sábado, 24 de abril de 2010

CUSCO: día 13

Era 2 de abril, el día esperado, no por ser viernes santo sino porque era el día en que mi tren llegaría hasta Aguas Calientes. La emoción se apoderaba de mí.

La tradición manda en Cusco tomar 12 platos el viernes santo en honor a los doce apóstoles. Las chicas quisieron que yo viviera aquella tradición. Salimos a comprar todos los ingredientes para los platos aunque yo terminé por otros mundos porque me perdí de ellas al ir a sacar dinero y no funcionar el celular de Yojhi. En mi espera en aquel lugar del Cusco llamado "tercero" en el recorrido del correcaminos decidí hacer la compra de la comida para Machu Pichu ya que allá era carísimo. Era la primera vez que me introducía en un supermercado para comprar bastante comida, no sólo un producto puntual. Lo que más me llamó la atención, sin duda, fue que no había música. Cómo puede existir un establecimiento en Perú sin música me pregunté? La respuesta es que era viernes santo. Ante mi expectación la música había sido sustituída por un sermón religioso que me creaba bastante malestar, sobre todo si prestaba atención. Otra ingrata sorpresa fue que, como a diferencia de Francia, aquí vive poca gente sola, la mayoría de los productos eran envase familiar-ahorro. Muy barato eso sí, pero sólo quería uno o dos no veinte. Acá todos los envases son mucho más grandes, pongamos como ejemplo el agua embotellada: botella pequeña en Europa de 33cl ó 50, aquí 62.5; la grande, en Europa 1.5l, aquí 2.5l. Pudiera parecer que realicé una simple compra, pero para mi fue una nueva experiencia.

Me reencontré con las chicas y volvimos a cocinar. Ellas se encargaban de todo y la hermana de Yojhi también tenía los fogones en el piso de arriba, al fin y al cabo había que hacer muchos guisos. A mí me permitieron colaborar pelando unos duraznos y algunas habas, pero luego como invitada de honor me botaron al ordenador y no me dejaron hacer nada más que sentarme en la mesa a comer.

Yo estaba emocionada con el hecho de tener que comer tantos platos. Al final no fueron 12 pero creo recordar que sí 8. Con cada nuevo plato yo hacía una foto y degustaba. Lisbeth, malvada, me llenaba los platos con espíritu de abuela mientras que para ellas lo dejaban no más que en la mitad. Intentaré recordar el nombre de todos: sopa de finas, sopa de choclo, sopa de calabaza, sopa de machas, ensalada de espinacas, mazamorra, arroz con leche, duraznos, tortas... todo ello acompañado de inca-kola por supuesto. Las sopas al tener más líquido que sólido entraban muy bien pero al final de la comida estaba bastante llena. Durante ese día comprobé que las tradiciones y el arraigo familiar en Perú son tanto o más importantes que en España. Ese día la familia se reúne y comen juntos mientras en la radio se escucha un programa de semana santa (Yojhana pasó de esta parte de la tradición y puso cumbia, hecho que me alegró bastante).

Llena de sopas y dulces tomé mi maleta y salí ilusionada a tomar el taxi no sin antes atravesar el piquete que Nacho (el sobrinito de Yojhi) y su prima pequeña me hicieron porque no querían que marchara. Fue un piquete inútil porque levanté las piernas y los pasé por encima, pobres, qué inocentes.

Las chicas me acompañaron hasta el paredero de los colectivos de Ollantaytambo y allá tomé justo uno que iba directo a Piscacucho, lugar del que realmente salía el tren. El camino ya lo conocía porque era el mismo que el de Valle Sagrado y Maras, así que, a apesar de la belleza del paisaje, yo no me entusiamé demasiado. Estaba centrada en no caerme hacia los lados en las curvas y en que tal cantidad de comida no intentara abandonar mi cuerpo. Como es tradición, todos en el taxi se quedaron dormidos excepto yo. No me quedó otra alternativa que escuchar estoicamente el sermón religioso que el taxista había puesto en la radio, bastante cansino para mí.

Piscacucho fue la peor parte del viaje. Al llegar me maravillé porque la estación se encontraba en pleno valle rodeada de montañas y no muy lejos del río Urubamba. Como es normal la sala de espera estaba llena de vendedores que tras decir "señorita" describían toda la mercancía que tenían en sus puestos como si uno no fuese capaz de apreciarla por sí mismo. Aunque estaba al aire libre y refrescaba no me importó en un principio el hecho ya que sabía que había sido una estación improvisada para poder abrir el camino. Empecé a leer tranquilamente y un perro que vagaba por allí se me acercó y se sentó a mi lado. Comienzo a creer que hay algo en mí que adoran los perros porque en lugares llenos de gente se vienen hacia mí y allá se quedan, supongo que será mi olor. Tras dos horas de espera empecé a odiar el lugar, la lectura, el frío insoportable, el perro pegajoso y sobre todo a Perú Rail. No daban ningún tipo de información y cuando preguntabas e insistías ellos respondían "ahora sale señorita". Creo que el concepto de ahora abarca desde minutos hasta horas. Es como cuando preguntas una dirección y te dicen "ahí no más", expresión que incluye localizaciones a sólo unos metros de distancia o incluso a un kilómetro (hecho verídico).

Tras una horrible espera a la interperie tuvimos otra en el interior del tren con la luz apgada. La pareja de argentinos que estaba frente a mí no perdió el tiempo pero yo no sólo me aburrí sino que me enfurecí más aún. No se puede cobrar en Perú por un pasaje lo mismo que en Europa y dar un servivio como en África (y no soy racista pero mi experiencia me dice que allá los trenes salen cuando le da la gana, eso sí son muy baratos).

Finalmente empezó a moverse y me dormí. Desperté de mala gana de Aguas Calientes y al llegar no me quedó más alternativas que ponerme a buscar alojamiento en la única calle principal del pueblo. Encontré una habitación matrimonial a muy buen precio y la chica incluso salió a enseñarme el lugar donde en unas horas debía tomar el bus para Machu Pichu. A mi regreso al alojamiento cené de lo que llevaba mientras veía una peli. Al principio me sorprendió tener hambre después de haber comido tanto, luego me di cuenta que la mayor parte de lo comido eran sopas que llenan bien el estómago pero una vez absorbida el agua queda bastante menos materia, cosa que mi ogro notó y me hizo comer.

Por fin ocurriría, iba a visitar Machu Pichu, sólo dormiría 4 horas para poder tener plaza en el Waina Pichu, necesitaba decansar pero la mezcla de música de la calle y los nervios de mi interior no me dejaban conciliar el sueño.

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