viernes, 21 de mayo de 2010

El atardecer en Pimentel

Llegué a Chiclayo madrugada, me acosté y, ya por la mañana, estuve siguiendo la adjudicación de plazas a través de internet y haciendo cálculos. Pude comer con Chris en un rato en el que ésta no tenía obligaciones académicas. Tras la comida recibimos la visita de Lucho y Jean Pier, quienes, tras un rato de conversación, nos dijeron que aún no habían comido. Habían venido para llevarme a degustar comida peruana a algún sitio. Al final nos decidimos por ir a Pimentel a comer cebiche.

Era la playa que había visitado el primer día que estuve en la ciudad. Aquella vez pensé que los restaurantes que se encontraban a lo largo del paseo marítimo eran puramente turísticos y que no se comería bien. Me equivocaba. Fuimos a uno de los bares que ellos suelen frecuentar. Allí tragamos una fuente de rico cebiche acompañada por una chelas. Calma absoluta y felicitad en aquella tarde compartida con dos amigos, que si bien acababa de conocer, sentí haber sido su amiga desde hace años. Entonces recordé aquella frase que Chris me dijo poco antes de llegar "Cariño, cuando te tomes un cebiche con cerveza en la playa no te querrás ir". La verdad es que no se equivocaba mucho.

El sol iba bajando igual que el contenido de nuestros vasos. Poco poco se acercaba al mar, hasta besarlo. Había visto bellos atardeceres, pero éste fue realmnte hermoso. En Sevilla me gusta la degradación de colores que aparece en el cielo a medida que el astro rey se oculta. Aquí todo el cielo tomó un color anaranjado intenso y el sol, grande, con una corona alrededor, brillaba amarillo sobre el horizonte. Era la primera vez que veía el sol ponerse sobre el mar y era realmente alucinante. El atardecer más romántico de mi vida.... y yo tomando chelas con los amigos, no tengo solución, nunca seré una princesa en busca del momento más bonito de su vida, incorregible.

Una vez que el sol se escondió completamente, cansado de sonreír al objetivo de mi cámara, la oscuridad nos invadió. Paseamos por aquella arena donde los cangrejos se diferencian de la arena sólo por el movimiento. Los chicos cogieron uno para que pudiese verlo de cerca y fotografiarlo. Lucho intentó acercármelo demsiado, pero yo soy más rápida y volé. Él se reía de que alguien tan grande como yo tuviera mieda de un simple cangrejito, pero es que lo de que tengan pinzas no me parece muy tranquilizador.

Volví a casa de Chris y cuando la ví le dije que no quería abandonar Chiclayo.

No hay comentarios: