domingo, 9 de mayo de 2010

Amazonas

Comenzamos el día muy temprano, ya que para observar las aves es necesario salir cuando ya ha amanecido pero aún no está el sol. Abandonamos el albergue a eso de las 6 am y nos paseamos tranquilamente en el bote a lo largo del río. Por cada rama Raúl iba encontrando algún pájaro y, mientras lo observábamos con los prismáticos, él nos contaba todo cuanto sabía sobre el animal. Me encantó la historia de los pájaros que aquí llaman locos. El nombre lo reciben porque viven en grupos y a veces uno de ellos se aleja del grupo y empieza a volar a gran velocidad y sin rumbo fijo hasta que termina sumergido en el río o estrellado contra el tronco de un árbol. Observamos también garzas, gavilanes, martines pescadores, alemanes (que son del mismo color que la bandera del país).... Algunos de ellos, nos contaba, son pescadores, otros, algo más piratas, esperan a que un tercero tenga una presa para robársela.

Tras una hora aproximadamente de viaje por el río, nos introdujimos en la zona de manglar. Aquello era como un sueño, los árboles brotaban de las aguas y todo estaba cubierto de vegetación. Era una zona realmente fantástica. Yo alucinaba en aquel lugar de fábula mientras el guía silbaba buscando más pájaros y mis compañeros de canoa preguntaban por el desayuno. Yo por unos momentos había olvidado el hambre aunque cuando volvimos lo recuperé rápidamente. De hecho me molestó que quienes habían preguntado tanto por el desayuno durante el paseo apenas comieran nada una vez en la mesa.

La siguiente salida consistía en tomar el bote hasta el mismo Amazonas, a unos 700 metros navegando por el Tapira, para observar los delfines. Sólo un rato llevábamos en él cuando un delfín gris saltó. No se acercaba porque estaba solo y suelen hacerlo sólo al estar en grupo. Aunque saltó varias veces no conseguí una buena foto porque él era muy rápido y yo muy lenta, como con el cóndor. Tras un rato disfrutando del animal seguimos río abajo en busca de los delfines rosados. Yo miraba a ambos lados y quedaba alucinada, la distancia entre las orillas era realmente abrumadora. A mi mente venía la imagen de Gael Gacía Bernal metido en la piel del Che Guevara en la película "Diarios de motocicleta" cuando el día de su cumpleaños decide atravesar el río a nado para poder celebrarlo con los leprosos de la otra orilla. Una imagen realmente impactante pero que conociendo el río te hace pensar que realmente como decía su amigo "este boludo está loco". Raúl me explicó que en ese tramo el río tenía unos dos kilómetros de ancho y que la profundidad en el medio era de unos 25 metros.

La barca paró en un lado del río, es decir, como a unos 500 metros de la orilla, ya que allí la profundidad sólo era de 3-4 metros. Entonces nos explicó que los delfines rosados son bastante juguetones y que la mejor manera de atraerlos es bañarse y hacer ruido. Yo miré el agua, que corría y pregunté si había más bichos allá. Tras asegurarme de que no encontraría serpientes ni nada similar en aguas corrientes, suelen estar en las que son tranquilas, me quité la ropa y salté. Extraña sensación esa de nadar en el Amazonas: la temperatura el agua era bastante buena pero sentía la corriente, no como enun río de montaña, pero la suficiente como para desplazarme suavemente. El maridito también se lanzó y entonces empezamos a salpicar con el agua, a movernos sin parar y a gritar mientras Raúl silbaba. Podía ver los delfines saltando a lo lejos, pero no parecían demasiado interesados en venir a nuestro encuentro. Empezaba a desanimarme cuando de pronto algo saltó a mis espaldas, ¡¡estaban allá!! Efectivamente, lo que parecía una pareja de delfines rosados saltaban a nuestros alrededores. Era un poco complicado porque salían un poco mostrando la aleta por un lado y a los pocos segundos saltaban unos metros má allá. Era bastante divertido aunque no podía hacerme fotos con ellos (siempre mi obsesión). De pronto uno de ellos osó a darme un coletazo en una pierna. Yo, que no podía ver nada en ese agua marrón y que no esperaba semejante gesto de confianza dí un grito que hizo que el delfín atravesara la frontera hacia Brasil. Tras un rato saltando a nuestro alrededor los delfines desaparecieron y fuimos en busca de otro grupo con la lancha, para darle emoción no me subí sino que me acoplé en la proa y me dejé arrastrar por la embarcación mientras se me desmontaba el bikini. Tras más de media hora pataleando y salpicando en el río volví al bote y me di cuenta que estaba muy cansada.

Durante la comida la familia se quejó a los cocineros de que ponían mucha comida. Cuando me preguntaron mi opinión yo les dije que a mí me parecía bien pero que ellas comían muy poco. La mujer me miró y me dijo "eso lo dice porque tú no engordas" Entonces le expliqué que engordaban más las pocas patatas fritas que se estaba comiendo que la gran ensalada que yo engullía. Su hija, para no engordar, almorzó un vaso de limonada y una manzanilla, aunque no me preocupé porque en la barriga tenía grasa suficiente para un mes. No había que ser muy listo para darse cuenta de que yo no encajaba muy bien con aquella gente. Eran unos ultracristianos que no sólo bendecían la mesa, sino que llevaban camisetas procristo con mensajes bastante contundentes. Estuve a punto de preguntarles qué opinaban sobe el origen de las especies de Darwin porque estoy segura que eran de los que defienden el creacionismo, sin embargo ya los disgusté bastante cuando les dije que yo no era creyente. Sabía que exitía este tipo de gente algo radical, pero nunca me había topado con ellos y la verdad es que era gente que me resultaba bastante extraña en su comportamiento y conversaciones. Tras la comida decidí tomarme el café con uno de los chicos de cocina, que era de Iquitos y no de la selva, y por fin pude tener una conversación normal y coherente (no por selváticos, sino por los de "Darwin mintió").

En la tarde salimos en botes pequeños hechos de tronco de árbol. Sí, todas las maderas suelen venir del tronco de los árboles pero éstos eran como excavados en el mismo. Son las típicas que allá usa la gente para desplazarse. Son bastante bajas, por lo que el rango de movimientos es limitados para que no entre mucha agua. Al principio nos pudieron a las dos animadoras y a mí en una, pero dado que la animadora rubia estaba medio histérica decidieron pasara al grande. Yo alucinaba con el viajito, iba contenta achicando agua con un recipiente de plástico y haciendo fotos. Así era más auténtico e incluso al ser más pequeño el bote podía introducirse en los manglares en zonas más inóspitas. La animadora número dos estaba en pleno sufrimiento y yo no llegaba a explicarme por qué se habían venido a la selva en vez de quedarse en las playas de Lima de donde venían. Intenté tranquilizarla así que le pregunté a Lucio, el tío de Raúl que conducía nuestro bote, si era muy profundo. Le traduje a ella que sólo había un metro, que aunque volcásemos no pasaría nada. Entonces ella se volvió y me miró con cara de odio, así que como no se tranquilizaba le dije que quizás si nos caíamos vendría una serpiente y yo podría hacerle por fin una foto a la anaconda mientras se la comía, Creo que debió maldecirme, pero es que necesitaba darle un poco de caña aunque no entendiese mi humor sarcástico.

Tras un paseo maravillodo para mí y horrible para el resto del equipo llegamos al pueblo de Raúl y Lucio. Allá apenas había nada, sólo lo que necesitaban para vivir: sencillas casas y cultivos. El tito Fujimori les había hecho un camino de hormigón para la época de lluvias antes de desaparecer con el dinero de todo el pueblo peruano, costumbre insalvable por cualquier presidente del Perú.

Las casa estaban construídas sobre palos para que la subida del agua no les afectara. Eran sencillas, en madera con el techo de paja, solían tener hamacas y junto a los cimientos se acumulaban los pollos, gallinas y polluelos. El grupo iba un poco más adelantado que yo, que paraba a hacer fotos y a saludar a la gente, ellos en general se alegraban de que los visitases y de que les hicieras fotos a sus casas. Encontré un gallo hermoso y tras fotografiarlo hablé con su dueño, que se mostraba orgulloso. Lucio se había quedado atrás conmigo y me explicaba algo, era muy cortado y también correctísimo.

A mitad del camino apareció una casa algo diferente a las demás. Raúl nos explicó que era la iglesia evangelista y que su padre era el pastor. A mí me pareció un poco triste que no hubiese ni colegio ni centro de salud o similar pero sí una iglesia, aunque a mis compañeros de viaje les encantó, de hecho insitieron en visitarla. Era algo sencillo, como todo el pueblo, había lo básico que se necesita en una iglesia. La señora madre empezó a preguntar y entonces se enteró de que no tenían biblias "perfecto, enviaremos 100 biblias desde EEUU". A mí me sorprendió la idea, sobre todo porque ni siquiera preguntó si las querían, si las usaban o si las necesitaban. El guía se quedó bastante sorprendido y no mostró gran interés al respecto pero ante la insistencia de la señora dijo que podrían enviarlas a la agencia y que desde allí ya las transportarían. Ella quedó conforme y alegre. Yo sentí los aires de la evangelizacióncorrer a mi alrededor, al menos ella irá al cielo y no tendré que encontrármela ya que yo estaré en el Hades.

Siguiendo por el Fujimori-camino pasamos junto a una casa y Raúl entró pidiendo que lo siguiéramos, desde abajo pude observar a una joven que sostenía un bebé. "Vamos a molestar" le dije, "es mi casa" sonrió. Miré a la joven a los ojos y ella hizo un tímido gesto de aprobación. Allá dentro conocí a la bebita de Raúl, una pequeña que me habría robado porque era una verdadera muñequita. Mientras yo le hacía gestitos a la bebe y hablaba con su madre la señora no paraba de hacerle preguntas a Raúl. Al principio me resultó bastante interesada lo me gustaba, pero poco a poco comprobé que era un poco despectiva en sus preguntas y llegó a un punto que me pareció una auténtica falta de respeto.

Visitamos también la casa de los padres de Raúl. No había nadie pero como no existían ni puerta ni cerradura nos colamos. Era bastante grande, con tres pequeñas habitaciones simples y con paredes (la de él no tenía, sólo consistía en una plataforma con techo). Tenía hasta un porche con hamacas y pudimos ver el pescado que su madre prepararía para la cena. Estando allí Lucio llamó a una pequeña y graciosa niña que pasaba, ésta se acercó tímidamente. "¿Quién es?" le pregunté, "mi hija Maya, tiene dos años". Era preciosa, se lo dije al orgulloso padre y le pregunté si quería acompañarme, ella miró tímidamente al sonriente papá y éste le dió su aprobación. Entonces me dio la mano y paseó junto a mí.

Conocida la gran mayoría del pueblo volvimos al alojamiento, todo el grupo en el bote grande y yo en la pequeña canoa junto a Lucio quien me relataba con alegría historias de su hija que muy pronto empezaría a ir a un pequeño colegio de una aldea cercana.

Tras la cena volvimos a salir en la canoa por los manglares en busca de caimanes. Estuvimos una hora navegando entre ramajes y yo me encontraba totalmente perdida, de hecho no lograba explicarme cómo ellos podían orientarse en un lugar como ése. Bastante fallida nuestra salida ya que sólo vimos sapos, ranas y muchos insectos. Me iba de la selva sin ver cocodrilos ni serpientes, qué decepción. Definitivamente tenía que volver, para ver estos animales y para poder dormir un día en modo acampada. La falta de tiempo había sido mi peor enemigo ya que en un principio yo había planeado estar 6 no 3 días. Siempre hay que dejar algo sin ver, así el cuerpo nos pide volver.

Un poco triste fui a dormir y en mi puerta encontré el único insecto que realmente me da asco: una mantís religiosa, conseguí espantarla y me acosté.

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