendado en la Lonely Planet, no tenía más turista que yo. Sin pensármelo demasiado pedí una lasaña de carne y una cerveza las cuales degusté tranquilamente antes de irme a la cama un tanto desanimada.

1 comentario:

lobobailon dijo...

Joer, salvo honrosas excepciones, Bolivia es muy decadente. Eso puede gustar o no, pero me da pena esa sensación de inseguridad que transmite.
Tú ten mucho cuidado!!