miércoles, 24 de marzo de 2010

Alrededores de Cochabamba

Le había comentado a Martin, el sueco, mis planes para visitar pequeños pueblos de los alrededores de la ciudad. La idea le gustó y preguntó si podía acompañarme. Yo estaba encantada de tener compañís en este pequeño periplo así que lo avisé de que pasaría a recogerlo cuando me levantase. Cuando tardó en abrirme la puerta y le vi la cara de zombie supe que saldríamos más tarde. Le di tiempo y fui a desayunar e internet para que pudiese reponerse. Al volver al albergue estuve hablando con otros inquilinos hasta que ya fue persona y a eso de las 12 del mediodía salimos en dirección a Tarata. Atravesar con el bus el mercado nos llevó unos 30 minutos, aunque nos había dicho el chófer que sólo se tardaba unos 3. En la avenida donde debíamos tomar el bus estuvimos un rato dando vueltas porque cada uno nos indicaba un paradero para el bus de Tarata, hasta que finalmente lo encontramos.

Al llegar a Tarata me dio la sensación de estar en un pueblo español. Todo era bastante familiar. Las casas bajas pero en algunos casos muy ornamentadas eran bellas a pesar de su estado de abandono. Pequeño vistazo a la plaza central y luego nos fuimos a comer. Como siempre yo quise ir de original y pedir algo que antes no hubiese probado así que me pedí un mixto que contenía enrollado muy rico y escabeche que para mi sorpresa resultó ser la piel del cerdo. El enrollado me lo comí entero pero el otro no pude, me daban arcadas sólo con el tacto, miraba el plato y me parecían desperdicios así que muy a mi pesar dejé casi todo allí y me fui aún hambrienta.

En la plaza descubrimos deliciosos helado de nata-fresa con chocolate fundido y coco espolvoreado, mi helado me devolvió la sonrisa que los pellejos de cerdo me habían quitado. Paseamos por las abandonadas calles del pueblo haciendo fotos frente a los sorprendidos habitantes del lugar que creo no entendían muy bien por qué habíamos ido hasta allí.

Cuando ya nos hubimos cansado tomamos otro colectivo hacia Cliza, otro pequeño pueblo famoso por su mercado dominical. Éste era muy auténtico, allá todos eran bolivianos de campo sorprendidos por nuestra presencia. Daban ganas de fotografiarlo todo aunque sabíamos que no era posible. Con la cámara junto a la mochila hice algunos robados con sumo cuidado. Por el mercado también había un poco de todo, comida, ropa, cuadernos, objetos de hechicería... Tras un tiempo de paseo totalmente observados por los autóctonos decidimos meternos en el bar del pueblo. Allá gente de todas las edades se encontraban sentados en mesas presididas por un cubo del que sacaban chicha para beber sin prisas pero sin pausa. Cuando entramos todas las miradas se dirijieron a nosotros y tras unos segundos de silencio aseguraría que las conversaciones que siguieron nos nombraban a nosotros. La chicha sabía fuerte, muy amarga, afortunadamente sólo habíamos pedido una jarra pequeña y no un cubo como los lugareños. Durante nuestra degustación observé todo lo que me rodeaba. Me gustaba esa abuela con la cara marcada por la edad bebiendo chicha, era una foto perfecta, pero dudo que la señora se hubiese dejado. Al otro lado de nuestra mesa, en sentido contrario la abuela, había dos pintas de unos 50 años pero muy envejecidos, con pocos dientes tomando sin parar, nos sonreían simpáticos y nos hablaban, eran como el cuñao de Cliza. En la misma dirección y al fondo había una pantalla que reproducía los videoclips que la gente seleccionaba. En cada selección yo esperaba no decepcionarme pero finalmente lo hacía. La música no era mala, tipo cumbia, pero las imágenes nos tenían desperdicio.. un grupo de hombres vestidos con trajes brillantes sobre una roca bailando una coreografía que a mi juicio era bastante ridícula, acompañados por señoritas cuyos vestidos y baile tampoco se quedan atrás. Preguntando comprendí que esos vídeos acá no desagradan tanto, es quizás mi percepción europea la que me engaña haciéndome creer que son horribles. Chicheados y cumbiados tomamos colectivo a nuestro siguiente destino.. Punata.

Punata era algo más grande y daba la impresión de ser también más moderno, aunque no había demasiado que ver. Tras pasar por la plaza del pueblo y llegar casi al final dimos media vuelta y curioseando por las calles llegamos al mercado. En la entrada del mismo había señora con grandes cestos llenos de pasteles y roscos. Éstos tenían una capa blanca que me pareció azúcar escarchada así que me compré uno. No recuerdo el nombre pero es algo típico de allá. Desgraciadamente a mí no me gustó, aunque lo terminé. El rosco era como pan duro y no un rosco dulce y la capa que parecía ser azúcar no llegué a saber muy bien con qué estaba hecha pero se trataba de una pasta chiclosa de gran adherencia a las muelas y poco sabor. Mientas tomábamos lo que habíamos comprado una señora de un comercio cercano se nos acercó a hablar, estaba aburrida y terminó sacando hasta las fotos de la graduación de su nieto, que se había licenciado en derecho el día anterior, como buena abuela orgullosa. Estuvimos esperando a que parase de llover y cuando lo hizo nos dirigimos a nuestro último destino.. Araní

El camino era bello, campos extensos con montañas al fondo y el cielo cambiando de un color celeste fuerte a anaranjado. Se empezaba a esconder el sol y deberíamos darnos prisa. Desde el coche íbamos tomando fotos aunque el resultado no era siempre el más deseado. Al llegar al pueblo los colores del paisaje eran mágicos, el cielo parecía salido de un cuadro y sólo le faltaban los angelitos alrededor. Solamente nos dió tiempo a fotografiar algunas calles y la plaza principal donde se encontraba una gran iglesia que tiempo atrás había sido sede del arzobispado. Oscurecido ya nuestro único camino fue el regreso. Tuvimos la suerte de encontrar dos plazas libres en el último colectivo que salía para Cochabamba.

De regreso y reflexionando me alegré de haber hecho la ruta, salir de la ciudad y conocer a la simpática gente de los pueblos vestidas con sus curiosos atuendos y su sencillez en la forma de ser. Me había servido para animarme después de la decepción de Cochabamba, además tenía muchas muchas fotos.

Una vez en la ciudad tomé una pizza callejera con mi compi de aventuras y tras despedirme de todos en el hostel me dirigí a la estación a tomar el autobús que me llevaría de regreso a La Paz.

3 comentarios:

lobobailon dijo...

Menos mal que los alrededores han merecido la pena. Eso de los bares autóctonos es la leche!

Anónimo dijo...

Lo ves...aunque el núcleo no fuese bueno, tenía alrededores q si...siempre hay algo que merezca la pena en todo lados ^^

Alba dijo...

Sí el bar era con de gañanes pero de aquí, toda una experiencia.