miércoles, 31 de marzo de 2010

Los valles de La Paz

Empecé el día con un delicioso desayuno en el mercado, buen café y delicioso sandwich de aguacate tomate y queso, todo despachado por una simpática y redonda señora. Satisfecha partí en busca del bus que debía llevarme al llamado Valle de la Luna. Dicha búsqueda me llevó a la plaza del estudiante, una especie de rotonda donde millones de coches, minibuses y buses intentan circular metiéndose siempre uno delante de otro. Allá debía tomar un carro con dirección a Mallasa. Cuando aún no llevaba en la acera más de 3 minutos escuché que alguien desde un minibús gritó "Mallasaaaaaaaaa" y yo respondí gritando "Mallasa, mallasa" y una mano se alzó en medio de la marea de autos. Corrí esquivando parachoques y llegué a una furgonetilla que me serviría de transporte.

Luego de una hora de ruta, atravesando la zona bien de la ciudad, donde conocí la Bolivia más occidental y acomodada con sus chalets que hicieron abrir mi boca pensando en lo injusto que era tener tanto en un país donde hay tanta pobreza; llegué a mi destino. El chico del bus, muy atento, me indicó la parada y, de hecho, me apeé justo en la entrada. Como había oído opiniones muy dispares sobre el lugar intenté analizar bien todo lo que me rodeaba y, olvidando toda opinión anterior, elaborar la mía propia.

El principio me resultó un poco turístico, por el grupo de guiris puretas que rodeaban a un señor con poncho tocando la flauta y se afanaban en comprar artesanías. Pasando de largo me metí de lleno en el circuito y allá entre las rocas te daban para escoger dos caminos como a Alicia en el país de las Maravillas. Tomé el camino que más duraba y empecé a hacer fotos como una loca. El valle recibe ese nombre porque parece la superficie lunar y aunque yo nunca estuve en la luna, puede que sí en la parra, aquello me parecía bien extraterrestre. En seguida dejé volar mi imaginación y empecé a ver formas en cada piedra, recordé a E.T, me imaginé siendo indio escondida a la espera del séptimo de caballería y, en definitiva, inventaba una historia con cada roca, cada subida, cada cactus.... estaba sola pero realmente disfruté mucho haciéndome fotos en medio de mi película "woman in the moon". Algo más de una hora duró esa diversión sólo estropeada por el calor y el hiriente sol. Al final del camino había una especie de mirador desde el cual observar La Paz, pero lo mejor no eran las vistas sino el sombrajo que permitís disfrutar de la sombra tras una hora de solarium gratuito. La visita me gustó mucho, la hice sin prisas, no me crucé con mucha gente que rompiera el encanto de la soledad del lugar y, aunque el camino estaba bien indicado, preservaba en cierto modo el entorno salvaje.

Contenta con mi visita salí y nada más llegar a la carretera paró un bus y el conductor me dijo "La Paz". Fue perfecto, como si Jefrey me recogiera. No fue tan buena la hora y media que tardé en llegar a la Plaza de San Francisco. De allí me fui a recoger a mi amiga holandesa cuyo nombre no recuerdo porque su madre sería muy hippie y le puso un nombré hindú. Comimos en el mercado un buen menú y acto seguido fuimos a Prados a tomar otro bus. Al pasar junto a un puesto ambulante donde vendían unos suntuosos helados no pude evitar comprarme uno, al fin y al cabo sólo eran 10 céntimos de euro. Mientras tomamba mi helado, hablaba con mi amiga y preguntaba por la parada un señor se me acercó. A mí me sorpredió que se pegara tanto y en ese momento sentí algo en mi forro polar, un ligero movimiento. Al mirar tenía mi bolsillo abierto, pero aún conservaba la cámara en su interior, me volví a tiempo. Cuando ella me preguntó le respondí en español que me habían intendado robar la cámara pero me había dado cuenta. El chico en cuestión permanecía allá de pie, algo alejado ya, haciéndose el distaraído con unas pastillas que tenía en la mano. Me entraron ganas de estamparle el helado en la cara pero lo consideré un desperdicio y seguí comiendo.

El bus tardó en llevarnos hora y media. Yo me habría dormido si no hubiese sido por los gritos de los escolares que no paraban de jugar mientras yo deseaba que la próxima fuese su parada. Una vez llegamos al punto, porque no se puede decir pueblo, donde comenzaba el camino, descendimos del bus y empezamos a subir por una carreterita de piedras que me hizo recordar varias veces lo buena que estaba la milanesa (aunque aquí escriben milaneza). Sin aliento llegamos a la famosa laguna que nos había dicho era el comienzo del "Valle de las Ánimas". Ilusa yo había imaginado un gran lago y no una charca llena de botellas de plástico lanzadas desde los carros. A pesar de la posible contaminación el paisaje era espectacular: a nuestros pies la laguna, a nuestra espalda una panorámica general de la ciudad y frente a nosotros un pico nevado. Un contraste de paisajes que hace que el lugar resulte encantador.

Caminamos durante bastante tiempo junto a rocas a las que la erosión le había dado formas caprichosas, de ahí el nombre del valle. Yo, sin embargo, quería adentrarme un poco entre las rocas ya que me había hablado que era en el interior, y no a la vera del camino, donde se encontraban las formaciones más sorprendentes. Cuando encontré una entrada en medio de aquellas paredes de piedra, que era en realidad el cauce seco de un río, empecé a subir. La holandesa me seguía a duras penas pero yo la motivaba diciéndole que seguro que la parte más bella se encontraba allá arriba y que podríamos ver la ciudad. Sin embargo en una de mis miradas hacia atrás descubrí que se había sentado en una piedra como diciendo "hasta aquí llego yo". Me recordó a los desplantes que me hacía mi perra cuando me la llevaba a correr a lo largo del río, sí, en el instituto yo salía a correr, era parte de los deberes de educación física. Como no podía abandonarla allá como a un cachorrito, me limité a subir mientras podía verla a lo lejos, tomé unas fotos y deshice el camino. Pensé que ese es el tipo de cosas que me molestan cuando no viajas solo, estar supeditado a los demás. De todos modos aquel valle creo que era mejor visitarlo con alguien que lo conociera, ya que no había ninguna indicación y era tipo Torcal de Antequera.

La vuelta la realizamos primero en taxi y luego en bus. De regreso en el Solario hice una gran siesta porque estaba muy muy cansada, creo que a causa del sol, las caminatas y la altura.

Cuando me levanté era una persona nueva. La holandesa me presentó a una chica de Seattle, cuyo nombre tampoco recuerdo, que era un encanto. Nos compramos unas hamburguesas y unas cervezas e hicimos una cena parlanchina. En aquel momento los japoneses habían desaparecido del salón del albergue y en su lugar había un grupo de francesas al que se unieron un español y un argentino, obvio.

Por la noche apenas pude dormir, tenía picaduras por todos sitios y no paraba de rascarme y ponerme pomadita que no sé si hacía algo.

2 comentarios:

lobobailon dijo...

Arbaaaa, cuando nos enseñes las fotos, seguro que nos vas a decir el nombre de todos y cada uno de los personajes.
Seguro que sólo te acuerdas de Harry Potter, jajaja

Anónimo dijo...

sobre todo de Harry Potter, con lo que le gusta, a que si?