viernes, 14 de mayo de 2010

Iquitos-Lima-Chiclayo

Mi última experiencia en la ciudad fue un tanto extraña. Cuando salía a desayunar, mi compañero de habitación, que parecía un adolescente de película cuyo único objetivo es el de convertirse en estrella del rock, me dijo si podía acompañarme. No me importaba ir sola, pero me agradó tener compañía, así que acepté que viniera. No era de EEUU, tal y como yo había pensado en un principio, sino de Israel, que aunque tengan muchas conexiones no es lo mismo. Terminamos desayunando en un café de la plaza de armas una gran porción de exquisita tarta de chocolate. Mientras la degustábamos, fuera, en la calle, realizaban una especie de desfile militar. No tardé mucho en darme cuenta que mi amiguito y yo terminaríamos discutiendo como no cambiásemos de conversación. Nuestra visión del mundo era tan distinta que ante cualquier tema siempre nos enfrentábamos y eso que no llegué a decirle que me parecía bien que Chávez no dejara entrar a los israelíes en su territorio nacional, medida polémica nada diplomática pero aleccionadora.
Tampoco nos merecía la pena enfadarnos demasiado en la media hora que compartiríamos, así que fuimos saltanto de temas hasta que se acabó la comida y cada uno siguió su camino olvidando el nombre del otro.

Eran mis últimos minutos en Iquitos y me daba pena irme. Me encontré con John quien me llevó a recoger las cosas y de allá al aeropuerto. Allí me despidió diciendo que había sido un auténtico placer conocerme y que cambiaría su visión de los españoles. Me cobró una cantidad irrisoria, hasta le dije que me parecía poco. Él, sonriendo, me dijo que cuando volviera la próxima vez sería médico y él me cobraría más. "Pregunte por mí por favor, si viene algún amigo dígale que cuando llegue al aeropuerto pregunte por mí, que lo tratré muy bien, que pregunte por John Espejo Lozano" Le aseguré que así lo haría y embarqué deseando volver.

En el vuelo me acompañaba una chica de unos veintipocos años que viajaba por primera vez en este medio y que llevaba a su bebe, Clarita. Tenía miedo, así que me dediqué a hablar con ella, decirle cómo funcionaba el cinturón de seguridad y terminamos teniendo un vuelo bastante agradable. Saliendo de la Amazonia de manto verde, sobrevolamos las cumbres nevadas de Huaraz, atravesamos el desierto árido de los alrededores de Lima hasta que finalmente apareció el Pacífico, preciosa imagen.

Tenía que llegar hasta le estación de autobuses situada más o menos por el centro de la ciudad (o eso me pareció a mí). Desde el aeropuerto tomé un taxi conducido por un señor de Ferreñafe que se alegró cuando le dije que me diigía a su tierra. Una vez facturada la mochila me fui en busca de algo de comida y de paso le encontré a Christie su querida Nutella. En Lima pueden encontrarse muchos productos europeos aunque a un precio más elevado que en Europa, pero en este caso merecía la pena pagarlo, sabía que se alegraría enormemente.

Lima me agobió por su tráfico, su ruido y su aire irrespirable. Me dio pena el observar más detenidamenete que muchos palacios y edificios bellos se encontraban en un estado bastante lamentable de conservación, casi negros por el humo de los coches. Si cuidaran esta caótica ciudad y consiguieran que el tráfico no fuera tan horrible estoy segura de que sería un buen destino turístico, pero así a uno se le quitan las ganas.

Salí con el bus a las 20h. Chris me lo había recomendado a pesar de su precio. No era caro, unos 18€ por un recorrido de 12h.Es cierto que hay otros más baratos pero éste ha sido mi mejor viaje en bus. Los asientos eran supercómodos, casi camas; la comida abundante ¡y de chifa! (comida china-peruana exquisita). Volvieron a proyectar Invictus y a pesar de haberla visto dos veces antes volví a emocionarme. El resto del camino dormí como un bebé. Nos despertaron con una canción que se quedó todo el día en mi cabeza...... ¡¡colgando en tus manos, socorroooooo!! Desayuné también muy rico mientras hablaba con la señora de mi lado que era catedrática en la facultad de matemáticas de la universidad de Chiclayo y que tenía a una hija haciendo medicina en Trujillo. No quería volver porque tenía a sus hijos en Trujillo y Lima, pero era difícil conseguir otra plaza, así que daba clases allá mientras su mente y su corazón estaban a kilómetros. Estaba muy desanimada y sólo en dos horas tenía una clase. Decía que una ducha y a sacar fuerzas, me sorprendió y me entristeció.

La tristeza la olvidé pronto, estaba entrando en la ciudad de Chicayo. Mi amiga Chrsitie llevaba esperando mi llegada meses y yo también ansiaba el encuentro. Habíamos compartido sólo seis meses de nuestra vida pero nos unimos muchísimo y en ese poco tiempo llegamos a hacer una gran amistad de esas que pueden sobrevivir a pesar de todos los kilómetros de distancia. Deseaba abrazarla con todas mis fuerzas.

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