miércoles, 19 de mayo de 2010

Full Máncora

El sol que entraba por la ventana fue mi peor enemigo. Apenas había dormido, tenía la sensación de haber abierto los ojos segundos después de haberlos cerrado. Sin embargo no podía quedarme en la cama, hacía mucho calor, estaba sudando, no quedaba agua mineral y la del grifo era también salada. Así que, todos con caras de zombies, salimos a desayunar a nuestro bar preferido a pesar de la poca simpatía de su camarera.

De allá nos fuimos a la playa donde pasamos un buen rato. El agua estaba calentita, agradable, pero la corriente era muy fuerte. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con las olas, que era bastante grandes, por lo que si no las tomabas bien terminaban volteándote de mala manera. No recuerdo cuánto tiempo permanecí en el agua pero creo que fue bastante y lo disfruté como una enana.

La siguiente parada de nuestro estresado día fue la piscina del hotel, donde nos hicimos colegas del DJ, el speaker y el barman de la discoteca que éste tenía. Allí permanecimos sin hacer nada especial, sólo hablando, remojándonos y tomando chelas. Qué bueno es eso de no hacer nada de vez en cuando.

Comiendo, en el bar de siempre, comprobé que, a pesar de las cantidades industriales de crema factor 60 que me había aplicado, estaba hecha una gamba. Los rayos de sol pseudoecuatorianos son realmente un veneno para mi piel.La tarde fue igual de estresante que la mañana: una supersiesta seguida de un baño en la cocina. Vuelta a comer y de allí a prepararnos para salir.

Esa noche la discoteca andaba mucho más movida, de hecho nos llegaron a poner Xuxa, sí, momento realmente subrrelista encontrarme en una discoteca de un pequeño pueblo costero bailando "es la hora es la hora..." pero me gustó tanto. Un peligro inminente en toda discoteca peruana es la típica pelea de machos debido a un planteamiento alcohólico-machista del tipo "te has acercado demaiado a mi novia, la has rozado, la has mirado...." Ese rollo machista-posesivo que despierta en mi unas naúseas irrefrenables. Obviamente ese día no sería distinto. Tras unos cuantos calentones entre unos manes, al final aquello se convirtió en una caseta de distrito, para lo que no conozcan la Feria de Sevilla traduzco: volaron sillas y botellas. Por suerte estábamos en las antípodas del lugar de los hechos y nuestro barman-colegui no ayudó a salir por la puerta trasera que daba al hotel. Me fastidió bastante tener que irme de allí, pero escuchando el jaleo que después se armó y sobre todo al ver salir corriendo a la gente entendí que el momento en el que Lucho nos dijo que debíamos salir de allí había sido el correcto ya que yo y Chris habríamos seguido bailando felizmente ajenas a todo.

La noche, ya más tranquila, la continuamos en el chiringo de la playa, tan sólo hablando rodeados de cervezas. Terminé rodeada de chicos y como aquí es normal que cada uno invite a una ronda, pues yo invité a alguna y, como anfitriona, serví los vasos. Observaba sus caras mientras una chica les ofrecía un vaso de cerveza pagado por ella, lo aceptaban pero se sentían incómodos. Intenté hacerles ver que aquello era una forma de machismo, que el invitar o no no depende del sexo, sino del bolsillo y las ganas, pero creo que es algo que en Perú les inculcan desde el útero y no seré yo la que les haga cambiar de opinión.

Decidí que no podía marcharme de allí sin hacer algo que siempre había deseado. Era cierto que la noche anterior me había bañado en la playa, pero no había estrellas porque era ya muy tarde y no fue desnuda. Esperé hasta la hora que me pareció adecuada, entonces a las 5.30 empezó a clarear aunque seguían presentes las estrellas. Dejé a los chicos en el chiringo, sorprendidos, y me fui a bañarme a la orilla, tan sólo a unos metros. El agua estaba caliente también. Poco a poco vi como la claridad avanzaba y borraba las estrellas del cielo hasta dejar un extraño color sobre toda Máncora y mi cabeza. Observé y retuve esa imagen en mi memoria, en la lista de imágenes para no olvidar. Fue una experiencia realmente quasireligiosa.

Tras el baño no tenía gran cosa que hacer así que decidir ir a dormir al menos unas horas antes de volver a Chiclayo. Conseguí reposarme unas tres para luego desayunar rápidamente y tomar el bus. Había sido un fin de semana corto pero muy intenso. Creo que todos nos quedamos con esa sensación de buena experiencia pasada y entonces entení por qué Christie me había hablado tantas veces de Máncora en Francia: no me había ido aún y ya quería volver.

El viaje de regreso fue una auténtica pesadilla. "No me caben las piernas" pensé cuando me situé en mi asiento, entonces el de delante reclinó el suyo.... giré mi cabeza y miré a Jesús con cara de desesperación, quien respondió con una gran carcajada. Los comentarios sobre las canciones y el cutre-bus me ayudaron a superar la primera parte del camino, pero luego todos dormían, yo no encontraba la postura y aquello se volvió realmente desesperante. Afortunadamente el bus hizo una parada en un bar en medio de la nada y pude estirar las piernas e ir al baño detrás de unos matorrales. Horas más tarde por fin llegamos a Chiclayo y pudimos reposarnos, nos hacía falta.

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