jueves, 1 de abril de 2010

CUSCO: Día 1

El domingo nos levantamos tarde y tras el desayuno fuimos al cementerio. Yojhana iba a visitar a una amiga, yo aproveché para conocerlo y fotografiar las tumbas más antiguas. No me pareció un cementerio triste ni solemne, quizás porque había tanta gente allá que parecía una feria. Acá también en los nichos la familia pone en ocasiones cosas que le gustasen al difunto, como en La Paz. Me distraje durante un rato viendo todo tipo de regalos allá metidos.... hasta un botellín de cerveza cusqueña encontré.

Desde allí bajamos paseando hasta el centro. Pasamos por calles estrechas, en cuesta, con balcones y puertas hechos de madera de colores... definitivamente es curioso ya que se ve la influencia española en las construcciones pero éstas no son como las de allá, son descendientes en estilo pero con identidad propia. Dejando a un lado la Iglesia de Santo Domingo llegamos al mercado central donde entramos a pasear tal y como yo hago en cada sitio que visito. A pesar de que la ciudad de Cusco era más cuidada que otras anteriormente visitadas, el mercado me daba esa impresión destartalada que había observado qen otros muchos lugares. Tenía parte de artesanía, zona de frescos y al final un gran comedor donde me dijo Lis que había una señora que pone un arroz con huevos buenísimo.

Continuamos hasta la Plaza de San Francisco, enorme lugar con jardines centrales vigilado por el colegio de Ciencias y la iglesia del mismo nombre. Allá se huele que empieza la zona turística y se ven gente como yo, turistas (para los cusqueños "gringos" aunque vengas de españa, eso por rubia). Un poco más adelante, tras atravesar una calle peatonal en la que los pasteles te llama diciendo "Alba, ven y comeme", llegamos a la Iglesia de La Merced. Aprovechando que estaba abierta entramos a visitarla. La misa había acabado en ese instante y una masa de fieles abandonaba el templo. Nunca entendí cómo existe tantísima devoción por la religión. Los peruanos critican a los españoles por todo lo que supuso la conquista (obvio), sin embargo no dicen nada de la iglesia que fue igual o peor. Supongo que los evangelizadores hicieron demasiado bien su trabajo.

Finalmente llegamos a uno de los puntos que más interés tenía en conocer... La Plaza de Armas. En la guía recomiendan tener cuidado con las mochilas. Yo añadiría que antes de entrar en dicha plaza deberías tomarte una pastilla para el dolor de cabeza. Al poner un pie junto al primer soportal parece que una alarma se enciende: "guiri, guri, guiri" y uno tras otro te llegan vendedores de tours, de masajes, de muñecos, de chullos, de pulseras, de láminas de pintura, de restaurantes.... todos ellos con una frase "Hi miss.....(mercancia)". Con una sonrisa en la boca yo decía a todos "no, gracias" aunque ellos seguían hablando un rato en "inglés" mientras yo los ignoraba y mi amiga Lisbeth se moría de la risa. Creo que tras vivir tantos años en Cusco siendo cusqueña y habiendo estudiado turismo por unos minutos pudo ponerse en la piel de una turista.

Obviando la plaga de vendedores la plaza es, por todo lo demás, preciosa. Se observa bien que la ciudad es el hombligo del mundo ya que allá donde mires desde ese punto verás casas y al fondo montañas. Las casas que la rodean están sobre soportales y miran a la plaza a través de bonitos balcones de madera con cristaleras. Me recordaba un poco a alguna ciudad castellana aunque a ninguna en particular. En el centro hay jardines con bancos para que, como toda buena plaza en Perú, esté llena de gente. En la parte de la plaza que da a la iglesia de los jesuitas quedan unos pocos árboles parecidos a olivos. No son aceitunos, sino un árbol típico de acá que antes colmaba la plaza hasta que decidieron cortalos sin previo aviso. Cuando los comerciantes vieron la tala salieron a impedirla pero sólo pudieron salvar a un puñado de ellos.

Como un ogro rugía en mi estómago fuimos en busca de comida pero el restaurante elegido estaba cerrado. Me hice unas fotos en Loreto, que es un callejón que llega a la plaza de armas y en el que hay un muro de piedras incas talladas sobre el cual se erigen las nuevas construcciones.

Para amenizar la espera Lis me invitó a unos tamales, según ella los mejores del mundo mundial: uno salado y otro dulce. El primero me supo como todos los que había comido hasta ahora aunque ella me aseguraba que no tenía nada que ver con los del norte. El dulce sí estaba muy bueno y era diferente. Mientras los saboreábamos en una escalera junto a la catedral hablábamos de los scouts. No sé cómo el año pasado no descubrí que ella había sido scout como yo, no me lo explico porque los scouts siempre terminan hablando de ese campamento en el que........ y a mí me encantan esas conversaciones pero los ajenos me aseguran que somos muy pesados y aburridos.

Aunque los tamales habían calmado al ogro que habitaba en mi interior era necesario alimentarse bien. Camino a otro restaurante pasamos por una plaza llamada Regocijo, mezcla rara: soportales a lo castellano y edificios blancos con puertas y ventanas azuladas, a lo mediterráneo. Todo ellos con su inca-toque, por supuesto.
Subiendo desde la plaza (es bonito eso de la ciudad ombligo hasta que empiezas a subir cuestas) llegamos a un encantador restaurante llamado "En tronquitos" probablemente porque todas las mesas y sillas están hechas de troncos. Un menú completo hasta con refresco y postre por 1.5€, un placer. Empezamos animadas pero cuando aquella señorita me trajo una sopa con si yo fuera el Increible Hulk me di cuenta que los tamalitos me iban a jugar una mala pasada. Con trabajo conseguí terminarme aquella comida copiosa y bien sabrosa.

Con dificultad nos movilizamos hasta la plaza san francisco. Empezó a llover suavemente. No sabíamos qué hacer, yo creo que más bien no nos funcionaba el cerebro porque toda la sangre de mi cuerpo estaba en el tubo digestivo. Mientras nos decidíamos y no la lluvia se tornó en tormenta y nuestras única solución fue tomar un taxi y salir de allá.

Llegamos a casa de Yojhana y poco después Lis se fue a la suya. Ese día más tarde me tomé un mate con el papá y el hermano de Yojhi, éste me estuvo explicando su trabajo. Yo aluciné y no dudé en decirle que podía enviarle amigos y a mí misma en un futuro. Romu es odontólogo y trabaja para el ministerio visitando pequeños pueblos perdidos de la mano de dios, allá lleva cepillos a los colegios y enseña cómo usarlos (educación para la salud queda más bonito pero menos didáctico). También realiza tratamientos a personas que no pueden desplazarse o sencillamente no pueden costearse un dentista. El grupo lo completan un médico general, una enfermera, una obstetra y una auxiliar. Cuando sea médico de verdad, volveré.






3 comentarios:

Anónimo dijo...

Eyyyy si hace falata alguien que lleve los cepillos de dientes cuenta conmigo!!!

Alba dijo...

Pili ya encontraré una función para ti ¿te vale la de mula de carga?

Anónimo dijo...

joia ere...ya te diré si sirvo pa eso después del camino de santiago jajajaj