lunes, 12 de abril de 2010

CUSCO: Día 3

Me levanté temprano para ir al tour pero no calculé que todos los colectivos irían llenos porque era hora punta, así que llegué tarde. Afortunadamente Lisbeth estaba allí para retenerlos hasta mi llegada. Esta vez el grupo era más pequeño, el día anterior había unas 20 personas y ahora sólo éramos 5: 2 limeñas, 2 estadounidenses y yo. El guía era el recomendado por Lis: Arístides unh señor bien simpático pero cuyos chistes eran demasiado malos a pesar de que se reía mientras los decía.

Salimos rumbo a Maras Moray, un lugar poco visitado por los turistas, más por falta de interés de éstos que por ausencia de encanto del lugar. El camino era precioso, gracias a las lluvias los campo estaban verdes, muy verdes; éstos acompañados por el cielo siempre azul de la región y por las montañas en la lejanía eran dignos de ser fotografiados y eso hice, como una auténtica loca.

El lugar se trataba de un campo de cultivo inca. Ellos habían excavado en la montaña una especie de cráter y en él había terrazas a diferentes niveles. Según la altura de la terraza conseguían una temperatura y grado de humedad, de modo que en una misma zona podían tener diferentes cultivos. Para poder entrar y salir del hueco tenían las llamadas ahora "escaleras incas" unas piedras que a modo de peldaños sobresalían de la pared y que demuestra que los incas podían ser bien patilargos bien saltamontes porque a mí, con mi metro de pierna me costaba trabajo subirlas. A modo de representación, al fondo tenían sembradas diferentes plantas, reconocí la papa y el maís, pero una que rodeaba a todas las demás no. Arístides me explicó que se trataba de la planta del altramuz (no sabía que existiera fuera de España, de hecho los había visto muy poco fuera de Andalucía). El sabor de su hoja es amargo y así cuando los animales se acercan a pastar, la amargura los aleja evitando así que estropeen el cultivo. El fruto por supuesto también lo comen, pero cocinado. La subida desde el hoyo fue bastante agotadora, no recuerdo si es una zona que estuviera alta, pero el sol pegaba como en medio del desierto.

La segunda visita eran unas salinas muy curiosas porque en vez de encontrarse en un salar en llano estaban excavadas en la ladera de una montaña. Desde una montaña venía un río de aguas calientes y saladas y los lugareños lo desvían y lo van abriendo de modo que pase por todas las pequeñas pozas de donde luego extraen el mineral. Antiguamente lo llevaba el estado y no funcionaba muy bien, pero la gente del pueblo se organizó y ahora ellos se repartieron las pozas, que se heredan, y cada uno explota su territorio. Tuvimos una muy grata sorpresa allá porque, en medio del calor asfixiante, un señor que había perdido su cartera en Maras Moray y que encontró nuestro grupo devolviéndosela, nos invito a una fresquísima y rica inca-kola. Hicimos muchas fotos en aquel lugar donde el rojo de la tierra y el blanco de la sal daba un aspecto de cuento. Lógicamente metí el dedo en el agua y lo chupé: sí, estaba salado.

De vuelta en el carro fui hablando con Arístides un poco de todo: sanidad en el Perú, educación, tráfico, política... casi me convertí en experta. Yo iba incordiando y preguntando muchas cosas, él, encantado me explicaba. Ya en Cusco decidí irme a comer al tronquitos porque me había gustado mucho el primer día. De allá volví a casa de Yojhana y como las chicas me habían prometido juerga nocturna me dormí una siesta.

Por la noche fuimos al Marcelo Batata (me encanta el nombre) es el bar donde trabaja Boris, el hermano pequeño de Lisbeth. Es un bar turístico-pijo. Me dijo Lis que allá se comía rico y el camarero nos recomendó la alpaca tres quesos...uhm!!! Primero tomé mi cusqueña negra, que aún no había degustado y luego me dejé deleitar con el plato, estaba realmente muy rico. Nosotras nos mirábamos porque mientras comíamos decíamos, uhm, uhm, como tontas. Luego se nos unió en la cena su hermano y otro amigo. Tras un rato hablando de fantasmas y cosas de las que dan miedo nos despedimos.

En una plaza situada algo más arriba esperamos a Adriana y Pamela, yo mientras iba haciendo más fotos y buscando las 7 culebras que hay talladas en la piedra de un callejón. Cuando llegaron las otras individuas nos fuimos al bar de unos amigos y con toda la poca vergüenza del mundo pidieron refresco porque llevaban una botella de ron en el bolso. Estuvimos recordando historias de Francia, que vistas en el tiempo resultaban mucho más graciosas que entonces. Cuando nos quisimos dar cuenta eran las cuatro de la mañana y al día siguiente trabajaban!!!! Nos engullimos una hambirguesa e hicimos ruta (tomar un taxi y que deje a cada una en su casa)

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