domingo, 25 de abril de 2010

CUSCO: Día 14 Machu Pichu

El gran día había llegado. Todo turista que viaja a Perú o incluso Sudamérica suele tener entre sus objetivos esta ciudadela inca alzada en lo alto de una cumbre y rodeada de un paisaje espectacular. Tras dos meses viajando por Perú he comprobado que hay muchas más cosas además de Machu Pichu, pero éste, sin duda es una joya. Un lugar que además de interesante a nivel histórico es realmente mágico.

Apenas había dormido unas horas y me desperté con mucho esfuerzo, ya era tarde: 4.30am. Llovía y maldecí mi mala suerte, sin embargo al abandonar el hostal comprobé que no era lluvia lo que había oído sino el caudaloso río de Aguas calientes que al escucharlo medio dormida daba la sensación de ser una tormenta.

Machu Pichu abre a las 6 am y el primer bus que sale desde el pueblo es a las 5.30am. Yo había abandonado ya toda intención de hacer camino inca ya fuere desde Ollantaytambo o desde el mismo Aguas calientes. Estaba cansada tras días enferma mezclados con fiesta y turismo. El chino me había indicado que debía estar en la parada a las 4.30am para poder así tomar el primer bus y tener plaza en el Waina Pichu (sólo se permite el acceso de 400 personas al día). Pensé que había exagerado un poco sin embargo cuando llegué a las 5 am aquello me recordó al día que fui a comprar las entradas al concierto de U2. Había dos inmensas colas, una para comprar el billete y otra para tomar el bus. En ese momento me arrepentí de estar sola porque la gente se dividía y hacían colas simultáneas. Estaba tan dormida que tampoco se me ocurrió pactar con nadie.

Tras una media hora de espera y mucha tensión porque se acabaran los números entré en el bus y me dirigí nerviosa hacia el recinto. La espesa niebla no dejaba ver el camino lo cual me hizo pensar que no merecía la pena subir a las 7am al pico. Sin embargo cuando llegué a la entrada y por fin encontré al señor que daba los pases para el Waina Pichu ya sólo quedaban libres para las 7 am. Vacilé un poco y apliqué la mentalidad poyaque (po ya que estamos subimos). Con mi ticket listo atravesé toda la ciudadela no sé mu bien cómo porque había niebla por todos sitios y el camino al Waina no estaba muy bien señalizado. Una vez en la entradita me tocó esperar una media hora en la que comprobé con agrado cómo el día se iba despejando.

Había leído que la subida era escarpada y difícil incluso algunos me habían comentado que resultaba bastante peligroso. La verdad es que, a mi juicio, exageraron. Es cierto que es escarpada y que la piedra y el fango pueden resbalar, sin embargo se puede hacer lentamente sin ningún tipo de problema. Sólo por el paisaje que se observa desde allí merece la pena subirlo. En este pico fue donde pude comprobar cómo la altura muy probablemente había disparado mi EPO. Miraba a mi alrededor y sólo veía a gente cansada de todas las edades que se paraban a descansar con la boca abierta. Yo estaba algo cansada pero subía a un buen ritmo y por supuesto que paraba sino no habría tenido 500 fotos de ese día.

Yo estaba emocionada con las vistas que se podían admirar desde el camino sin embargo cuando llegué arriba lo que ví me produjo un inmenso placer. La niebla descubría tímidamente la ciudadela que fue encendiéndose poco a poco por tímidos rayos de sol. A mi alrededor todo eran montañas verdes (y turistas cansados). La mayoría de la gente llegaba se hacía la foto de rigor y marchaba, yo no tenía prisa, me quedé allá observando cómo se desplazaban las nubes, cómo se cubría y descubría la ciudad y cómo ésta empezó a llenarse de puntos de colores con cámaras de fotos.

Tras un buen tiempo de reposo decidí seguir el camino atravesando el "túnel del inca", un hueco en la roca por el que pensé que no cabría pero había que intentarlo. Ingresé de cuclillas y dentro tuve que inclinarme hacia la izquierda, cuando vi la salida pensé que me quedaría allí. Fue un poco como un parto porque había que ir rozándose por las paredes y girando que medida que se salía para aprovechar el hueco de la pared. Llena de barro y contenta salí al nuevo mundo. Seguí con la ascención del Waina Pichu hasta que llegué a la cumbre. El paisaje era maravilloso allá donde pusieras la vista. Me sentía tan feliz...

La bajada fue bastante más rápida y peligrosa ya que los escalones eran bastante pequeños y enfangados. Cuando llegué a la ciudadela vi como ésta había perdido parte de su encanto. En cada casa, escalera, césped... había grupos de turistas (sin darme cuenta yo era una de ellos). Parecía una feria y hacía mucho calor. Decidí volver tranquilamente a la salida para almorzar, tan tranquilamente que me demoré una hora pero las fotos merecen la pena. La comida la hice en una de las pocos lugares con sombra, final del camino inca entre árboles y hasta allí me encontraron los guías para ofrecerme un tour, alucinante.

Cuando hube descansado volví al interior del recinto y ahora sí hice una visita guiada. Machu Pichu fue descubierta accidentalmente por Hiram Bingham en 1911 quien iba buscando la ciudad perdida de los incas (que no era ésta sino que probablemente se encuntre en la selva, algo más allá de la ciudadela). Hay muchas teorías de cuál era la función real de todo el complejo, de lo que no cabe ninguna duda es de que era un lugar ceremonial de importancia sagrada que estaba en construcción a la llegada de los españoles y que probablemente fuese abandonado. En medio de aquel paisaje natural se cubrió de vegetación y pasó desapercibido o ignorado entre los habitantes de la región. Actualmente creo recordar que es el lugar arqueológico más visitado de toda América. Según dicen la ciudadela tiene plano de cóndor, cosa que yo no pude apreciar (igual que tampoco vi la forma de puma de Cusco).

Me uní a otros turistas hispanos para que el guía nos saliera más económico pero eran unos fondones e iban superlentos. La primera parada fue la de la típica postal con la ciudad abajo y el Waina Pichu al fondo. Me volví loca haciendo fotos de todas las maneras posible, me faltó desnudarme pero es que no estar permitido porque recordemos que es un lugar sagrado.

La siguiente parada fue la casa del guardia donde me encontré de nuevo a los franceses amigos del Cabra, qué sorpresa. De allá pasamos a una roca de sacrificios, descendimos y entramos en la ciudadela por la puerta principal. Algunas explicaciones me sorprendían pero, tras llevar una semana conociendo Cusco y sus alrededores, muchas cosas ya me sonaban muy familiares.

Recorrimos calles bastante conservadas donde la colocación de las piedras nos informaba que se trataba de una zona de menor rango. De allá llegamos a la cantera donde grandes bloques de piedra esperaban aún a algún obrero. En ellas se apreciaban las marcas producidas por las herramientas con las que la cargaban sobre los troncos o las volteban, ya que no conocían la rueda.

El calor era abrasador y como el sol penetraba en mis músculos abrasando mi piel decidí tomar mi pañuelo del Sáhara y cubrirme cabeza, cuello y escote. En medio de aquella ebullición se oía de vez en cuando un penalti: piiiiiiiiiiiiiiiiiiii, uno de los guardias tocaba el silbato indicando así que alguien había entrado en un lugar prohibido o se había subido a un muro. Cada silbatazo me asustaba haciendo brincar. Milagrosamente aparecieron una serie de fuentes eN escalera que me alegraron ya que prácticamente me duché.

Atravesamos la zona residencial, admiramos la piedra blanca tallada del Templo del Sol, subimos hasta el templo de las tres ventanas a través de las cuales había una preciosa foto de la plaza sagrada. De allí pasamos al templo principal y la casa del sumo sacerdote. El primero está parcialmente derrumbado en un lateral debido a un seísmo contemporáneo; en la segunda se puede apreciar una piedra tallada con 32 caras. Desde allá y subiendo una escalera se llegaba a el "Intihuatana" (poste de amarre del sol), una especie de reloj de sol que en realidad no cumpía esa función, sino la de predicción de los solsticios, principalmente el de invierno en el mes de junio, cuando los incas tenían su fiesta sagrada: el "Inti Raini" que aún se sigue celebrando el 24 de junio. Ya había avanzado el día, los turistas habían abandonado en su mayoría el lugar y el sol se acercaba a la montaña y le daba un hermoso color dorado a todo el complejo.

Alucinada por la belleza que empezaba a apoderarse de la plaza sagrada, de las terrazas, de las paredes, quedé atrás y perdí al grupo. No me importó ya que prefería disfrutar de la visita. Sólo quedaba el templo del cóndor y al llegar a él no necesité guía ya que mientras hacía las fotos iba recibiendo información en varios idiomas que en algunas ocasiones lograba procesar y en otras no. Atravesé al cóndor entre sus alas y descubrí un pasadizo que me hizo salir a las terrazas. De allá me dirigí a la salida para pagar y al volver a entrar fue cuando realmente me enamoré de Machu Pichu: vacío de turistas, dorada por el sol, invadida por la paz. Subí a un lugar desde el cual apreciarlo bien y sencillamente me senté allí. Sola observaba el paisaje y el tiempo pasó sin darme cuenta. No sé si estuve algo más de una hora con la mente imaginando cómo fue aquello, qué querrían significar ciertas cosas, mientras una sensación de bienestar me recorría todo el cuerpo. Hacía fotos de los mismo lugares iluminados de diferente modo con el sol escondiéndose tras la montaña.... precioso. De pronto PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII, fin del partido. El pítido del guarda lo recuerdo como un momento horrible que acabó con toda la paz que tenía en ese momento. Fueron los minutos más místicos de mi vida de tal manera que ni yo misma hubiese imaginado que los pasaría así.

De vuelta a Aguas Calientes se mezclaba en mí la extraña sensación de alegría por haberlo conocido y de tristeza por tener que abandonarlo. Ya en el pueblo me dirigí a la estación de tren donde cené, escribí, leí y hasta dormí en la espera de la salida del tren. Dos horas más tarde de la prevista por fin abandonamos la estación en dirección a Ollantaytambo donde llegué de madrugada. Afortunadamente había reservado cama en el Chaska Wasi, uno de los pocos albergues que se encuentran en el pequeño pueblo y que es regentado por Katy, una simpática joven que hace sentirte en casa desde el primer momento en el que te saluda. La habitación me recordó no sé por qué a la granja escuela.

Ya podía dormir tranquila, tras mucho esfuerzo había conocido el gran Machu Pichu y la verdad es que había merecido la pena. Encontré a turistas que me comentaron que se exagera con la ciudadela. Puede que yo pensase lo mismo si fuese con un gran grupo haciendo una visita rápida, pero el poder meterme por los huecos y pasear casi sola por sus calles, ver cómo se ponía el sol y en definitiva sentir lo que allí sentí fue para mí un verdadero lujo.

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