jueves, 22 de abril de 2010

CUSCO: día 11

Una vez ya con transporte hasta Machu Pichu fui en busca de mi entrada al complejo arqueológico. Tenía que ir al INC (instituo nacional de cultura) que era donde estaba la gran cola que rodeaba todo el patio estilo andaluz que conformaba el centro del edificio. Como ya era seguro que iría no me importó esperar. Sentada en un pollete, con mi libro, leyendo, me sentía realmente agraciada, por estar allí, por poder ir. Fue una de las mejores esperas de mi vida, tenía todo el tiempo para conseguirlo, pero sabía que ya era mío.

Acabada la espera, boleto en mano, salí de allá y empezó a llover. Como había estado toda la mañana allá tenía hambre y me dirigí, como no, al Tronquitos, donde ya me conocían y me recibían con agrado y con unas papas a la Huancayna.

Mi siguiente objetivo era el Museo de Arte Precolombino, que mis amigas me habían aconsejado. Estaba repleta de comida y pensaba que me encantaba la comida de aquel restaurante. Atravesé la Plaza de Armas en dirección al museo. Ya desde fuera me pareció un edificio bastante bien cuidado y me hizo gracia que para seguir el recorrido había líneas de colores en el suelo como las del hospital. Dentro quedé sorprendida por el buen estado de las piezas mostradas y por el cuidado con el que estaba todo expuesto. Había un silencio sorprendente. Yo leía todos los carteles y así, con la oscuridad, el silencio, la tranquilidad y el estomago colmado de comida; empecé a adormilarme. Como el museo exponía las explicaciones en varios idiomas se me ocurrió la genial idea de evitar el sueño leyendo en francés e inglés, pero las papas en mi interior tenían mayor poder que toda atención prestada. Terminé por no leer todos los carteles porque habría caído en medio de la sala. Seguí sólo observando y haciendo fotos.

Abandoné el museo tan adormilada que empecé a buscar desesperadamente un café. Como no me encontraba muy lejos del bar de los chicos, me acerqué a ver si podían servirme uno, pero en ese justo instante no tenían agua. Continué paseando por San Blas, disfrutando de sus puertas y ventanas de colores, de sus calles empedradas y no tanto de sus cuestas. Entonces el cielo se abrió y cayó agua tan fuerte que casi dolía. Entré en el primer bar que encontré y me tomé un café a precio europeo, por estar en un barrio tan turístico. Hice tiempo mientras escampaba: leía, escribía y bebía rico café. La música me hizo reír cuando sonó la canción de "tengo el corazón contento" que tanto cantaba mi amiga Eli cuando estábamos en el instituto y por unos momentos me puse melancólica recordando aquellos lejanos años.

Hice tiempo en internet hasta que dejó de llover. Entonces continué mi paseo por el barrio de San Blas que me recordaba con sus callejuelas a mi tierra. El sol me abandonó, la lluvia se volvió tímida y las fotos se volvieron oscuras. Acabó mi tranquilo paseo. Busqué a Yojhana, comí una bolsita de rico camote frito y regresamos.

El plan era salir con sus hermanos a una discoteca llamada "Las Vegas". Yo con ese nombre me esperaba cualquier cosa, sin embargo se trataba de una sala bastante tranquila donde sonaba la mayoría del tiempo cumbia , a veces se alineaban los planetas, y sonaba otro ritmo. Me resultaba curioso que al consumir cerveza los vasos no son individuales sino en la barra te dan una botella de a litro y un vaso, se sirve uno a uno y en el mismo vaso, así mientras uno bebe el resto espera, acabado la cerveza se tira el resto de espuma como con la sidra y se pasa al siguiente.

Otra detalle curioso para mí es que en todas las discotecas hay un speaker. No es que frecuente muchas en España pero recuerdo que ponen música pero sin estar continuamente comentando como acá. Van mandando saludos, pidiendo que la gente baile, animando en general. La parte más gore del asunto es cuando por megafonía preguntan "¿dónde están los solteritos? ¿y las solteritas?" Es como pedir que allá pase algo. Yo en esos momentos ni levanto la mano, estoy casada. Ya tengo suficiente con ser alta y rubia.

Tras un par de horas bailando me moría de hambre. Nadie más quería comer pero yo estaba desnutrida. Christian me hizo un favor y me acompañó. Fuimos a comer pollo a la brasa. Ya había probado uno en Juli y no me había parecido nada espectacular, sin embargo éste fue realmente grandioso. No sé si era por el hambre que tenía pero me pareció uno de los mejores pollos que jamás había degustado. Saciada el hambre infernal con el exquisito pollo retornamos a la discoteca donde no permanecimos mucho tiempo ya que los hermanos de Yojhana se encontraban cansados y nos hicieron volver, muy a nuestro pesar que nos divertíamos en ese momento bailando con unos chicos. Aquí la familia manda, así que obedecimos como mujeres sumisas (qué extraño me resultó a mí eso).

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