viernes, 7 de mayo de 2010

Conociendo Iquitos

Había quedado con John para que me recogiese con el motocarro. Me resultó bastante extraño eso de ir motorizada ya que durante más de dos meses me había desplazado principalmente a pie allá donde me encontrase. Lo bueno que tenía este tipo de transporte era que no sentía con tanta fuerza el calor pegajoso y que él conocía bien los lugares. Así me dejó en el mercado, donde es mucho más barato desayunar y yo elegí el puesto para mi imprescindible jugo de papaya.

Tras un gran desayuno nos dirigimos, atravesando toda la ciudad, hasta el muelle de Nauta en el río Nanay, otro afluente del Amazonas. Yo ya me había informado tanto en el hostel como a través de la guía del recorrido y sabía que estaba lejos. Por el camino disfruté mucho, era realmente otro mundo. Por un momento tuve más la impresión de estar en Bangladesh que en Perú, con el calor sofocante, todo lleno de motocarros y el verde selvático. Atravesábamos calles invadidas por puestos que consistían en telas sobre el suelo en las cuales se apilaba la mercancía: plátanos enormes, sandías y todo tipo de frutas realmente exóticas para mí. La gente me miraba sorprendida y yo sonreía, contenta, rozando la felicidad.

El puerto era un lugar con mucho movimiento, además de los barcos había una zona donde vendían pescado a la plancha, recién traído del río, con sus bananas y también había juanes (arroz con gallina envueltos en una hoja similar a la del plátano, muy rico). Sólo con bajar fui acosada por miles de señores que me ofrecían llevarme al mariposario en su barca por tanto o tanto dinero. Primero comprobé que no había ningún bote común a punto de zarpar y entonces no me quedó otra opción que alquilar un bote, John consiguió que me dejaran la ida a 10 soles y se ofreció a acompañarme. Yo le dije sinceramente que podía ir sola, pero luego pensé en que como tenía que volver prefería hacerlo con alguien que ya más o menos conocía. Durante el viaje él me fue explicando sobre los poblados que pasábamos, sobre el Amazonas y se sorprendió al ver que conocía bastante bien la historia de Iquitos, que al fin y al cabo fue una ciudad fundada por los Jesuitas para evangelizar a los selváticos, ya que así podían reunirlos a todos en un lugar sin necesidad de hacer incursiones a la selva, donde por lo general no eran muy bien recibidos. También le sorprendió bastante que viajase sola, sobre todo siendo mujer. La verdad es que el papel de la mujer en Perú es bastante limitado sobre todo en las zonas rurales.

Una vez abandonado el río por el que habíamos despedido a numerosos pueblos en ambas orillas, nos adentramos por una especie de canales ocultos en la vegetación. A pesar de estar nublado, el paisaje resultaba realmente alucinante, creí estar en un documental de National Geographic, lástima que mi cámara no estuviera a la altura (ni mucho menos mis conocimientos de fotografía). El canal se fue estrechando a medida que crecía la vegetación, hasta descubrirnos en un lugar donde tenías casi que esquivar las ramas. Allá al fondo apareció un cartel: mariposario.

A pesar del nombre, en este recinto no sólo se encuentran mariposas, sino que es más bien una especie de reserva donde también hay otros animales que fueron rescatados de situaciones peligrosas. Lo primero que vi fueron unas guacamayos, a continuación me encontré con unos monos que andaban sueltos y no tenían ninguna vergüenza, uno de ellos, Chavo, se acercó a mí mientras intentaba hacerle una foto subido en la mesa, agarró una de las cintas de mi mochila y tiró con fuerza. Yo agarré la cinta y entonces me agarró el dedo, en ese instante el guía me dijo que no se podían tocar pero le aclaré que no era yo la que quería tocarlo, sino él quien se había apoderado de mi dedo. Mientras hablábamos, Chavo intentaba llevarse mi dedo a la boca, tirándo de él con fuerza. Tras un rato de resistencia, tiré con fuerzas de mi mano consiguiendo que el animal se soltara; éste gritó en ese momento al mismo tiempo que se orinó encima. "¿Te parecerá bonito?" le dije, pero creo que no tenía vergüenza alguna. No volvió a tocarme pero nos siguió durante todo el recorrido, cuando te dabas cuenta, te girabas y allí estaba Chavo, mirándote. Ojalá hubiese sabido qué le pasaba a ese mono loco por la cabeza.

La visita consistía en un recorrido que empezaba en una superjaula que era como una miniselva donde estaban volando las mariposas. En ese momento había pocas en pleno vuelo porque había llovido y se encontraban escondidas en las plantas, pero fueron saliendo poco a poco y el guía nos mostró algunas. Eran de un tamaño y colores alucinantes, como la "patroclo no sé qué" cuyas alas azules te dejaban ensimismado o la mariposa búho, que tiene un círculo en cada ala que simula el ojo de éste animal y así cuando las abren parecen la cara del ave mirándote. Genial, sabia naturaleza. Observamos una habitación llena de orugas, que dicho así no provoca ninguna espectación sino todo lo contrario, pero eran orugas bellas, como si fueran diseñadas en estampados fantasías. Además, el verlas todas juntas formando extrañas figuras resultaba mucho más hermoso. Junto a las orugas había capullos en diferentes estados madurativos. De algunos de ellos salía y un ala, o incluso casi el cuerpo entero de la mariposa. Mientras hacía una foto pude observar cómo una de las mariposas que medio salía de uno de ellos empezó a mover las alas rápidamente, y de pronto, se desprendió de éste y salió volando. ¡¡era un parto mariposil!! Quise avisar a todos para que lo vieran pero sólo pude decir "¡¡ahí ahí ahí!!, lo cual no sirvió de gran ayuda. Vi nacer una mariposa.

Desde allí hicimos un recorrido para ver los animales que habían sido recogidos, como otra pareja de monos, un cachorrito de jaguar al que asustaba continuamente Chavo; otro jaguar enorme, un armadillo, tortugas, cocodrilos.... la mayoría de ellos allá temporalmente y que intentan reinsertar en un futuro, aunque algunos, como el armadillo encuentren siempre el camino de vuelta una vez que son puestos en libertad.

Tras la visita a los animalitos, que me alegraron la mañana, volví a la ciudad contenta de no haber salido con tanta prisa hacia la selva. Una vez allí y tras cambiar mi billete de avión para poder enlazar con el bus de Chiclayo, empecé mi temida ronda por las agencias. John me llevaba de una a otra y esperaba pacientemente aunque yo le decía que ni se le ocurriera cobrarme mucho porque yo no tenía un duro. Visité sólo tres por esta vez y la duda que me planteé fue si me iba sola con una agencia cuya programación y precio me gustaba mucho o si por el contrario lo hacía con otra que era muy similar pero tenía ya un viaje contratado con una familia, según ellos danesa. Con toda la información rondando por mi cabeza me fuí a comer al mercado donde permanecí mientras caía la tormenta del siglo. Me sorprendió ser la única extranjera, luego aprendería que los turista permanecen poco tiempo en Iquitos porque en seguida salen en dirección a la selva, de hecho algunos llegan directos del avión al bote, sin saber lo que se están perdiendo en esta ciudad de bellos y edificios y simpáticos selváticos.

Ya en la tarde me dirigí a la agencia de Amazonian Trips, era la que me había parecido tener un logde más básico, natural y poco turístico; además no estaría sola y la salida en vez de ser en coche era en barco desde la misma ciudad. El hotel se llamaba "Chullachaqui Logde", el chullachaqui es un duende de la selva que se identifica con unas pisadas de pies de diferente tamaño. Según cuentan, este duende se aparece a la gente que camina sola por la selva pero lo hace en forma de alguna persona conocida, una vez que lo acompañas él te pierde y nunca más vuelves.

El resto del día lo dediqué a visitar el barrio de Belén, una zona marginal de casas construídas sobre el agua a modo de palafitos. Recomiendan no ir solo ya que son frecuentes los robos y venta de droga, sobre todo en la noche. Yo fui acompañada por John que me dejó justo donde empezaba el agua, porque no había embarcadero ni nada similar y además se vino conmigo en el bote. Para llegar allí había que atravesar toda la ciudad pero en el sentido contrario al que había hecho en la mañana, se cruzaban miles de mercados y llegaba un momento en el cual las contruciones se adentraban en el agua. Es la zona pobre, allá donde con unas cuantas maderas, la gente que no tiene dinero se construye una casa. No pagan impuestos, no están registrados, es como una ciudad sin ley. Alquilé un bote que me llevaría a modo góndola (con bastante menos glamour, claro está) por aquellas calles por sólo 10 soles la hora (unos 2.5€). El sol empezaba a ponerse y todo el barrio adquiría una tonalidad anaranjada preciosa. El río se llenaba de reflejos y yo luchaba por guardar todas aquellas imágenes en mi memoria y en la cámara.
Mientras paseábamos John me contaba cosas del barrio, de la ciudad, de los tipos de turistas que llegaban y de cómo yo era una "española rara". Por lo que me contó había tenido bastante mala suerte con los turistas españoles, que le habían resultado casi siempre bastante altivos, desagradables y egoístas. Sin embargo me dijo que los que más problemas ponían siempre eran los argentinos, que se quejaban por todo; y los israelíes que pagaban muy mal.
Me sorprendió que la gente desde las casas me saludaban, me pedían fotos (sin pedir nada a cambio) e incluso unas chicas me gritaban "báñate con nosotras!!!! señorita veeeennn". Yo las saludé, les hablé y les hice una foto pero no me encontraba demasiado motivada para el baño. Él me explicó que aquí las fotos no molestaban sino todo lo contrario, para ellos era un orgullo que alguien de un lejano país venga acá y luego muestre su barrio y cómo viven.
La hora de recorrido dió para mucho pero yo podía haber seguido durante horas saludando a los niños al pasar, haciéndole fotos a las casas e interrogando a John sobre todo aquello que se venía a mi mente.
Tras el viaje él me ofreció enseñarme una de las famosas orquestas de Iquitos cuando volviese de mi estancia en la selva y acepté porque me pareció que no quería embarazarme aunque tuve en cuenta que era peruano, lo cual siempre es un factor de riesgo, y más con la simpatía selvática.

El día había sido largo pero me había enseñado muchas cosas no sólo sobre Iquitos. Cené comida típica de la región y fui a dormir muy contenta con la jornada e impaciente por querer conocer finalmente la selva.

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