viernes, 28 de mayo de 2010

Últimos días en Perú

Las mañanas que me quedaban las dediqué a pasearme por la avenida de la Marina donde se suceden los mercados de artesanías y los almaneces de venta al por mayor. No es tan turístico como los de Cusco pero sí un buen lugar para adquirir regalos de todo tipo a buen precio. El mecanismo es el mismo que siempre: mientras paseas los vendedores te invitan a pasar "pase señorita, pase" y cuando lo haces te recitan todos los productos que contiene la tienda "tenemos chullos, guantes, camisetitas, gorras, cerámicas..."

Los mediodías los aproveché para comer en lugares recomendados. Uno de los días volví a encontrarme con Lucía y Andrés. Fuimos a comer al Tarwi, el resturante del tío de Andrés en el barrio de Jesús María y donde degustamos buena comida de la sierra de la zona de Huaraz, acompañada de una rica chicha.

La idea inicial era, tras una buena comida, comprar un tour para visitar el cementerio de Lima, situado a las afueras de la ciudad y plagado de mausoleos y leyendas. Sin embargo no pudimos visitarlo. Decidimos entonces tomar un café. Andrés nos recomendó una cafetería donde no sólo el café estaba muy bueno sino que ponían unos pasteles exquisitos. Se trataba de un pijo lugar en el elitista barrio de San Isidro. En su interior, las señoras pijas con peinados de peluquería y perlas degustaban sus cafés simulando ser muy europeas. De hecho comimos unos buenísimos pasteles a precios europeos.

Tras nuestra maravillosa merienda nos fuimos a algunas librerías en busca de libros y disfrutamos leyendo y curioseando. Fue una tarde que pasó volando y que recuerdo con mucho cariño, fue buena, muy entretenida. Una tarde con amigos de toda la vida aunque los había conocido tan sólo un mes atrás.

El día siguiente, además de a comprar algún regalo más, lo dediqué a un plan que había tramado con Nélida desde febrero: comer hasta no poder más en un buffet del barrio chino de Lima. Allí nos reunimos ella, los hermanos de Carmen y yo. Es curioso cómo los chinos adaptan la comida en cada lugar, de modo que encontré incluso Cebiche en este restaurante. Comimos hasta que el cuerpo no pudo más, entonces volvimos a la casa a echarnos un rato y cuando me levanté había pasado ya horas. Sólo podía moverme para jugar con el perro, mi cuerpo estaba repleto de comida.

1 comentario:

Andres dijo...

Amiga de toda la vida