lunes, 8 de marzo de 2010

Salar día 1

Aunque me levanté temprano volvimos a salir tarde. Llevábamos un conductor algo mayor (Néstor) que nos dijo que llevaba más de 20 años haciendo la ruta y una cocinera jovencita algo tímida (Sandra). El grupo lo conformaban 3 canadienses, 2 argentinos (porteños como no) y yo. Antes de salir en la agencia me aconsejaron pantalón corto y sandalias porque el salar estaba totalmente inundado (por lo cual ni lo cruzaríamos ni llegaríamos a la Isla de los Peces).

El camino hacia el salar era una carretera de tierra llena de baches y charcos, a apesar del 4x4 parecía que llegaríamos difícilmente. Para mi tranquilidad Néstor parecía todo un experto en la carretera y para mi sorpresa era bastante simpático. Yo les pregunté el nombre y me presenté y seguí haciendo presentaciones oficiales en el vehículo. Él hacía bromas y puso música gringa que animó a las tres canadienses que se animaron a cantar. Yo las bauticé como "Las Supremas de Quebec" y ellas encantadas. En medio de la ruta hicimos la típica parada en las tiendas de los amigos de los conductores. Había un "museo" cuando entré oí como un guiri decía "It'a a museum of souvenirs shop" lo cual me pareció una gran definición y con mi peculiar discrección di una gran carcajada.

De pronto parecía que estábamos delante de un espejo, habíamos llegado al salar. No había nada más allá, quizás el infinito, bueno, algunos 4x4 llenos de turistas alucinando, como yo. Desde el interior del coche parecía que caminábamos sobre las aguas porque, aunque sólo era unos 10cm de agua lo que cubría el salar, el reflejo del agua no dejaba apreciarlo. Tras un tiempo de alucine el conductor llegó al punto donde comeríamos. Mientras Sandra nos preparaba la comida y la mesa nosotros nos dedicamos a hacer básicamente el tonto. Fotos en perspectiva, mojarnos y salarnos los pies. Una tormenta se acercaba así que nos apresuramos a comer y marcharnos de allí, una pena porque me habría quedado horas (haciendo el tonto, por supuesto)

En nuestro camino de vuelta con tanto meneo y charco al final pinchamos una rueda. Chapeau por Néstor que se metió debajo del coche sin gato hidraúlico sino con un gato manual y lo levantó. Cambió la rueda en menos que lo que yo habría tardado ni siquiera en saber cuál era. Como las canadienses pasaron un poco del asunto fuimos el argentino y yo los que subimos la rueda al techo del coche. Néstor decía que sólo éramos mujeres, pero yo le dije que podía cargar como un hombre y de hecho subí la rueda de maravilla, con el único problema de que cuando subes una rueda llena de barro a la baca debes cerrar la boca.

De allí fuimos al cementerio de trenes. Dado qur Uyuni fue una ciudad que nació del ferrocarril, pues cabe imaginar que allí es dónde se almacenaron los trenes de carbón cuando la tecnología trajo los eléctrico. Era un lugar para curiosear y hacer buenas fotos (aunque eso no sea mi fuerte) Empecé a subirme en ellos a mirar recobecos y claro, se veía venir, en uno de ellos no vi un agujero y metí el pie, bueno, la pierna entera. Como era de hierro (o acero, qué sé yo) aquello sonó como una bomba. Yo me sorprendí diciendo "pa'berme matao" pero no fue para tanto sólo me hice una herida en la espinilla (que todos sabemos que no duelen nada), un supercardenal recorre mi muslo derecho en un 95% de su longitus y mi sandalia salió disparada entre las ruedas. Ya que estaba allí me hice una foto diciendo adiós que quedó muy bonita. Tras mi experiencia y tras algunas fotos decidí retirarme a vegetar al sol y observar a los japoneses haciéndose todo tipo de fotos, superdivertidos.

Continuamos el camino (si puede llamarse así) hasta San Cristóbal un pueblo cuyo mayor atractivo es, como no, la iglesia colonial. El 4x4 se sacudía de un lado a otro bruscamente, saliéndose a veces del camino porque estaba inundado, en otras ocasiones atravesaba los charcos llenos de barro y salpicaba en todas direcciones. Durante un tiempo leí ya que, aunque el paisaje era bonito, necesitaba distraerme. En uno de los salpincones el barro entró por la ventana y fue a parar a mí, mi cara y mi libro. Yo le grité a Néstor y éste se reía, será malvado??? Yo le seguí la corriebte, pero ya cerró la ventana. Cerré mi libro y me dediqué a hacerle preguntas.

Esa noche dormíamos en Alota, un pequeño pueblo que cogía de camino. Mientras nos preparaban la cena salimos a hacer "reconocimiento del terreno" que no dur´´o mucho ya que se trataba más bien de una pequeña aldea. A la vuelta al alojamiento un matecito calentito y luego una supercena. Nos dijo Néstor que no dejáramos nada y como las canadienses comían lo mismo que un jilguero me puse como el kiko. Las supremas de Quebec se quedaron bebiendo cerveza pero yo estaba demasiado cansada para esas cosas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin duda las fostos del face de esta visita me han encantao...

lobobailon dijo...

A mí también!!

Alba dijo...

no es el paisaje, ni siquiera la cámara, es que soy muy buena fotógrafa ;p