martes, 13 de abril de 2010

CUSCO:Día 5

Para mi gran decepción volví a levantarme perjudicada. La naturaleza me llamaba tanto, a gritos, que me tomé unas pastillas para poder hacer el tour sin problemas.

Volvieron a recogerme en la plaza de Armas, frente a la catedral. El grupo, más grande y heterogéneo que el anterior, lo conformaban dos alemanas, dos peruanas con sus dos novios californianos y una pareja de Chicago. El guía, de nuevo Arístides, esta vez hablaba en inglés, aunque sus chistes los seguía haciendo igual de malos.

El tour era el llamado "Valle Sagrado", en el cual se visitan 3 lugares distantes entre sí y cuyo desplazamiento en bus es casi obligado. El primer lugar donde debíamos parar es un pueblo no muy lejano del mismo Cusco que se llama Chinchero, sin embargo llovía y hacía bastante frío por lo que seguimos en dirección a Urubamba para desde allí ir a Pisaq. A esta localidad puede llegarse directamente desde el Cusco cuando las lluvias torrenciales no se llevan el puente sobre el río Urubamaba, pero en su ausencia nos vimos obligados al rodeo.

El viaje duró algo más de una hora. Yo iba ensimismada con el paisaje: dentro del valle las montañas te rodeaban, todo verde muy verde y las nubes se introducían en el mismo dando un ambiente encantado al cuadro. Mi estado había mejorado un poco aunque no dejaba de ser un desperdicio humano. Quise distraerme para no centrarme en mi malestar. Así empecé a hablar con Arístides y la pareja de Chicago que estaba formada por el primo de Obama (era clavado) y su querida. Conversamos largo rato sobre la sanidad en diferentes partes del mundo y entonces volví a alegrarme de la sanidad pública española que todos criticamos pero que hace sombra a casi todas las que conozco.

Cuando llegamos a Pisaq nos dejaron unos 30 minutos para ver el mercado. Es un pequeño pueblo rodeado de montañas y su mercado de artesanías es bastante famoso. Mucho de los turistas compran creyendo que allí los precios son más bajos pero, aunque antes así era, actualmente llegan a ser incluso más caros que en la ciudad. Paseé tranquilamente viendo artesanías mientras todos intentaban venderme toda su mercancía ignorando que sólo llevaba en el bolsillo 10 soles. Tras unos minutos en el bullicio de las tiendas decidí alejarme por una callejuela. Podría compar este pueblo con uno de la sierra, con sus casas pequeñas y blancas cubiertas por techos de paja, sus calles de piedra y allá donde mires siempre hay una montaña.
En una de las calles encontré la definición de "perro cabrón": uno que no levantaba un palmo del suelo me ladraba como un desesperado desde la puerta de una casa, la imagen me resultó tan cómica que decidí hacerle una foto y en ese momento salió un perraco detrás del otro, como en su defensa y me hizo asustar. Me fui de allí y a lo lejos al volverme vi como el perrillo me miraba, creo que me estaba diciendo "jódete".
Con el susto en el cuerpo seguí paseando y vi, sobre todo escuché, la pequeña escuela del pueblo, donde los animalitos se educaban, qué ruido, acababan con la paz de todo el valle sagrado.

Los 30 minutos no dieron más de sí, pero quedé satisfecha con mi pequeña incursión en Pisaq. En el bus tuvimos que esperar a las alemanas que no terminaban sus compras, mientras conversaba con Obama's cousin. Cuando por fin volvieron estaban enfadadas porque creían que era poco tiempo, yo intenté explicarles que allá no era mucho más barato que en Cusco e incluso les indiqué los lugares más económicos, pero tenían la cabeza demasiado dura como para escuchar a nadie.

Desde el pueblo subimos al complejo arqueológico por una carretera que estaba llena de derrumbres y socavones. Se trataba de pequeña ciudadela en lo alto de la montaña que a nuestras llegada se vislumbraba difícilmente entre las nubes. Frente a ésta se encontraba una pared donde había cientos de agujeros como si fueran madrigueras, se trataban de tumbas preincas que habían sido saqueadas. La situación de la ciudad allá se cree que podía ser por motivos defensivos, por seguridad respecto a las crecidas del río o por observación del paisaje. Las laderas estaban rodeadas de terrazas de cultivo ahora abandonadas pero verdeadas por las lluvias. Aún existía una fuente inca cuya agua es canalizada desde un arroyo cercano. Por una escalera inca subimos al complejo, allá todo estaba blanco salvo las margaritas que inundaban cada rincón del yacimiento. Arístides nos mostró cómo eran las casas, su construcción trapezoidal como técnicas antisísmica, sus ventanales estrechos, su zona para cocinar y para secar el grano...
En nuetras bajada las nubes desaparecieron y pudimos ver la grandeza de las vistas, mágico si no fuera por el ruido que hacían todos los tours que llegaban cuando nosotros ya partíamos.

De vuelta a Urubamba, lugar donde almorzaríamos, atravesamos pueblos como Colla y Calca donde pudimos ver en directo lo que el río había hecho con las casas y los cultivos. En algunos lugares una puerta indicaba que el montón de escombros que había tras de ella una vez había sido un hogar. Era pena verlo todo desolado, sobre todo porque ya hacía un mes del desastre y el gobierno creo que no se había preocupado demasiado al respecto. Para que te dieran una ayuda debías mostrar que eras el dueño de la casa, pero aquí la mayoría la habían heredado de sus padres sin ningún documento legal por medio, con lo cual lo habían perdido todo.

El almuerzo lo hicimos por grupo porque te ofrecían diferentes establecimientos acorde con el precio pagado. Yo había escogido un restaurante llamado "Alhambra" porque Lis me había sugerido los maravillosos pasteles de allá. Fue una lástima porque mi estómago no me dejaba comer. Creo que es la única vez que he estado en un buffet y no he devorado. Sólo tomé una pequeña sopa y un poco de sólido. Como el cuerpo me mataba pedí un mate de coca. Como no pude disfrutar de la comida, al menos lo hice con los animalillos que allá tenían, dado que era un sitio superturístico con su señor en poncho tocando lo flauta incluído.

Tras el mini-almuerzo nos recogieron y nos dirigimos a Ollantaytambo. Mi estado no mejoraba y empecé a tener frío y calor al mismo tiempo. Sentía que el cuerpo se me caía y que la barriga explotaría en cualquier momento. Entonces me di cuenta que eso no era una simple resaca, estaba enferma.

Ollantaytambo también es un pequeño pueblo de la sierra tomado por el turismo y donde, al parar el bus en la plaza del mercado, miles de vendedores te acechan, ya no sólo para venderte un recuerdo sino hasta pilas, tarjetas de memoria o USB!!!
Las ruinas consisten básicamente en un templo sagrado labrado sobre la montaña que se encuentra al final del pueblo. Terrazas enormes sirvieron de fortaleza al Manco Inca cuando luchaba contra Pizarro, aunque en realidad ésta no era la función de esta construcción. Para poder subir hay unas empinadas escaleras nada recomendables para cardíacos. En la cima pudimos observar cómo el trabajo realizado en la piedra indicaba que se trataba de un lugar sagrado. A la otra cara del pueblo se erigía una montaña donde también se observaban pequeñas construcciones y en la que la roca dibujaba caras.
Las piedras de construcción las habían tomado del mismo granito de la montaña y de una cantera situada a lo largo del río que se puede visitar y observar las piedras que quedaron en el camino esperando a ser transportadas, se las conoce como "piedras cansadas"
Rodeamos la montaña a pie observando la grandeza de la construcción y descendimos por unas empinadísimas escaleras hasta un punto donde había una piedra con cabeza de yama a la cual los incas le habían construído un cuerpo con terrzas sobre la pared.
Lo más curioso de todo aquello no eran las grandes piedras ni cómo las habían subido, sino que, como todo templo sagrado inca, estaba perfectamente orientado en la dirección del sol, siempre mirando al amanecer o al atardecer.

Para terminar nuestro tour nos dirgimos a Chinchero, otro pequeño pueblo encantador pero tomado por el turismo. La primera turistada que nos hicieron fue meternos en un lugar vdonde las señoras mostraban cómo fabricaban sus productos. Tenían una especie de tubérculo que cuando lo rayaban lo usaban como jabón para lavar la lana recién esquilada. Tras eso la tenían con productos naturales como plantas o cochinilla y después la hilaban. Resultó bastante didáctico, pero no compré nada porque los precios verdaderamente artesanales se escapan de mi presupuesto. De allá pasamos por la calle del comercio, curioso lugar que yo he decidido llamar así porque era un paseo donde los niños jugaban pero, cuando se acercaba un grupo de turistas, corrían a sus puestos e intentaban venderte la mercancía, para luego seguir jugando.
El sol estaba bajo, yéndose, y el color que daba era precioso para las fotos. El pueblo tenía aún alguna pared inca, a pesar de que en las fachadas de los edificios principales, como la iglesia, se observaba bien de dónde provenían los cimientos.
La iglesia, en su interior, recargada con una mezcla de barroco italiano, francés y español. Embadurnada en oro, rodeada de espejos, estatuas aladas, vírgenes con simbología inca y todo coronado por un techo mudéjar. A pesar de no haber disfrutado nunca con el arte religioso debo reconocer que estas iglesias son dignas de visitar por el collage que suponen.
El frío y el viento nos animaron a volver rápido al bus.

Por fin en Cusco me creí salvada de una muerte inminente. Volví a casa de Yojhi y me compré unos plátanos por el barrio que me sirvieron de cena. Luego caí muerta en la cama y ni siquiera la oí entrar minutos más tarde.

No hay comentarios: