jueves, 1 de abril de 2010

Últimas horas en La Paz

Mi último día en la ciudad a la cual empezaba a coger un extraño cariño fueron bastante improductivas. Empecé el día desayunando con mi amiga en el mercado y cuando ella se dirigió a su curso de español yo me fui a internet donde permanecí casi toda la mañana. A mediodía, para paliar mi hambre decidí hacer un experimento que lógicamente me decepcionó: tomar un kebaps en Bolivia es una mala idea, sabroso pero extraño.

Aun sin haber hecho nada especial, estaba muy cansada. Quizás sería culpa de la altura. Me dormí una siesta y, recuperadas las fuerzas, me fui a comprar mi billete para Cusco. A mi vuelta compré comida porque el viaje duraba once horas y ya sabía que lo que me darían sería insuficiente. Una vez surtida de víveres, llamé a mi amiga Lisbeth para que viniera a buscarme a la terminal de Cusco con Johana.

Cené una maravillosa pizza callejera y al pasear me despedía de las calles, de los puestos, edificios y gentes. La Paz era una ciudad que me había dado miedo incluso antes de llegar, que cuando había leído sobre ella me asustó aún más, pero que finalmente en cierto modo me había dado algo, no puedo decir qué, pero consiguió que me gustara a pesar del caos imperante. Quizás fue que me pareció una ciudad viva, que crece apresurada y que vive intensamente.

Tras mi cena, con mis bocadillos ya preparados, me fui por última vez a intentar que la memoria USB que había comprado funcionase. Cambiarla había sido imposible con madre e hija, había perdido mi dinero. No puedes comprar nada de tecnología allá, ya que te expones a que sea falso y que no te lo cambien a pesar de tu insistencia. Mi USB nunca funcionó, pero conservando la esperanza me puse a formatearlo una última vez.

Estaba frente al ordenador cuando llegó la chica de Seattle. Empezamos a hablar mientras se cargaban las fotos. Nuestra conversación empezó en Sao Paulo, donde ella había estado trabajado, pasando por diversos temas y lugares terminamos hablando de la sanidad en EEUU. Fue todo un placer hablar con una persona tan conocedora y coherente, me hizo disfrutar mucho de la conversación. Cuando ya nos íbamos llegaron dos chicos franceses. Empezamos a hablar sobre nuestros viajes y me comentaron que habían estado en Sevilla. Profundizando en detalles me dijeron que se habían quedado en casa de un tío muy buena gente que escalaba. Se me enccendió la luz, "seguro que lo conozco" me dije. Buscando más detalles conseguí saber que era rubio, se llamaba Óscar, vivía en un pueblo cuya descripción encajaba con Tomares y los había llevado a una plaza de noche que por lo que me contaron era la Alameda.... uhm... ¡¡ese es el Cabra!! así que empezamos a reírnos al comprobar que conocía al individuo que los alojó. Tras un tiempo de risas y anécdotas nos apagaron las luces y nos echaron. Me fui a la cama prometiéndole a los chicos que escribiría al Cabra para comunicarle que se equivocaba al decir que no podrían atravesar el Atlántico en velero ya que, saliendo de Senegal, habían llegado a Trinidad y Tobago, qué tíos tan grandes!!

PD. Por supuesto escribí al Cabra quién alucinó con la noticia.

3 comentarios:

lobobailon dijo...

Joer, el mundo es un pañuelo, y vaya planazo lo del velero!!

Alba dijo...

Por cierto, me los volví a encontrar en Machu Pichu

Anónimo dijo...

Por cierto...quién es el cabra???