sábado, 8 de mayo de 2010

¡¡ La selva !!

Al mi llegada a la agencia comprobé que la familia a la cual acompañaría era tan danesa que en realidad procedía de Georgia, pero no el país de Oriente medio, sino el estado de EEUU. Tuve que esperar un buen rato porque no habían traído determinadas cosas bastante indispensables en la selva, como pantalones largos, por lo que salieron a comprar al mercado. La primera impresión fue en general bastante buena. La madre era bien simpática y las niñas, aunque parecían animadoras sacadas de una película de sesión de tarde, no me desagradaron en exceso. El resto lo conformaba un marido sin nada resaltable y unos amigos que consistían en una pareja peruana-estadounidense de recién casados.

La salida se realizaba desde un pequeño embarcadero situado al final de la misma calle de la agencia. Allí comprobé lo maletones que llevaban para tres días. Mi mente aún no se explica qué contenían. Mi mochila suponía menos de la tercera parte del equipaje de cada uno de ellos y no me faltó nada.
El recorrido se empezaba por el río Itaya, que es el que pasa realmente junto a la ciudad. Se considera un río de aguas negras, por su alto contenido en taninos y esta oscuridad de las aguas hace que el reflejo de las embarcaciones y vegetación sea realmente hermoso, como un espejo. En unos quince minutos el barco desaceleró y nos indicaron que entraríamos en el Amazonas, yo estaba emocionada por lo que aquello implicaba.... navegar por el archiconocido Amazonas. Este río como todos saben atraviesa Brasil y hace la mayor parte de su recorrido en este país, pero pocos conocen que su nacimiento se encuentra en Perú, acá justo, en Iquitos, donde la unión del río Marañon con el Ucayali da esta gran corriente de agua. En la frontera del río Itaya con el Amazonas pude observar la división real. El primero es un río de aguas negras, el segundo, de agua marrón debido a que la gran corriente arrastra tierra (y todo lo que se ponga por delante). Ya desde la lejanía se observaba la línea divisoria negro-marrón a simple vista. El estar sobre ella fue una sensación extraña y ya cuando me encontré en Amazonas me sentí muy alegre, metí la mano en el río y la olí después, olía pura tierra.

El viaje duraba una hora. El viento me daba en el rostro con algunas gotas de agua amazónica. A ambos lados, las orillas estaban plagadas de vegetación y a veces entre los árboles aparecía un tímido poblado, así como alguna embarcación de pescadores yendo o viniendo. También nos cruzamos con los grandes barcos que vienen desde poblaciones alejadas a la ciudad: de madera muy antigua, uno diría que aquello no es capaz de navegar, sin embargo hacen unas doce horas de ida a Iquitos y otras tantas de vuelta. En ellos los comerciantes apilan la mercancías en las bodegas abiertas que enseñan los miles de bananas que transportan mientras sus dueños duermen en alguna de las hamacas de cubierta.
Yo sonreía, saludaba, hacía fotos y no paraba de respirar profundamente y sentirme realmente privilegiada de estar allí. Por el contrario mis compañeras se dedicaban a leer, jugar con el móvil o la nintendo DS. Un desperdicio en mi opinión, mirar cualquier gráfico antes que la naturaleza de este lugar que por no se qué extraño motivo tiene una coloración muy marcada: el azul del cielo es más azul y el verde de la vegetción es más verde. Digno de admirar y retener en nuestra memoria.

Tras una hora de viaje, disfrutando de todo lo que me rodeaba y haciendo fotos mientras deseaba tener otra cámara y más conocimiento, llegamos al río Tapira, otro río de aguas negras, bastante más que el Itaya, lugar donde se encontraba el logde justo a las orillas. No sé cómo podría describir el lugar: una contrucción de madera sobre palos (para cuando sube el nivel del agua), encajada en plena vegetación y donde el único ruido es el los pájaros y los monos. Justo en la entrada había un gran árbol con unos nidos colgantes diseñados por el pájaro para que ningún animal trepador pueda alcanzarlo. Además algunos de ellos son falsos con entradas más amplias para los pájaros piratas dedicados a robar las casas ajenas.

El alojamiento era una pasada, construído a lo largo del río, tenía el comedor con vistas al río y una sala redonda en la que había hamacas colocadas en forma radial, era el verdadero paraíso: tumbada en una hamaca con el canto de los pájaros y observando el río pensé que era un error quedarme sólo tres días. Los diferentes módulos se comunicaban con pasillos exteriores pero el resto estaba todo totalmente cerrado por mosquiteras. Mi habitación era excesivamente grande para mí sola y sería una de las pocas veces en el viaje en la que no compartiría el baño, demasiado lujo para mí, aunque el agua del grifo fuese roja.

Un grito de terror digno de película de Hitchcock me sacó de mi paz. Corriendo con el padre de la familia llegamos al cuarto de las animadoras donde había una gran araña. Ellas, tras el grito, habían corrido tanto que debían encontrarse ya en Georgia. Yo, alucinada, volví a mi habitación a por la cámara y así la inmortalicé antes de que un zapato se precipitase sobre ella y acabase con su vida.

Tras la instalación nos preparamos para adentrarnos en la selva. Embadurné todo mi cuerpo con el roll-on de antiinsectos que había comprado en la farmacia, pulvericé mi ropa con el repelente "aprobado por la london college of tropical disease" o algo así y pensé que cubierta y embadurnada sería respetada por los mosquitos.

Raúl, nuestro guía nos vaciló un poco al principio ya que nos mostró un fruto utlizado como tinte y que los nativos se aplican en la piel para hacerse pinturas ceremoniales, así que nadie se salvó de salir de allí "a lo indio". Él llevaba catorce años trabajando en la selva, siempre había vivido allí, de hecho nació en medio de ésta. Su madre, que es comerciante, llevaba un cargamento de plátanos cuando le empezó el trabajo de parto, el dolor era tal que no pudo moverse de allí y fue allá, en medio de la selva, rodeado de vegetación e insectos donde nació. Por este motivo en su pueblo le decían en plan de broma Chullachaqui. Tras años conociendo la selva también había acompañado a investigadores de diferentes países en sus incursiones selváticas. Así, sin haber estudiado biología ni nada más (bueno inglés sí), conocía los nombres de todos los animales (el científico, en español, en inglés y cómo le decían en el pueblo), además de sus costumbres, plumaje, alimentación..... Era realmente alucinante y sólo tenía 26 años.

Cuando sólo llevaba cinco minutos introducida en plena selva me entraron ganas de escribirle a la London College esa y decirle que los mosquitos de Iquitos se reían de su producto. No sólo les daba igual que me hubiese pringado la piel, sino que la ropa pulverizada tampoco funcionaba, incluso atravesaban las camisetas y conseguían picarme. No quería ser neurótica pero, aunque me estaba tomando la profilaxis contra la malaria, me encontraba en zona de dengue y contra él no podía hacer nada.

El recorrido lo iba haciendo en inglés, pero no suele haber problemas cuando un peruano habla en inglés, ya que es bastante comprensible. Sólo en algunas ocasiones tenía que pedirle que me tradujese, sobre todo con las aves porque araña, hormiga, murciélago o mono sí lo entiendo en inglés pero no martín pescador, por poner un ejemplo.

Como curiosidad nos explicó que las arañas que construyen telaraña no son venenosas, ya que su presa se queda adherida a ésta; son las que encontramos libres, como la tarántula, las que lo son, ya que es su veneno la que inmoviliza a la presa para que pueda ser devorada.
A veces me daba un poco de miedo el ver algún insecto y que dijese si era o no venenoso. Justo en un árbol había una gran hormiga, creo que podía alcanzar 1-2cm. Él golpeó fuertemente el tronco con el sable y salió toda la comunidad hormiga precipitadamente al exterior. Mientras hacíamos fotos y las observábamos nos dijo que eran venenosas. Una de las animadoras gritó rompiendo la paz de la selva como un mono en celo. Él explicó que dependiendo de la persona pueden ser letales o no, a él le habían picado y seguía vivo, aunque dolía bastante.

Luchando con la vegetación, los mosquitos y las quejas de las animadoras llegamos a una parte donde la densidad de árboles era menor pero allá encontramos a los enormes. Habíamos dejado atrás los árboles del caucho, de gran interés comercial, pero que poco me importaban, los que yo quería ver eran los de las lianas. No dudé un momento y tomé una de ellas y, haciendo un esfuerzo sobrehumano, intenté trepar. La falta de fuerza y unas botas de caucho enfangadas fueron mi mayor enemigo. Lo intente varias veces ante la estupefacta mirada de mis compañeros que creo que pensaban que aquello no era el comportamiento adecuado de una señorita; y antes las risas de Raúl, quien cuando yo me di por vencida trepó como Tarzán varios metros hasta que le dije que parara, aunque podía haber seguido.

A cada momento nos iba explicando sobre la vegetación y sobre nuestras cabezas, allá en lo alto, en las ramas más altas de los árboles, los monos juaban entre ellos saltando de aquí para allá. Nos habían prohibido hablar alto para no espantar a los animales, directriz que seguí con sumo cuidado y esfuerzo. Sin embargo la animadora gritaba cada vez que veía un animal, bien porque le daba asco o bien por ser un lindo monito. Menos al que era Raúl y no yo quien llevaba el sable.

Vimos también caracoles de río, agujeros hechos por los peces para vivir en ellos cuando baja el nivel del agua, hormigas ejército, hormigas cortadoras de hojas (supergraciosas porque ves pequeñas cosas verdes que se mueven rápidamente y debajo está la hormiga), 100 pies (que no es venenoso, el que lo es es el 1000 pies, ante la duda no acercarse), la escalera del mono (árbol que parece una cadena de ADN y que su hoja hervida se usa de analgésico en el parto). También atravesamos zonas en donde la bota se introducía hasta el límite con el pantalón y tenías que tirar con fuerza para poderla sacar de allí, aunque a veces se venía el pie solo dejando allá al resto.

Tras nuestra primera superincursión en la selva volvimos a comer y descansar un poco antes de salir a ver más animales. Se podía comer tanto como uno quisiera...

En la tarde salimos en el bote a recorrer el río en busca de perezosos e iguanas que suelen estar en los árboles cercanos a la orilla. Nos comentó Raúl que el motivo por el cual los perezosos siempre están medio dormidos es porque gran parte de los árboles de los que se alimentan contienen en sus hojas altas concentraciones de alcaloides, así podemos decir que en vez de "perezosos" debían llamarse "colocaos". Tuvimos bastante mala suerte porque no aparecía ninguno. El señor maridito y yo íbamos buscando en las ramas pero casi siempre que veíamos un bulto no se trataba del animal sino más bien de un nido de termitas. Iguanas sí encontramos, de todos los tamaños, aunque siempre vistas de lejos, en alguna rama. Sabía que esto podía pasar pero prefería no ver un perezoso que verlo en una jaula. El resto de la expedición mostraba bastante poco interés. En nuestro regreso pudimos observar una puesta de sol en la que el cielo no se tornaba sólo naranja, sino que iba tomando una degradación de colores que incluía el rosado, morado, rojo..... algo extraño y hermoso.

Al volver al logde descubrí que era un lugar mucho más encantador ya que estaba iluminado con lámparas de queroseno y quedaba transformado totalmente. Cenamos pescado dorado, típico de la zona, que me resultó riquísimo, aunque creo que entre el resto no triunfó. Tras la cena nos volvimos a preparar para adentrarnos en la selva, esta vez a mi preparatoria le incluí el impermeable, dudaba que los mosquitos fuesen capaz de atravesarlo y acerté.

Nada más salir miré al cielo y......... suspiré. No sé si había visto tantas estrellas en mi vida. Se veía precioso, incluso la vía láctea se distinguía sin problema y para hacerlo todo aun más perfecto una estrella fugaz atravesó el cielo. Allá que fuimos en busca de insectos y reptiles. En ese momento me acordé de Vania y pensé que si ella supiese lo que estaba haciendo se moriría del asco. Las animadoras tampoco vinieron por la misma razón. Raúl nos avisó de que era difícil ver a los reptiles en época húmeda porque aún el nivel del agua es muy alto y están bien escondidos. Mi máximo interés era ver una anaconda. Empezamos viendo tarántulas peludas, encontramos perezosos pero estaban durmiendo. Los mosquitos zumbaban en mis oídos pero ninguno osó a atravesar la frontera de mi impermeable. Observamos arañas de todos los tamaños. Disfruté mucho hasta que algo se introdujo en mi ojo y me hizo gritar de dolor, apreté mis manos con fuerzas, lloré y Raúl me observó diciendo que no tenía nada. Sentía como si mi ojo hubiese reventado, él me explicó que lo más probable fuese que un escarabajo volador había chocado y me hubiese dejado algo de veneno. No sabía muy bien qué significaba eso pero me dolía mucho. La expedición me había enseñado muchos insectos pero no había conseguido ver ningún reptil, es más, ya no veía nada. Simplemente quise volver y regarme el ojo con lágrima artificial, cosa que lo calmó, estaba rojísimo. Tuerta coloqué mi mosquitera y me introduje, dudaba que los mosquitos pudiesen pasar la doble barrera.

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