Era mi último día en la ciudad. Ya había visitado cuantos lugares había para conocer y había farreado también mucho. Pensé que lo mejor era pasar un día tranquilo, disfrutando de un sencillo paseo, comprando algún recuerdo y en la noche desperdirme de mis niñas.
Tras mi mareo mañanero quedé con Lisbeth para almorzar. Me sorprendió porque su mamá se unió a nosotras ya que estaba un poco más relajada con el trabajo. Como no podía abandonar Cusco sin comer un cuy al horno, fuimos en su búsqueda. Al ser lunes fue un poco complicado pero terminamos en el barrio de San Sebastián (o eso creo) en un lugar recomendado. Más tarde se apuntó a la comida su hermano Bralu. Una amiga me había comentado que el cuy era como un conejo y que no tenía mucha carne. Yo sentía espectación por comer ese animal que en Europa se utiliza como mascota pero que los peruanos adoran tanto como para dibujarlo en la mesa de la última cena. Cuando me trajeron el plato me desagradó, venía el animal entero y cortado por la mitad. Soy bastante carnívora, pero de filetes, eso de ver la cabeza con sus dientes y las patitas con los dedos encorvados.... no podría comerlo. Dejé todos mis sentimientos de Disney a un lado y pensé que sólo era comida, es la cadena trófica al fin y al cabo. Como había que demostrar que lo comí me hice la foto de rigor e intenté clavarle el tenedor: error, el cuy se come con las manos. Así que convertida en un auténtico orco arranqué con mis manos la carne a aquel pequeño animal que tenía por cierto bastante carne. El sabor no sabría con qué compararlo, sencillamente sabe a cuy, es rico y más aún acompañado por una inca-kola fresquita. Su hermano me mostró una curiosidad: en el interior de la cabeza, de no sé muy bien qué hueso, sacó otro que contenía en el interior un pequeño zorrito, en realidad un hueso con forma de zorrito. Según cuentan si lo tomas te aporta inteligencia. Como yo no quería ya más inteligencia no lo comí pero por supuesto lo fotografié.
Ya de noche nos dirigmos a celebrar mi despedida. Yo quería que la noche fuera larga aunque siendo lunes pensaba que aquello no sería posible. Luego descubrí que en Cusco es posible farrear a muerte cualquier día de la semana. Comenzamos comiendo unos anticuchos, que son como los pinchitos pero además de carne también lo hacen con corazón y riñones. Alimentadas, recogimos a Andrés y a su amigo y nos dirigimos al bar de los chicos. Allí estuvimos bebiendo los tragos que Yojhana preparaban y hablando de todo un poco, aunque sin duda la parte más interesante llegó cuando de alguna manera empezamos a hablar de política y los partidarios de Humala se peleaban con los de Alan García... me resultaba tan divertido!! Aunque la política en Perú es bastante triste ya que los políticos son demasiado corruptos y a mí me parecen más empresarios que otra cosa. Nunca podré entender, por mucho que me expliquen, cómo puede ser presidente actual del país uno que lo dejó hace años en la quiebra y se fue a vivir nada menos que a París.
Dejando a un lado a los políticos estafadores, proseguimos en el bar hasta una hora mal recordada por mi mente y nos dirigimos a una discoteca cerca de la plaza de Armas. Lógicamente no había apenas nadie pero nosotros éramos más de diez y llevábamos una juerga tremenda así que no importó. Bailamos hasta caernos, literalmente; y bebimos hasta que las camareras no quisieron servirnos más cerveza. Entonces nos echaron y en un principio no supimos qué hacer pero aprovechamos que los chicos tienen un bar, que volvieron a abrir para seguir bailando. Dejando mi cuerpo moverse al ritmo de la cumbia vi que de pronto alguien abrió la puerta y... era de día!!! Yojhana miró el reloj y eran las 7, teníamos el tiempo justo para que llegase a la oficina a las 7.30. Me despedí de todos sabiendo que aquella había sido y sería una de las mejores noches del viaje. En el taxi dije un hasta luego a Yojhi y me dirigí a su casa.
Sólo me quedaban unas dos horas para tomar mi vuelo a Lima, no merecía la pena acostarme así que me puse a hablar con Nacho y terminé jugando con él, error, el niño tiene 3 años y se acaba de levantar, está lleno de energía; yo no había dormido en las últimas 24 horas y estaba bastante más vieja. Casi muero.
Tras la tortura de canciones, juegos y danzas, me despedí del peque y me dirigí al aeropuerto acompañada por el tío de Yojhi. Allá esperaba Lis que apenas había dormido una hora para ir a despedirme. Estábamos muy cansadas y nos veríamos en Europa en pocos meses así que no fue triste. Lo que sí fue triste es que mi vuelo salió con dos horas de retraso, nos cambiaron tres veces de puerta de embarque y yo ya no podía mantenerme en pie. Finalmente subí al avión abandoné Cusco y me dormí.
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