martes, 11 de mayo de 2010

Último día en la selva

Durante el desayuno descubrí que la noche anterior Raúl había vuelto tras nuestra ruta nocturna a recoger a los dos hombres porque había encontrado un caimán. Me molestó que no me hubiese llamado ya que tenía muchas ganas de verlo. Los dos agraciados se quejaban de los lugares por los cuales los había conducido el guía. Yo pensé para mis adentros que se había equivocado llevándolos a ellos y no a mí, porque yo sí habría disfrutado lo que para ellos supuso un trauma.

Tras el desayuno volvimos a salir en el bote. Nuestra actividad para esa mañana era la pesca de pirañas. Remontamos un poco el río Tapira y después nos introdujimos por un pequeño ramal de éste. Estos peces suelen encontrarse en las zonas de aguas calmadas. Llegamos con el bote hasta un lugar cercano a la orilla pero algo profundo. Allí había dos niñas que nos saludaron desde tierra firme. Eran dos hermanas: Wendy y Carlita, de 10 y 5 años respectivamente. Se reían ante nuestra presencia y cuando les hablé se animaron a quedarse y reír con las tonterías que yo les hacía ya que Carlita tenía una risa supercontagiosa que me encantaba. Preparamos las cañas de pescar (que consistían en palitos con una cuerda que en el cabo tenía un anzuelo, sin mayor tecnología). Colocamos en los anzuelos pequeños trozos de pollo y metimos las cañas haciendo ruido y burbujas con el movimiento de la misma, tal y como nos aconsejó Raúl.

Las pirañas son un poco mamonas ya que en vez de comer el pollo de una sola vez y así quedar enganchadas al anzuelo, ellas se dedican a mordisquearlos poco a poco hasta que cuando te das cuenta ya no queda pollo. En definitiva se ríen un poco de ti. Yo decidí que una piraña no podía ser más lista que yo, así que lo que hacía era tirar rápidamente de la caña cada vez que sentía un pequeño bocado, con la esperanza de que en uno de estos tirones el anzuelo consiguiera engancharla.

Me asusté. ¡¡¡NOOOO!!!. Las dos pequeñas se iban a bañar. A mi mente vino cualquier película de Antena Tres o del Alsa y pensé que las pirañas devorarían a las dos niñas. Ellas se rieron cuando les pregunté si las arañas no se las comerían. Ya me explicaron que sólo atacan a las personas en las películas malas. Normalmente pueden atacar si existe un poco de sangre pero comen tan poco que debería haber muchísimas de ellas para poder acabar con una persona. He estado 28 años engañada respecto a este tema. De hecho debería haberme bañado, pero se me ocurrió después.

Yo hablaba con las niñas y Lucio mientras tiraba cada rato de mi cañita. En uno de estos tirones sentí como traía cierto peso. BIENNNN. Efectivamente, al sacar toda la tanza del agua, había un pequeño pez que coleaba. Me levanté emocionada y la traje hacia mí para evitar que pudiese caer al agua. Tras las fotos de rigor seguí con la pesca y mi técnica. Mis compañeros se quejaban de que se les acababa el pollo y no conseguían ninguna. Yo les explicaba que tenían que tirar muy rápido pero no lo hacían. Tras un rato conseguí otra y así, mientras los ánimos del grupo decaían, yo me alegraba de lo conseguido.

Cuando las pirañitas tenían empacho de pollo desaparecieron y así nuestros cebos dejaron de ser mosdisqueados. Nos despedimos de las niñas y seguimos nuestra ruta con sólo dos pirañas como resultado pesquero del día.

Terminamos nuestra visita a la selva yendo a ver unas grandes plantas flotantes llamadas "victorias regia". Son circulares y pueden llegar a tener hasta tres metros de diámetro. Me hubiera gustado pasear en barca entre ellas, pero sólo las vimos desde la orilla y yo, que insití en verlas de cerca, lo hice acercándome con una canoa que me dejó una señora del pueblo. Caminamos un poco por allá disfrutando de los colores, que eran de tal magnitud, que hubo un momento que me pareció estar en una película de Tim Burton y me descubrí cantando a Willy Bonka.

Mis últimas horas en la selva las pasé tranquilamente tumbada en una hamaca tomando un café mientras observaba al río y la vegetación sin otro ruido que el de los animales. Era obvio que debía volver allá, pero estaba muy contenta por todo lo que había conocido y disfrutado.

El regreso en barco lo aproveché tomando el sol, haciendo fotos, observando el paisaje y respirando profundamente con una gran sonrisa en el rostro.

A mi vuelta a la ciudad encontré a John quien me esperaba en la agencia. Me llevó en motocarro a otro albergue que ya me había llamado la atención en uno de mis paseos. Comentó que quería haberme llevado allá el primer día pero estaba ocupado. Era un viejo palacete resurgiendo. Su belleza era evidente a pesar de la pintura descascarillada de las paredes, con ese mismo encanto de casa vieja que pueden tener las de La Habana. Estaba regentada por un francés, se entraba pasando a través de varias hamacas donde varios hippies leían y saludaban en plan "buen rollo". Una vez en el interior, las habitaciones sorprendían por su buen estado ya que, a diferencia del resto del inmueble, habían sido reformadas.

Tranquilamente conocí aquellas zonas de Iquitos que me faltaban por visitar, como el malecón durante el día, el mercado de artesanías, las casas modernistas y la gran avenida de tiendas. Cené unos ricos juanes con jugo de papaya y descubrí uno de los mejores postres del mundo: "el tres leches", una especie de flan exquisito. Tristemente mi plan de orquesta se vio abortado porque John tuvo que llevar a su hijita al hospital con lo que parecía una bronquitis (estos mocosos siempre igual....)

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