viernes, 21 de mayo de 2010

Adiós a Chiclayo

Apenas había dormido y las pocas horas en las que había conseguido hacerlo estuve despertándome sobresaltada. Salí de la cama antes de que el despertador sonase y corrí al ordenador para ver cómo había ido el reparto de esa mañana. La noche anterior, cuando me fui a la cama, aún quedaban bastantes plazas de medicina de familia en Sevilla, sin embargo ya sólo quedaban tres. Sentada frente al ordenador reflexioné, miré fijamente la pantalla, como si aquello cambiase algo. Tomada la decisión salí a llamar a Andrés. De vuelta desayuné y esperé frente a la computadora a que empezase el reparto de la tarde. Estaba nerviosa, intentaba distraerme subiendo fotos, pero cada veinte segundos entraba en la página del ministerio y daba al botón de renovar. A través del pequeño portátil de Chris Carmen me observaba, desde Francia, reía, me animaba, me picaba. Fue un momento algo subrealista ver de pronto aparecer mi nombre, salté, grité a Carmen y en ese momento me alegré. Luego vendría el temor al cambio, a lo nuevo y a equivocarme.

Al mediodía Lucho y Jean Pier volvieron a por mí. Querían llevarme a un lugar donde se comía muy bien. Eran una especie de tascas en un barrio marginado que, a pesar del posible peligro, son incluso visitadas por gente del más alto nivel económico. Me aconsejaron que no hablase demasiado fuerte y yo intenté quedarme resguardadita entre ellos dos. Dentro del bar el ambiente era familiar. Pedimos chicha y sudado de pescado. Como en los buenos lugares, la chicha la trajeron en un bidón de unos cuatro litros. Yo pensé que moriría, pero no estaba tan fuerte como la que probé en Bolivia y los chicos bebieron bastante más que yo, así que salí ilesa. El sudado de pescado es un pez al horno con abundate salsa, por lo que se come con cuchara. Raro es de tomar pescado con cuchara, pero estaba muy bueno. La señora me dijo que volviera y lo habría hecho si no hubiese abandonado ese día la ciudad (y si mi hubiesen acampañado, por supuesto).

De allá fuimos al hospital ya que los chicos debían recoger creo que unos papeles. Yo presté poca atención a eso, dejé a Jean Pier entrar en hemato mientras me dedicaba a observar el edificio. Estaba algo antiguo pero tenía buena conservación, al menos a simple vista. Luego pasamos por casa de Lucho a recoger unas muestras que necesitaban para sus prácticas. Ellos fueron a la facultad y yo me quedé en la casa haciendo la mochila con bastante pena.

Hasta que llegó la hora de marchar estuve con Christie en el cuarto hablando casi como dos adolescentes. Ya no podíamos alargarlo más, debía marcharme. Al mirarnos a los ojos ambas sabíamos que teníamos ganas de llorar pero no queríamos hacerlo. Ella vino hasta la terminal y allí también se encontraban los chicos. No quería irme, estaba muy bien, pero también deseaba conocer otros lugares. Tras un gran abrazo a cada uno y una voz repetitivaque me decía "no llores, no llores", subí al bus. Notaba ya los ojos mojados cuando les dije adiós desde la ventanilla. "Sé que voy a regresar, no tengo que estar triste" pensé y a continuación empecé a reír con los vídeos de cámara oculta que ponían en la tele del bus.

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