jueves, 20 de mayo de 2010

Kuelap

Eran las cinco de la mañana cuando llegué a la ciudad de Chachapoyas. Como todo estaba solitario y oscuro le pedí al conductor del bus de Cajamarca que me dejase dormir en el interior del mismo, junto a otros pasajeros, hasta que éste saliese y el buen hombre así lo hizo. Ya de día paseé por la tranquila ciudad y llegué al mercado donde desayuné un horrible café ante la atenta mirada de un perro. A continuación hice una mini ruta por las pocas agencias que la plaza ofrecía y terminé contratándola en la última tras comprobar que el precio era el mismo y además me dejaba utilizar internet hasta la salida del bus.

Sabía poco de la cultura Chachapoyas y aún sigo siendo bastante ignorante. Cultura preinca del norte del Perú conocida como "los hombres de las nubes" ya que hacían sus construcciones en lugares elevados de la selva en donde éstas terminaban entremezclándose con las nubes. De ellos se sabe más bien poco porque no han sido muy estudiados. Se conoce que eran estratégicos guerreros conquistados por el imperio inca años antes de la llegada de los españoles, lo cual sirvió para que se aliaran con estos últimos en la lucha contra los hijos del sol. Según cuenta la historia, los chachapoyas fueron respetados y admirados por los españoles, que no traicionaron la alanza establecida, sin embargo la diseminación de la viruela hizo casi desaparecer a este pueblo. Al principio los cuerpos de los difuntos infectados era quemados, pero Hernán Cortés envió una carta a Pizarro en la que le aconsejaba no hacerlo, en su lugar sugería arrojarlos a los ríos favoreciendo así la expansión de la enfermedad que disminuiría sin esfuerzo el número de enemigos a combatir.

Kuelap es una fortaleza que esta cultura construyó en lo alto de una cima, a unos 3000 metros de altura en la selva del norte peruano. Una voz había sentenciado "no puedes abandonar el país sin visitarla, es el Machu Pichu del norte". Es bastante poco conocida a pesar de que su descubrimiento se produjo en el siglo XIX unos 70 años antes que el de Machu Pichu. El nombre de Kuelap significa "lugar frío" (o al menos eso cuentan).

Había leído en una publicación de hace algunos años que para llegar al yacimiento hacía falta una caminata de unos días, dato que me desmintieron enseguida. Sabía que el bus dejaba cerca pero iba preparada para andar cuesta arriba una hora cuando me dijeron que eran tan sólo veinte minutos, que yo creo sinceramente que fueron diez.

Tenía toda la imagen de una fortaleza cristiana medieval, pero pertenecía al medievo de los chachapoya. Nuestro guía, Augusto, que era un verdadero encanto, nos avisó de que no debíamos acercarnos a las llamas ya que una de ellas había pateado a un turista estadounidense días antes. Esa anécdota le sirvió al grupo para darle caña al simpático canadiense que nos acompañaba, ya que era el único representante de Norteamérica.

Los muros tenían unos veinte metros de altura y resultaban realmente inexpugnables. Las puertas eran bastante seguras, de abertura estrecha, daban lugar a un alargado pasillo que se iba estrechando progresivamente, así los enemigos quedaban acorralados mientras los guerreros los aniquilaban desde las alturas. Pasamos junto a la entrada real, pero continuamos nuestra ruta y nos introdujimos por la "puerta de servicio"

La ciudad estaba construida en tres niveles, siendo el tercero de ellos actualmente inaccesible a los turistas y que parecía estar dedicado a construcciones reales. Realmente el yacimiento me resultó un poco abandonado, además de que no existir ninguna indicación de camino o explicación. Realmente se conoce poco de Kuelap. El guía se quejaba de que era muy difícil acceder a información y eso era un gran problema para el desempeño de su trabajo. Se dedican pocos fondos a su estudio y las pocas investigaciones realizadas aún no han sido publicadas, así que la visita resulta interesante pero poco productiva.

En el primer nivel se encontraban unas casas circulares típicas de esta cultura, cuyo tamaño indicaba el número de personas que convivían en su interior. La vegetación de alrededor era alucinante: podían observarse plantas encaramadas en los troncos de los árboles, orquídeas y un extraño tipo de ortigas.

Accedimos al segundo nivel por un pasadizo que se iba estrechando también hacia el fondo. Otra de las estrategias guerreras que tenían era que, a los pocos contrincantes que conseguían llegar a la plataforma superior, los atraían hacia ellos, situados al borde del abismo. La trampa se encontraba en que el espacio destinado a los enemigos era una construcción de madera inestable tapada con paja que, ante el peso de los hombres cedía, precipitándolos al vacío.

Augusto nos había comentado que el interior de los muros estaba lleno de huesos. No se sabe el por qué de este hecho, y si se sabe, aún no se ha publicado. De manera escondida retiró uno de las piedras que formaban el muro. Miramos uno a uno el interior y allí había, apilados, cientos de huesos.

En algunas casas podían observarse unos ladrillos que sobresalían a modo de diseños extraños. Lo que para mí no significaba nada a simple vista consistía en una representación de los ojos del jaguar, uno de los animales sagrados de los Chachapoyas (junto al cóndor y la serpiente) y la triple línea de piernas hacía referencia a los tres mundos: el supramundo de los dioses, la tierra de los vivos y el inframundo de los difuntos.

Entramos en algunas casas que aún conservaban las paredes. En ellas podían observarse las neveras a modo de agujero en la tierra o incluso las piedras para moler el grano.

Había algunas casas que habían sido reconstruidas, con techo de paja incluido. A mí me recordaron a las del poblado galo de Asterix y Obelix. La idea de la reconstrucción fue de Fujimori, que pretendía que la ciudad pudiese visitarse como antaño, sin embargo la gente del lugar se negó rotundamente a que aquello continuase y ahí terminó el proyecto.

En un extremo de la colina se podían observar las pocas construcciones incas que algún día existieron en el lugar. De planta cuadrangular eran fácilmente diferenciables del resto. Había un edificio que se conoce como “el tintero” por su parecido en la forma a este objeto. Está hecho en una piedra blanca diferente al resto de las usadas en el yacimiento. Se sabe que era un templo de adoración al sol, pero no se tiene más información.

Salimos del recinto por la entrada real, observando a ambos lados imágenes talladas en las piedras, que decoraban las paredes haciendo más agradable el paseo a la realeza. Algunas de ellas habían sido robadas y tan sólo quedaban las marcas del cincel en la piedra. Otras habían sido restauradas, pero en un pequeño despiste arqueológico habían sido mal colocadas en la reconstrucción.

La visita me había gustado, sin embargo nunca designaría a este lugar como el “Machu Pichu del norte” porque sinceramente creo que no es comparable. Bello pero incompleto, interesante y enigmático por los secretos que esconde; rodeado de un hermoso paisaje, pero había algo que faltaba.

De vuelta a Chachapoyas paramos a comer en un pequeño restaurante familiar donde por un precio simbólico comimos a modo de casa de abuela. Ya en la ciudad me dirigí a la terminal a tomar el bus de regreso a Chiclayo. Había muchas más cosas por visitar como los sarcófagos de Karajía o la catarata del Gocta, “descubierta” o dada a conocer hace tan sólo tres años y que ostenta el título de tercera más alta del mundo tras el Salto del Ángel en Venezuela y las Cataratas Victoria en la frontera de Zambia y Zimbawe. Quedé con esa desagradable sensación de no poder visitar aquello que sabría que me gustaría. “Otra vez será”, me dije.

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